Libertad de movimiento: otro gesto de amistad de Skármeta

Libertad de movimiento, Sudamericana (c)
Libertad de movimiento, Sudamericana (c)
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Leer a Antonio Skármeta siempre es un acto de amistad. Una prosa generosa de guiños, construcción argumental que fluye en el buen espacio de la empatía. Por eso en su obra siempre hay situaciones, personajes, detalles, emociones que nos identifican con lo mejor de la condición humana: la estética de lo simple.

Texto de Marcel Socías Montofré

Sin duda, su último libro de relatos -“Libertad de Movimiento”- no hace excepción. Por el contrario, es un refinamiento de su tan bien lograda técnica en el género de la ficción breve. Once relatos que se despliegan sobre la mesa del lector como buen bocado para identificarse, hundirse cómodamente en la buena expresión “he vivido situaciones parecidas…”.

Así es como “El amante de Teresa Clavel” resulta en una doble lectura. Aquella que nos relata Skármeta en el espacio de la simbología, el antihéroe que encontramos en la resistencia haitiana que generó el derrocamiento de Jean-Bertrand Aristide. Pero en una segunda lectura nos damos cuenta que el mismo antihéroe lo encontramos en situaciones mucho más próximas, cotidianas, traiciones fugaces, caseras, lejanas al establishment, ajenas al poder, más cercanas a aquellas traiciones que todos –en Haití o frente al espejo- cometemos por inercia, por omisión, porque la Gran Historia poco tiene que ver con las pequeñas historias personales de los que entran a la contingencia por la puerta de atrás, anónimos y sin entender mucho por qué deben entrar. Aquel es “el otro” al que Skármeta ni siquiera le asigna nombre en su relato, pero que sí rescata en nombre de la compresión.

Así también “Efímera” es otra exquisita metáfora de los amores fugaces, el deseo voluptuoso, la constante tentación de la aventura sexual, aquella que nos salva y nos redime del inefable rito que a menudo nos lleva desde los cortejos hasta la cama, para después repetir el palimpsesto de preguntar y saber dónde nacimos, cuándo, de quién, por qué las cicatrices como tatuajes, qué signo del zodiaco nos prefiguró la vida, qué hicimos todo ese tiempo antes de conocernos y hasta las veces que destrozamos el amor…Cortejos del que Skármeta nos salva en la última línea del relato, donde la entrega de las llaves en una habitación de hotel en Punta del Este, es nuestra propia oportunidad de saltar de la ventana al cielo de la aventura erótica.

Y así también nos miramos al espejo en el melancólico relato “Cuando cumplas veintiún años”, donde la partida repentina del personaje principal, su adolescencia más inquieta por las hormonas que por el destierro, nos rebobina la vida por olores, por colores y por sabor. Imágenes perpetuadas en algún hemisferio del cerebro donde una mujer borrosa –por los años y la distancia- sigue siendo la que nos despertó el lívido y por eso, sobre todo por eso, nos instalamos en ambos lados del diafragma, cóncavo en los escombro de los viejos deseos y convexo ardiente en los cuerpos adolescentes. Por cierto, el detalle del “bigotito” en el adolescente protagonista se agradece por su tierno sentido del humor.

Con estos y otros deliciosos relatos –como la alusión al digno fútbol de barrio en “Chilenito” o el vacío taoísta de “Borges” y “Oktoberlied”-, nos vamos adentrando una vez más en ese mundo tan posible de habitar gracias a la prosa de Antonio Skármeta, el mismo que tanto disfrutamos desde sus primeros libros de cuentos, como “El entusiasmo” (1967), “El desnudo en el tejado” (1969) y “”Tiro Libre” (1973), y que hoy –tantas vidas después- disfruta de sana vigencia en estos días tan necesarios de renunciar a todas las fuerzas, incluso la fuerza de gravedad que nos ata a los detritos de una memoria país y personal demasiado exaltada, para disfrutar la tranquila lectura y la vida con la “Libertad de Movimiento” que Skármeta nos propone con otro guiño de su espléndido sentido lúdico.

