Uno de los momentos de mi vida que más atesoro es mi primer viaje a Santiago (soy penquista). Fue un 15 de agosto del 2000, cuando tenía 13 años, y el motivo del viaje era bien especial: Chile jugaba con Brasil en las eliminatorias para el Mundial de Corea-Japón 2002 y mi papá compró entradas.

A esa edad, mis idas a la cancha se limitaban al Estadio Municipal de Collao para ver a Colo Colo, el Conce y a Fernández Vial, por lo que ver por primera vez a la selección tenía sabor especial. Aunque la gracia era ver a las estrellas brasileñas, para mí era cumplir un sueño ver jugar a Iván Zamorano, Marcelo Salas y a varias de las figuras que nos representaron en Francia 98.

Esa noche fue inolvidable. Chile ganó con un rotundo 3 a 0 y me volví a Concepción con la satisfacción de haber cumplido un sueño, situación que si hubiese ocurrido en el último proceso clasificatorio probablemente no hubiese pasado de un deseo.

Los partidos de La Roja de los últimos años se han caracterizado por el alto valor de las entradas. Para qué vamos a estar con cosas: ver a la selección es un lujo que pocos se pueden dar.

Para contextualizar, en el último partido clasificatorio para Brasil 2014, jugado en el Estadio Nacional frente a Ecuador, el precio de los tickets era de $11 mil la galería, $22 mil los codos, $38.500 los laterales, $55 mil Andes, $77 mil Pacífico Bajo y $154 mil Pacífico Alto. Si esos hubiesen sido los precios para el partido Chile-Brasil del 2000, mi padre habría tenido que desembolsar $110 mil en entradas para ambos, un esfuerzo económico descartable considerando que en un hogar siempre hay necesidades más importantes.

Hoy, nuestro combinado nacional viene de haber ganado la última Copa América, y las ganas por ver a este equipo serán enormes en el debut de las eliminatorias para Rusia 2018, sobre todo considerando que el rival es el pentacampeón del mundo: Brasil. Obviamente habrá locura por los tickets y estos se agotarán rápidamente sin importar su valor. Si las entradas cuestan caras es porque en Chile hay un público dispuesto a pagarlas.

Pero, también hay otro público que no tiene el dinero suficiente, o si lo tiene, debe sacrificarse para poder ir al estadio. Las entradas no son infinitas, y siempre las galerías se terminan primero por su bajo costo. Me pasó para Copa América, donde me salí del presupuesto para poder ver a La Roja porque cuando entré al sitio web que vendía los boletos, a sólo minutos de iniciada la comercialización, ya no quedaban galerías.

Me encantaría que La Roja no tuviese precios tan privativos, se supone que es La Roja de todos. Espero que en este proceso los valores de las entradas no se disparen y, al menos, se mantengan al nivel de las eliminatorias pasadas, aunque es difícil que pase considerando la inflación. Hoy todo es más caro que hace dos años.

No es un resentimiento ni tampoco un grito de justicia social. Simplemente me gustaría que otros niños y jóvenes puedan cumplir su sueño de ver a sus ídolos jugando y, aunque sea por única vez en sus vidas, no se queden con la transmisión televisiva y vivan lo que es Chile jugando con su gente. Yo lo viví y fue increíble. Que el dinero no sea un impedimento.