Gonzalo de Rojas se sitúa como uno de los poetas más influyentes y fundamentales de las últimas décadas, tanto para Chile como para toda Latinoamérica. Fue aclamado con numerosos galardones y reconocimientos internacionales, donde destacan el Premio Nacional de Literatura y el Cervantes.
Su poesía se define por su erotismo, compromiso social y rasgos autobiográficos, donde narra distintos episodios que marcaron su vida, desde su tartamudez, la muerte de su madre o el gran drama que supuso su forzado exilio del país.

Inicios de su pasión por las letras

Su primer contacto con las palabras se remonta a ese día de su niñez, cuando una noche de tormenta en su Lebu natal, escucha la palabra “relámpago”. “Y ese relámpago, como palabra, como palabra esdrújula —re-lám-pa-go—, pudo más en mí que todo el espectáculo de la cohetería preciosa en el cielo que se derrumbaba, de los relámpagos reales, de los rayos, de los truenos… Se me quedó pegada la palabra: la palabra era más poderosa y despertaba más en mí que el mismo episodio natural”, relataría.

A pesar de esa primera fascinación por las letras, no será hasta los nueve años cuando el poeta aprenda a leer. Tarde, muy tarde, afirmará, pero su aprendizaje apenas demorará un par de meses, hecho notable para alguien de su edad. “Tres meses veloces en el río del silabario. Pero las palabras arden: se aparecen con un sonido más allá de todo sentido, con un fulgor y hasta con un peso especialísimo”, recitó en uno de sus más conocidos poemas.

Pero las cosas no fueron fáciles para el pequeño Gonzalo. En el internado donde estaba no existía radio u otras diversiones, por lo que les hacían a leer novelas para entretenerse. Sus problemas de tartamudeo no pasaron entonces inadvertidos y provocaron día a día la burla de sus compañeros. Eso le llevó a buscar una vía de escape y comenzó a sustituir las palabras que le resultaban difíciles durante sus lecturas en voz alta. “Me costaba un mundo sacar los vocablos con fonemas duros, la pe, la te, la ka, qué horror, en lugar de leerlos, me inventaba otra palabra suave y hacía jugar mi imaginación. Ése es el taller interno de un poeta”, explicaría años después.

El sacerdote alemán y especialista en lenguas clásicas que le enseña durante sus años en Concepción, Guillermo Jünemann, fue su primer acercamiento con la literatura. Empiezan entonces sus asiduas lecturas a los clásicos griegos, latinos, franceses y españoles del siglo de oro y con 16 años ya escribe sus primeras composiciones poéticas.

Reconocido en el mundo entero

En 1968 durante un Congreso Internacional en la Habana el reconocido escritor argentino diría “Gonzalo de Rojas le devuelve a la poesía tantas cosas que le han quitado”.

Y es que el poeta marcó un antes y un después en la historia literaria del país, y durante toda su vida se le relacionó con la elite intelectual y grandes personalidades de la época. Cómo el mismo afirmaría cuando recogió el Premio Octavio Paz: “Dialogué los arcanos con Breton en la Rue Fontaine; con Mao, que alguna vez dijo: ‘Deseo medirme con los dioses’; bajé a las minas del carbón de Chile, en el submar de Lota, allá abajo, con ese loco de Allen Ginsberg; vi el rostro de Vallejo entre las nubes de ese avión a 10 mil metros; discutí en mis infancias con Huidobro; dialogué largo con Neruda, quien durmió tantas veces en mi casa; así y así habré visto a tantos”.

En 1946, Gonzalo Rojas ganó el concurso literario de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) con “La miseria del hombre”, su primer poemario. Pero la institución nunca le llegó a publicar, por lo que decidió publicarlos en un pequeño taller de Valparaíso especializado en afiches de circo, “la imprenta Roma”. Esta recolección de poemas fue el primer trabajo grande que harían y que Rojas denominó “el libro más feo del mundo”.

Tras esto las publicaciones y premios se sucedieron sin descanso, y desde comienzos de la década de los 90 comenzará a recibir diversos reconocimientos oficiales. En 1992 es galardonado la primera edición del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en el Palacio Real de Madrid, mismo año que recibe el Premio Nacional de Literatura. En 1997 el Presidente de Argentina le entrega el Premio José Hernández, la más alta distinción literaria del país, y un año después el mexicano Premio Octavio Paz. Pero el más significativo llegará en abril de 2003 cuando recibirá el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispanas, de manos del Rey Juan Carlos I.

Otras conmemoraciones relevantes fueron su participación como miembro honorario de la Academia Chilena de la Lengua, su candidatura al Premio Nobel de Literatura y la creación de la “Fundación de Estudios Iberoamericanos Gonzalo Rojas” en Santiago en el año 2005. Además de todo eso, Rojas recibió diferentes Doctorados Honoris Causa otorgados por universidades chilenas, norteamericanas e iberoamericanas, dejando un legado que perdurará para siempre en la poesía de Chile, Latinoamérica y el mundo entero.

“Víctima del desorden que impide el desarrollo de mi mundo, no me lamento de esto ni lo otro. Sufro, velo y trabajo como si cada noche tuviera que morirme, porque debo ganarme la vida para siempre”, Gonzalo Rojas.