"La guerra arruinó nuestras vidas", declara Sergey Gromov, un emprendedor ruso actualmente autoexiliado en Bielorrusia tras perder los tres bares que administraba, y ser arrestado por protestar con un cartel que rechazaba la invasión a Ucrania. Hoy, sus amigos están repartidos por el mundo, y su futuro es tan incierto como el de muchos otros que, como él, debieron abandonar su país.

Sergey Gromov es ruso, oriundo de San Petersburgo, y confeso “patriota” actualmente autoexiliado en Bielorrusia. Hasta antes de la invasión contra Ucrania era dueño de tres bares en su ciudad y administraba una banda de rap-core llamada Three Bullets, pero estalló el conflicto y todo desmoronarse hasta ser considerado, en sus palabras, un “criminal”.

Hoy, tras un año de guerra, está en el extremo occidental de Bielorrusia, imposibilitado de seguir avanzando hacia Polonia o Lituania, miembros de la Unión Europea, la cual vetó el ingreso a ciudadanos rusos.

Tiene varios motivos para creer que, de regresar a su tierra, será arrestado o enviado al frente.

Su entorno, relata a BioBioChile, sufrió destinos dispares. Sus mejores amigos están ahora dispersos por el mundo, uno de sus antiguos empleados está luchando en la guerra, y su futuro es una constante incógnita, incapaz de alejarse demasiado de su patria debido a los problemas de salud que enfrenta su madre.

Esta es una de las tantas historias que retratan cómo la invasión ha afectado a la sociedad rusa, y cambiado la vida de todos dentro de sus fronteras.

Tres bares cerrados

“La guerra acabó con mis negocios y arruinó nuestras vidas”, lamenta el emprendedor ruso.

En su bar, explica, vendía cerveza belga, estadounidense e inglesa, y cuando Rusia invadió Ucrania sus socios en Europa dejaron de enviar sus productos. Buscó alternativas entre los productos locales, pero se encontró con el mismo problema: Los precios estaban muy altos porque los ingredientes se compran en el extranjero.

En tanto, su primo con quien administraba dichos locales, se mantuvo en el país debido a que por motivos de salud no puede ser reclutado, pero cayó en la bancarrota tras quebrar también su empresa de logística y transportes.

Así fue que vivió los primeros impactos personales causados por la guerra, y pronto tuvo que vender los tres recintos para hacerse de un “colchón” económico.

También intentó protestar.

Manifestación de un solo hombre

“Desde el primer día que no apoyo la guerra. Nunca la he apoyado, ni a mi gobierno. Nunca he votado por Putin ni por su partido”, comienza aclarando Sergey Gromov, para pasar a relatar que “el mismo día del anuncio fui a una protesta contra la guerra, que fue violentamente dispersa por la policía pese a que era totalmente pacífica”.

Seis meses después, en agosto de 2022, salió por sí mismo a manifestarse en su ciudad -una práctica conocida como una ‘protesta de un solo hombre’ habitual en Rusia hasta antes de la invasión- con un cartel que rezaba ‘No a la guerra’. “Literalmente 15 minutos después me llevó la policía. No sé donde habría terminado si un abogado no hubiera venido a ayudado” contó, agregando que después de eso no se le permitió verme por mucho tiempo.

“Desde febrero que pensaba irme de Rusia, pero la movilización de reservistas fue el empujón final después de mi causa criminal”, relata, por cuanto se dio cuenta de que con esa medida podría ser él mismo enviado a luchar. “Criminal por rechazar una guerra, sí claro”, ironiza en referencia a su cartel de protesta.

Tras ello, “me subí a un tren con apenas un bolso y partí a Bielorrusia pensando que iría más allá, hasta Polonia o Lituania. Sin embargo, ahí se encontró con un muro: “No puedo ir a Europa porque la Unión Europea cerró las fronteras para los rusos. Tengo muchas visas, pero ahora son sólo papel”.

