Si de alianzas internacionales se trata, la Unión Europea es el ejemplo más importante vigente en el mundo. Desde su fundación tras la Segunda Guerra Mundial, ha crecido hasta englobar a 27 países del "viejo continente", los cuales han cedido parte de su soberanía para este proyecto, a cambio de beneficios comerciales y diplomáticos. Sudamérica no ha estado exento de proyectos que van en la misma dirección, aunque con mucho menos ambiciosos, pero se han visto severamente limitados para conseguir sus objetivos, y mucho más para trascender más allá de los gobiernos de turno que los fundan. ¿Por qué?

Con la llegada de Gabriel Boric a la presidencia de Chile, y la expectativa en la izquierda internacional ante una eventual victoria de Lula da Silva en Brasil y Gustavo Petro en Colombia, crecen las interrogantes en torno a la posibilidad de que se vuelva a intentar formar un organismo que englobe a los países de Sudamérica.

Y es que la situación parece idónea, con Luis Arce en Bolivia, Alberto Fernández en Argentina y Pedro Castillo en Perú, este sector político parece estar viviendo una suerte de resurgimiento en la región, pero ¿es esto suficiente?

La historia ya ha demostrado que no, según comenta el director ejecutivo de AthenaLab Juan Pablo Toro, explicando que en América del Sur y América Latina ya se han dado varios intentos que tropiezan por varios factores. Ninguno de ellos se acerca a los logros de referentes en integración regional como es, por ejemplo, la Unión Europea.

Dicho organismo ha ido mucho más allá que las iniciativas sudaméricanas, llegando a abrir fronteras en lo que se conoce como el “Espacio Schengen” con sus países cediendo soberanía a este ente supranacional, el cual cuenta no sólo con cumbres, sino con sus propios poderes legislativos, ejecutivos y judiciales.

“No han faltado iniciativas de integración en América Latina”, explica el especialista, destacando que “la cantidad de organismos que hay es enorme, algunos más políticos, otros más económicos”. Como ejemplos, enlista la CELAC, Unasur, Prosur, Mercosur, la Alianza del Pacífico, Aladi, la CAN y Caricom. Pero pese a la proliferación de entidades, “la mayoría de estas iniciativas pueden terminar fallando por problemas que están bastante identificados”.

En su experiencia, ha observado que “la integración, para que funcione, tiene que producir resultados. Y yo creo que la proliferación de grupos justamente te habla de la falta de resultados y de que cada cierto tiempo a alguien se le ocurre un organismo”.

Economías y comercio incompatibles

El primer problema ha sido más patente en las iniciativas que se enfocan en lo comercial o en lo económico, evidenciándose que algunos países presentan “diferenciales de desarrollo muy grandes”.

“Hay países que tienen más desarrollado, como puede ser Chile o Uruguay, y países menos desarrollados, como pueden ser los de Centroamérica. Entonces esos diferenciales de desarrollo hacen que los países tengan distintos intereses y prioridades”, explica Toro.

En otros casos, la economía simplemente no es “complementaria”, así que los países que intentan integrarse “terminan produciendo lo mismo”. “Piensa que nosotros con Perú podríamos tratar de integrarnos económicamente, pero ambos exportamos cobre y harina de pescado básicamente como commodities, y entonces no nos vamos a vender esas cosas entre nosotros”, ejemplifica.

Asimismo, Toro apunta a otras diferencias clave que complican la integración: “Las economías que están en América Latina hacia el Pacífico son abiertas al mundo y llenas de oportunidades para el comercio. En cambio, las economías en una parte de América que mira al Atlántico, más bien son de tipo proteccionista”, distingue.

“La verdad es que tenemos varias diferencias y a veces esta integración puede ser positiva, pero a la larga los resultados son magros. Piensa en el Mercosur, que se funda el 1991, pero desde entonces los países comercian entre ellos menos que antes”.

Miopía política

“Otro problema que también hay en América Latina es que los gobiernos de turno son incapaces de mantener políticas de largo plazo”, critica el analista. “Básicamente cambia el color del gobierno, y los gobiernos que asumen tratan de hacer algo totalmente diferente al anterior y desechan todos los proyectos anteriores”.

Esto es algo que se ha probado muchas veces, indica, lo cual se traduce en que “el interés que le ponen a los distintos organismos internacionales suma o baja dependiendo del color que tenga el o la presidenta que esté en un momento dado, y la sintonía que tenga con con sus pares”.

Conectado con el punto anterior, Toro apunta a la “sobreideologización” de los gobiernos en la región.

“Hay muchos proyectos de integración que son percibidos como iniciativas de izquierda o derecha”, indica, ejemplificando con la Unasur, “que fue básicamente creada a instancias de Lula y financiada por Chávez en un primer momento, y piensa en Prosur, que es visto como algo de derecha”.