Skármeta, Antonio. (2015). Libertad de Movimiento. Santiago de Chile. Sudamericana.

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Leer a Antonio Skármeta siempre es un acto de amistad. Una prosa generosa de guiños, construcción argumental que fluye en el buen espacio de la empatía. Por eso en su obra siempre hay situaciones, personajes, detalles, emociones que nos identifican con lo mejor de la condición humana: la estética de lo simple.

Texto de Marcel Socías Montofré

Sin duda, su último libro de relatos -“Libertad de Movimiento”- no hace excepción. Por el contrario, es un refinamiento de su tan bien lograda técnica en el género de la ficción breve. Once relatos que se despliegan sobre la mesa del lector como buen bocado para identificarse, hundirse cómodamente en la buena expresión “he vivido situaciones parecidas…”.

Así es como “El amante de Teresa Clavel” resulta en una doble lectura. Aquella que nos relata Skármeta en el espacio de la simbología, el antihéroe que encontramos en la resistencia haitiana que generó el derrocamiento de Jean-Bertrand Aristide. Pero en una segunda lectura nos damos cuenta que el mismo antihéroe lo encontramos en situaciones mucho más próximas, cotidianas, traiciones fugaces, caseras, lejanas al establishment, ajenas al poder, más cercanas a aquellas traiciones que todos –en Haití o frente al espejo- cometemos por inercia, por omisión, porque la Gran Historia poco tiene que ver con las pequeñas historias personales de los que entran a la contingencia por la puerta de atrás, anónimos y sin entender mucho por qué deben entrar. Aquel es “el otro” al que Skármeta ni siquiera le asigna nombre en su relato, pero que sí rescata en nombre de la compresión.

Así también “Efímera” es otra exquisita metáfora de los amores fugaces, el deseo voluptuoso, la constante tentación de la aventura sexual, aquella que nos salva y nos redime del inefable rito que a menudo nos lleva desde los cortejos hasta la cama, para después repetir el palimpsesto de preguntar y saber dónde nacimos, cuándo, de quién, por qué las cicatrices como tatuajes, qué signo del zodiaco nos prefiguró la vida, qué hicimos todo ese tiempo antes de conocernos y hasta las veces que destrozamos el amor…Cortejos del que Skármeta nos salva en la última línea del relato, donde la entrega de las llaves en una habitación de hotel en Punta del Este, es nuestra propia oportunidad de saltar de la ventana al cielo de la aventura erótica.

Y así también nos miramos al espejo en el melancólico relato “Cuando cumplas veintiún años”, donde la partida repentina del personaje principal, su adolescencia más inquieta por las hormonas que por el destierro, nos rebobina la vida por olores, por colores y por sabor. Imágenes perpetuadas en algún hemisferio del cerebro donde una mujer borrosa –por los años y la distancia- sigue siendo la que nos despertó el lívido y por eso, sobre todo por eso, nos instalamos en ambos lados del diafragma, cóncavo en los escombro de los viejos deseos y convexo ardiente en los cuerpos adolescentes. Por cierto, el detalle del “bigotito” en el adolescente protagonista se agradece por su tierno sentido del humor.

Con estos y otros deliciosos relatos –como la alusión al digno fútbol de barrio en “Chilenito” o el vacío taoísta de “Borges” y “Oktoberlied”-, nos vamos adentrando una vez más en ese mundo tan posible de habitar gracias a la prosa de Antonio Skármeta, el mismo que tanto disfrutamos desde sus primeros libros de cuentos, como “El entusiasmo” (1967), “El desnudo en el tejado” (1969) y “”Tiro Libre” (1973), y que hoy –tantas vidas después- disfruta de sana vigencia en estos días tan necesarios de renunciar a todas las fuerzas, incluso la fuerza de gravedad que nos ata a los detritos de una memoria país y personal demasiado exaltada, para disfrutar la tranquila lectura y la vida con la “Libertad de Movimiento” que Skármeta nos propone con otro guiño de su espléndido sentido lúdico.

Skármeta, Antonio. (2015). Libertad de Movimiento. Santiago de Chile. Sudamericana.