Se lamenta especialmente porque “creo que he estado en todos los países de Europa, y nunca, nunca, nunca se me ha rechazado por ser ruso. No creo en la rusofobia. Tal vez si anduviera con una polera con la cara de Putin sería distinto”.

Turquía y Chipre no le parecen malas opciones, pero de momento por motivos financieros Bielorrusia es su mejor opción, pese a todo.

El muro que le separa de Occidente

“Bielorrusia no es un país muy seguro para mí, pero la ciudad en la que estoy, Grodno, está muy cerca de Polonia y es una típica ciudad pequeña europea”, retrata Sergey.

Ahí pidió ayuda a viejos contactos y se encuentra trabajando en proyectos arquitectónicos, mientras arrienda un pequeño departamento en el centro de la urbe, donde se ha encontrado con un escenario muy distinto al anticipado.

Lee también...

“Tal vez aquí haya personas que apoyan la guerra, pero no las he visto. Todos a quienes he conocido rechazan la invasión y no apoyan a (el mandatario Aleksandr) Lukashenko”, indicó.

“Vivo aquí hace 5 meses y apenas he visto policías. Sé que hay problemas en Bielorrusia, pero aquí me siento mucho más libre que en Rusia”, expresa. De hecho, aventura que “en Grodno no hay la homofobia, ni el racismo, ni el sexismo que hay en Rusia”.

Noticias desde la ‘Madre rusia’

Durante las últimas semanas se descubrió que miles de mujeres rusas embarazadas están optando por nada menos que Argentina para dar a luz, a fin de poder darles la nacionalidad de ese país. Una práctica que, a ojos de Sergey, llega a ser incluso necesaria.

“¿Por qué no? Creo que de hecho lo están haciendo muy bien, porque tenemos que darle un futuro a nuestros hijos, y tener un futuro en Rusia es imposible. Siendo sincero, no creo en Rusia ahora mismo. Soy parte de mi ciudad, soy parte de Rusia, pero no soy partidario de Putin”, declara.

Asimismo, cuestiona que en su patria “ahora mismo muchas personas apoyan la guerra, zombificados, y eso me sorprendió. Incluso mi propia madre, lo que me dejó shockeado“.

“La amo, es mi madre, pero no hablo con ella sobre eso”, agrega respecto de su relación con la mujer que le dio la vida, y que actualmente sufre problemas al corazón. Es dicha situación la que le impide alejarse mucho, a la vez que se ve imposibilitado de regresar.

Sergey Gromov junto a Illya Yashin, y Andrei Pivovarov.
Sergey Gromov junto a Illya Yashin, y Andrei Pivovarov.

“Conozco a Illya Yashin, está en prisión. Conozco a Andrei Pivovarov, sigue en prisión. A Alexei Navalni no lo conozco, pero estuve en uno de sus eventos. Está en prisión. Todos los políticos rusos que pueden generar algún cambio terminan en la cárcel o en el exilio”, lamenta. “Creo que mientras Vladimir Putin siga vivo, no tenemos futuro”.

Y, profundizando en sus temores, agrega que “podría irme preso sólo por conocer a esos tipos”, para luego reír, y matizar: “Espero estar bromeando, porque ahora mismo en Rusia la gente va a prisión por un post en Facebook o (en la red social rusa) VK. Es ‘orwelliano"”

Su barman, de las botellas a las armas

“Había un sujeto que trabajaba para mí, mi barman. Pasó que en Septiembre le hablé por Telegram para decirle que dejaba Rusia, y me cuestionó ‘¿por qué, si no iremos a la guerra?’. Una semana después me escribió para decirme que lo habían convocado”, recuerda Sergey .

Sin embargo, pese a la delicada situación, afirma que “no siento simpatía por él”.

“Si fue al frente, es su decisión, pero para mí es inaceptable ir a la guerra a matar ucranianos. Tengo demasiados amigos en Ucrania. Amo ese país, estuve ahí hace varios años, y que me digan que tengo que tomar un arma y dispararles… No, es ridículo”, critica.