Este rasgo, entonces, impide que estos organismos “trasciendan más allá”.

Por lo tanto, respecto de la hipótesis sobre si con una presencia dominante de gobiernos de izquierda esta integración sería factible, el especialista se muestra escéptico. “¿Qué pasa si en esos gobiernos no se produce ese cambio político? ¿Qué pasa, por ejemplo, si se reelige Bolsonaro o si sale alguien que no es Petro?”, cuestiona.

E incluso, yendo más allá, aún quedaría la interrogante sobre si estos gobiernos conseguirían mantener sus agendas más allá de los años que duren sus períodos.

Pero, ¿cómo lo hizo la Unión Europea?

“La verdad es que la integración para ser efectiva debiese trascender tanto el color político de los gobiernos como la duración de los períodos. En ese sentido, la Unión Europea es bien diferente porque se crea como un proyecto político que en esencia buscaba ayudar a que Alemania y Francia, no cayeran en otra guerra después de la Segunda Guerra Mundial”, relata Toro, apelando a los orígenes

En el caso de la UE, también influye la existencia de una integración económica previa, teniendo por antecedente clave la Comunidad de Acero y el Carbón.

“Pero la Unión Europea es producto de un largo trabajo de décadas donde temas como los diferenciales de desarrollo se han ido reduciendo”, para lo cual, explica, han sido clave los fondos de estabilización que el organismo concede a sus nuevos miembros: “Cada vez que un país se unía a la Unión Europea y no tenía las condiciones económicas o financiera por distintos motivos, la UE le daba un fondo que lo ayudaba a estabilizarse, prosperar y corregir los desbalances que tuviera para cumplir con las metas”.

Este beneficio causa que los países se vayan incorporando y cediendo soberanía, así como creando políticas de largo plazo e integrándose en el mercado con la libertad de circulación de bienes, de personas, y de capitales. “Es un proyecto de muy largo aliento, pero que supera todo lo otro. Logra que los desarrollos sean más parejos, logra que sin importar el gobierno de turno del color que sea la política y los acuerdos trasciendan y se mantengan independiente del cambio que haya”, resume el experto.

Otro problema más blando presente en América Latina es que, de cierta forma, sus fronteras tienen un ángulo cultural que no se condice necesariamente con las demarcaciones oficiales. ¿Hasta adonde llega América Latina?, porque si tienes 50 millones personas que hablan español en Estados Unidos, es mucho más grande que llegar a la frontera con México”, plantea Toro.

“Lo otro es que tiene dinámicas muy propias. Por ejemplo Centroamérica es una realidad bastante distinta a la que tiene Sudamérica, y en la misma Sudamérica, por ejemplo, tienes la región andina, que tiene ciertas dinámicas que le son propias y muy diferentes de lo que tiene el Cono Sur”.

¿Y qué piensan Estados Unidos y China? ¿Influyen?

“Estados Unidos hace rato abandonó la idea de intervenir acá, o de buscarse estos diseños regionales”, responde, en referencia a las políticas exteriores que caracterizaron a la potencia especialmente durante el siglo pasado, como la “Doctrina Truman”. “EEUU más bien está buscando ciertas relaciones privilegiadas con algunos países y con otros no”, normalmente en virtud de lo amigables que han sido los vínculos históricos.

Actualmente, sostiene, los EEUU resuelven “caso a caso” manteniendo cercanía, principalmente, con México -su vecino al sur-, con Brasil -por relevancia y tamaño- y con Colombia -que sería su mayor socio en materia de seguridad. Chile y Costa Rica también mantienen “buenas relaciones” con la superpotencia, acota.

“Por otro lado, a China siempre le ha gustado que haya organismos latinoamericanos que pueden hablar como una sola voz. De hecho, siempre ha promovido ese diálogo China-CELAC”, explica, recalcando que el gigante asiático ha buscado la presencia de “interlocutores regionales que le permita hablar con un alguien representativo y no tener que hablar con toda esta gama de países”.

En tanto, la Unión Europea “también ha tratado de buscar algún tipo de relación con organismos latinoamericanos, pero ahí está estancado el acuerdo UE-Mercosur hace tiempo”.

“Entonces, la verdad que yo no creo que potencias extranjeras estén interviniendo, lo que pasa es que la integración funciona cuando les da resultado y así pasó a los europeos, y por eso siguieron avanzando. Si la Unión Europea hubiera sido una mala idea, se habría desarmado”, fundamenta Toro, recordando que uno de los temores que surgieron del Brexit es que otros países comenzaran también a abandonar el organismo. “Y ¿se salió alguien?. No, y hay muchos ingleses que están muy arrepentidos”.