Así es probable Washington esté evaluando el coste en sangre que pueden tener las distintas opciones de un eventual ataque, ninguna exenta de riesgos para la vida humana.
El Libro “Guerra” (2024) de Bob Woodward recogió la impresión del consejero de seguridad nacional de la administración Biden, Jake Sullivan, al apreciar satelitalmente en febrero de 2022 una aglomeración militar rusa en la frontera con Ucrania: “Ahí está la pistola de Chejov”, exclamó.
Sigilosamente el Presidente Putin había movilizado 110 mil efectivos, y como postulaba su connacional dramaturgo, si en un relato hay un rifle colgado en la pared, era para dispararse, y si aquello no ocurría, nunca debió aparecer en escena. En Ucrania se materializó una invasión a escala el 24 de ese mes, que está a meses de entrar en su cuarto año.
Lo mismo podría decirse de la Flotilla que Estados Unidos congregó desde agosto pasado en El Caribe y que hoy alcanza más de 15 mil efectivos premunidos de armamento de última generación, y que el 2 de septiembre ha abierto fuego sobre embarcaciones sindicadas como narco-lanchas.
En la actualidad se han hundido 23 navíos ligeros con más ochenta personas fallecidas bajo la acusación extrajudicial de narco-terrorismo. Pero la intervención en Venezuela parece en suspenso con cotidianos aprietes de tuercas como para mantener la tensión dramática.
Fue reconocida por las partes implicadas la llamada telefónica entre el Presidente Trump y Maduro, del día 21 de noviembre, en la que el primero aseguró haber dado un ultimátum al neo-bolivariano “usted y su familia tendrán un salvoconducto y podrán salir de inmediato del país”.
Pero Maduro aparentemente exigió más garantías: inmunidad para un círculo mayor y una transición híbrida que cubriera su retirada, con alguien como la Vicepresidenta Delcy Rodríguez a cargo del interinato. En cualquier caso, el plazo que se ofreció para concretar el desalojo chavista expiró el 28 de ese mes, cuestión verosímil si se atiende a que al día siguiente el mandatario estadounidense decretó el cierre del espacio aéreo venezolano.
Sin duda el despliegue de furia ha sido el amuleto de Trump, como solía decir en su primigenia candidatura presidencial: “Me da rabia. Me da rabia. Siempre la he tenido. No sé”. Esta ira ha sido una marca personal que le ha permitido prosperar tanto en su carrera en los negocios como en la política.
A pesar que una parte de su electorado lo votó con un mensaje de no más intervenciones bélicas, y su interés declarado en el Nobel de Paz, Trump concentró un grupo anfibio (con un buque de guerra y dos transportadoras), un crucero de misiles, dos destructores navales, un submarino y el portaviones insignia “Gerald Ford”, además de bombardero aéreos B-52 y B-1, aviones de reconocimiento y cazas F-35 y F-18. Un músculo que podría tener cerca del 20% de los recursos militares estadounidenses, clara demostración de poder y posibilidad de furia desatada.
Sin embargo, el escenario interno de la potencia hemisférica-global se complejizó al aparecer el ruido. Primero porque se supo que dos náufragos sobrevivientes de la lancha hundida el 2 de septiembre fueron “rematados” sin esclarecerse quien tomó la decisión, si el jefe de operaciones especiales almirante Frank Bradley, o el secretario del Pentágono, Pete Hegseth, un asunto que ha interesado a sectores bipartidistas del congreso incluyendo al senador por Kentucky Rand Paul.
Segundo, Trump indultó al ex presidente de Honduras Juan Orlando Hernández (2013-2021), sentenciado por tribunales de Estados Unidos por vínculos con el cartel de Sinaloa y con responsabilidad en la internación de más de 400 kilos de cocaína. Difícil de explicar en un contexto dominado por la “Guerra contra el Narco-terrorismo”, aunque no faltan las versiones que hablan de dilación compensada de un exjefe de Estado en contacto con la cúpula madurista.
La literatura que es “el espejo de la vida” nos da ejemplos de este tipo de alboroto que cancelan o transforman planes: El “ruido” se interpuso a la enfurecida ambición de unos declinantes Compson –una familia tradicional del Sur estadounidense de entre Guerras- en el relato de 1929 de William Faulkner “El sonido y la Furia”. También el ruido amenazante –al fondo el temor a lo desconocido- comparece en el cuento “Casa Tomada” (1947) de Julio Cortazar cuando un “rumor doméstico” en una de las habitaciones se convierte en algarabía. Los hermanos protagonistas, el narrador e Irene, terminan por salir de casa, cerrándola por fuera y tirando las llaves por las alcantarillas.
Así es probable Washington esté evaluando el coste en sangre que pueden tener las distintas opciones de un eventual ataque –por primera vez en Sudamérica y sin autorización del Congreso de Estados Unidos, mediante una norma que le permite al Ejecutivo actuar en defensa, pero por un período ya excedido-, ninguna exenta de riesgos para la vida humana.
Una primera embestida puede dejar ciego, sordo, mudo a los radares, al mando y control venezolano por la asimetría de poder desplegada. El dominio aéreo parece al alcance, pero el terreno enemigo deja preguntas ¿Los colectivos chavistas urbanos, podrán entorpecer operaciones especiales?, acaso ¿puede haber una fracción de la dictadura militar que se refugie en la selva al sur del Orinoco planteando una resistencia armada?, en definitiva ¿la Fuerzas Armada bolivariana se quebrara, apoyando una parte sustancial a Estados Unidos o la mayoría se reciclará en Guerrilla?
Se supone que Vietnam, y Faluya en Irak implicaron aprendizajes, lo mismo que la campaña Libia con Estados Unidos participando de los bombardeos y la exclusión aérea, que si bien coadyuvaron a sacar a Gadafi del poder tras 34 años, fue seguido por el desgobierno, la inestabilidad y la lucha inter-facciones.
En definitiva el verdadero adversario de Estados Unidos es el caos que como un rumor ascendente puede atacar al Ejército mejor equipado y más profesional del mundo. Por ello, se ha ganado tiempo para lograr una salida negociada. Mientras, la pirotecnia continúa, bajo la forma de invectivas contra la Colombia dirigida por el Presidente Petro como “siguiente” objetivo, afirmó el mandatario estadounidense, aunque es probable que su secretario de Estado esté pensando en la isla de la que salieron sus padres. Lo único claro es que es difícil desescalar la crisis sin nada a cambio, o como dicen lo asesores en el salón Oval: es demasiado tarde para echar pie atrás.
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