Actualmente, aclara, “sé que está vivo porque me sale en línea en Telegram, pero no le escribo porque no me interesa su posición. Recuerdo que hasta me escribió una vez pidiéndome que le preste dinero porque tenía que comprarse él mismo su munición”.

“Es terrible, pero también irónico porque Rusia le vende al mundo que somos el segundo ejército a nivel global. Todo mentira”, espeta el ruso.

Y no es el único. Incluso el fundador del poderoso grupo Wagner y amigo de Vladimir Putin, Yevgueni Prigozhin, admitió este martes una “total hambruna de municiones” en las filas de sus destacamentos que combaten en el Donbás y demandó más proyectiles al Ministerio de Defensa.

Sus amigos, en el mundo

“La verdad, hasta donde sé ninguno de mis amigos apoyan la guerra, y todos se fueron de Rusia”, continúa explicando Sergey.

Uno de ellos es Andrew, un ingeniero y baterista de la banda que solía administrar, quien actualmente está en Turquía. Al mismo país fue su mejor amigo Kirill, aunque tiene planes de seguir hasta Israel por ser judío. “Para él es muy difícil la vida en Rusia por ser gay”, lamenta.

Otros de sus cercanos fueron a Kazajistán, Georgia, Argentina, los Estados Unidos, el Reino Unido, la República Checa y Polonia.

A algunos no se fue tan bien, como a un DJ con quien su banda colaboraba: “Mi amigo Vyacheslav (“DJ Spot”) se fue de Rusia también al principio de la movilización, primero a Kazajistán y luego a Turquía pero terminó volviendo a Rusia por falta de dinero. Como tiene experiencia militar, puede que lo terminen enlistando pero no apoya la guerra”.

La lucha ucraniana, legítima a sus ojos

Como ya adelantó, Sergey tiene varios amigos en Ucrania, con quienes habla “al menos una vez a la semana” desde que comenzó la invasión.

“Apoyo a Ucrania en esta guerra porque sé por qué están luchando ellos, pero no mi país. ¿Por Putin? A la mierda con él, y disculpa mi lenguaje. ¿Por nuestros oligarcas? Es ridículo”, manifiesta el ruso.

Incluso, relata que en Three Bullets han colaborado con una banda de Donetsk llamada Drednout, cuyos exintegrantes ahora están separados. “Ahora la mitad de ellos está en Rusia y la otra mitad en Kiev. Es toda una tragedia para nosotros porque la guerra los dividió”.

Asimismo, relata que pasó mucho de su infancia en Crimea, pero “tras la anexión la sigo considerando ucraniana. No apoyo ese falso referéndum con soldados rusos”. Matiza que, según sabe, es cierto que “toda esa gente se considera rusa, a diferencia de los ucranianos en el Donbás y en Lugansk. Ellos son ucranianos, a los que están intentando rusificar con violencia”.

La vida tras la guerra

Sergey no proyecta un futuro en Rusia, pero tampoco en Bielorrusia. Imposibilitado de entrar a la Unión Europea, sus opciones se limitan a Europa del Este, principalmente a los territorios exsoviéticos, bálticos o nórdicos.

“Creo que este mismo año en mayo o junio, cuando se acabe mi contrato, me iré tal vez a Georgia o Kazajistán”, anticipa. Mirando aún más allá, dice que “no sé aún qué haré tras la guerra. Tal vez Estonia, Lituania o Finlandia, que están cerca de San Petersburgo”.

Lo que le mantiene atado a Rusia es que “mi madre tiene problemas al corazón, así que no puedo irme a EEUU, por ejemplo. Tengo que estar cerca si su situación empeora”.

“Si llegásemos a cambiar de gobierno, por supuesto que querría regresar, porque amo Rusia”, expresa finalmente, lamentando que “desafortunadamente, esta locura no tiene fin a la vista. No creo que pase, pero si Bielorrusia de repente entrase en la guerra, tomaré el primer avión a Turquía”.