Jacqueline F. cayó en la trampa. Ella creyó en una noticia falsa difundida a través de un presunto pantallazo de un diario en Instagram en 2019. Esa falsa noticia decía que agentes de policía habían ahorcado a manifestantes en las estaciones del metro de Chile.

En ese momento, los chilenos protestaban contra el aumento del costo del transporte público, y, si bien los carabineros reprimieron duramente a los manifestantes, lo que fue criticado por organizaciones de derechos humanos, no colgaron a nadie de la horca. “Me quedé totalmente sorprendida y pensé: ‘¿cómo es posible que la Policía en Chile haga eso?’”, recuerda Jacqueline F.

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Jacqueline cayó accidentalmente en la trampa. Pero hay personas que prefieren dar crédito a la desinformación y a las teorías conspirativas. “Eso depende de las propias posturas”, explica a DW el investigador de conflictos Andreas Zick. “Cuando se tienen ciertas actitudes o imágenes preconcebidas del enemigo, se tiende a creer en los mitos conspirativos”. Las imágenes del enemigo pueden ser, por ejemplo, la Policía, un gobierno, o incluso activistas de la lucha contra el cambio climático.

En las redes sociales hay innumerables ofertas en línea que confirman la propia opinión, dice Zick. “Por eso muchos sólo leen o ven canales que corresponden con su opinión. Es más que una burbuja, es una especie de universo paralelo que satisface todo tipo de necesidades”.

El miedo juega un papel importante en esto, dice el profesor de Psicología Andreas Kappes, de la City University de Londres. “Puede ser, por ejemplo, que alguien tenga miedo a las agujas y que por ello no quiera que le apliquen vacunas”, explica. La persona busca entonces información que refuerce que las vacunas son peligrosas y que no hay que vacunarse.

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“Así que antes de preguntarse ‘¿por qué la gente no cree en la ciencia?’, hay que cuestionarse por qué no quiere creer en la ciencia”, señala Kappes. Según él, el problema no reside en si las personas son cultas o incultas.

Poca diferenciación entre fuentes acreditadas y no acreditadas

Sin embargo, la capacidad de distinguir entre buenas y malas fuentes desempeña un papel importante, explica la neurocientífica Franca Parianen. “Los ideólogos de la conspiración no aplican parámetros serios a la hora de escoger si sus fuentes son expertas, o se limitan a cualquier video que alguien publicó en YouTube”, explica. Añade que esto no se enseña lo suficiente, ni siquiera a los niños en la escuela.

Además, quienes han sufrido una grave crisis en sus vidas y han perdido hasta el control sobre ella suelen ser vulnerables a las noticias falsas, afirma Parianen, quien agrega que creer en algo, aunque sea falso, le devuelve a la gente cierta seguridad.

“Aceptar una explicación fácil para las cosas difíciles vuelve el mundo aparentemente más comprensible”, explica el neurocientífico, y concluye que “cuando quienes creen en las leyendas de conspiración se sienten inseguros, se esfuerzan aún más por convencer a otras personas. Porque si alguien más cree lo mismo, se sienten confirmados en su creencia”.

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Durante la pandemia, el aburrimiento ha sido un factor adicional, dijo. “El aburrimiento contribuye a que la gente quede atrapada en leyendas de la conspiración”, explica Parianen. De repente, uno tiene mucho tiempo para buscar datos y opiniones en muchos sitios de Internet que corroboran la tendencia propia a creer en leyendas, indica. “Si luego te unes a una comunidad, ya no te sientes solo en casa. Al final, resulta que te identificas con un grupo”.

El algoritmo como catalizador de las noticias falsas

Sin embargo, las fake news no son sólo un producto de la psicología del usuario, sino también de las redes sociales, aclar Jens Koed Madsen, asistente de investigación de la Universidad de Oxford, en entrevista con DW. La combinación de la propia opinión y el algoritmo es peligrosa, puntualiza.

Una investigación estadounidense asegura, por ejemplo, que las noticias falsas se difunden mucho más rápido en Twitter que las reales. “Las noticias falsas suelen contener un lenguaje emocional, a menudo escabroso”, destaca Madsen. A veces, la desinformación es tan absurda, pero “divertida” que incluso la gente que cree en ella, lamentablemente la comparte.

Sin embargo, quienes piensan que las leyendas de la conspiración son verdaderas aún pueden ser convencidos con argumentos racionales, explica Andreas Kappes. Sólo hay que dirigirse a esas personas de la manera adecuada. “Si se los contradice, no escuchan al otro”, dice el psicólogo. Por ello, añade, “hay que encontrar un terreno común, una cosa en la que se esté de acuerdo, y luego discutirla y presentar los hechos”.

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Al fin y al cabo, la gente que cree en noticias falsas necesita encontrar algo que le dé seguridad. “Ayuda buscar espacios en la vida que se puedan controlar, involucrarse en organizaciones democráticas”, recomienda, por ejemplo Parianen, “Las relaciones confiables en el entorno siempre ayudan”. Así como la capacitación en la selección de las fuentes. Saber qué fuentes son fiables y cuáles no es clave.

Ese comportamiento ayuda, sobre todo, a personas como Jacqueline F., que tienden a caer en la trampa de la difusión de noticias falsas. Ahora, ella investiga las noticias con más detenimiento: “Si no sé si algo es falso o verídico, trato de buscar más información al respecto. Intento basarme en fuentes fiables y no en portales de internet poco serios”, dice.