Ahí empieza la verdadera política, que no se juega solo en quién gana, sino en cómo se administra lo que ocurre después.
Cuando esté publicada esta columna usted estará camino al local de votación, o en una de esas la lee en la fila. Va a ser mucho más corta que en la anterior, pues más del 85%, incluyendo usted, ya tiene decidido el voto.
Lo verdaderamente entretenido empieza a eso de las 19:30, cuando el Servel, con la certeza a la que nos tiene acostumbrados, empiece a liberar los resultados. Ahí empieza la verdadera política, que no se juega solo en quién gana, sino en cómo se administra lo que ocurre después. Veamos qué puede pasar en cada caso.
Primer escenario: una diferencia amplia entre Jara y Kast
Si José Antonio Kast gana por un margen holgado, no estaremos solo ante una derrota electoral de Jeannette Jara. Será algo más incómodo: una derrota cultural de la izquierda chilena ante el candidato más extremo que ha enfrentado en el último tiempo.
Será la confirmación de que su relato moralizante, identitario y pedagógico dejó de conversar con una mayoría cansada de la incertidumbre y ávida de tranquilidad.
Pero ese mismo resultado encierra un riesgo simétrico. La experiencia de 2023 sigue fresca: tras la aplastante elección de consejeros, el mundo republicano leyó el resultado como un cheque en blanco. Lo que siguió fue soberbia, exceso de confianza y una incapacidad evidente para entender el límite social del mandato recibido.
La derrota en diciembre de su propuesta constitucional pareció a muchos el fin de su camino a La Moneda, pero no hay muertos en política salvo en el cementerio.
Kast llega con atributos claros —coherencia ideológica, disciplina estratégica y una promesa simple de orden—, pero su mayor amenaza no está en perder, sino en creer que una victoria contundente autoriza a gobernar sin contrapesos.
Segundo escenario: una noche cargada de votos nulos y blancos
Si el porcentaje es alto, Franco Parisi intentará, sin sorpresa, apropiarse del fenómeno. Dirá que esos votos le pertenecen, que son la expresión de su electorado silente.
Conviene recordar una obviedad interesadamente olvidada: el voto es obligatorio. Una parte relevante de esos nulos y blancos no es adhesión política, sino hastío, castigo sin destinatario o rechazo a una oferta que no logra interpelar.
También pueden ser muchos que con voto voluntario, se habrían quedado en casa ante dos ofertas que no les parecieron convincentes. No constituyen un movimiento coherente ni un capital político automáticamente transferible. Son, más bien, el ruido de fondo de una democracia fatigada, que resiste ser ordenada en categorías simples.
Tercer escenario: una elección estrecha
Este es, paradójicamente, el escenario más exigente para ambos contendores. Un resultado ajustado entre Jara y Kast no solo reduce la épica del ganador; redefine por completo el marco del día siguiente. Aquí no hay cheque en blanco ni mandato moral, sino una mayoría frágil, obligada a administrar con cuidado cada gesto.
Para Kast, una victoria estrecha desactiva la tentación del rodillo y hace inevitable una relación más transaccional con el Congreso y con sectores que no forman parte de su núcleo duro. Gobernar desde el orden, en ese contexto, requiere algo más que consignas: exige gestión y contención.
Para Jara, una derrota corta cambia el estatuto político de su candidatura: no sería el cierre de un ciclo, sino la prueba de que su relato —basado en cercanía, protección y biografía reconocible— logró perforar un clima adverso.
La epopeya de ser competitiva pese a las dificultades que le puso su partido en los inicios, y la intromisión de Boric en la campaña dándole el abrazo del oso, mostraría que es la mejor líder de la oposición en el ciclo que viene.
En Chile, las elecciones estrechas no producen gobiernos fuertes, pero sí oposiciones con legitimidad y futuros abiertos.
Cuarto escenario —el improbable—: que gane Jeannette Jara
Es de baja probabilidad, pero no imposible, pues la vez pasada hubo 20 puntos que no leyó ninguna encuesta. Comprenderán ustedes que será una verdadera revolución política.
Jara habría ganado contra la suma histórica de la derecha, contra el clima de orden y contra la inercia que imponía el voto obligatorio.
Sus atributos —cercanía, trayectoria social y una idea persistente de protección— habrían logrado lo excepcional: convertir una candidatura subestimada en mayoría efectiva.
No sería continuidad del gobierno; sería una anomalía histórica que obligaría a reescribir los manuales recientes sobre miedo, estabilidad y comportamiento electoral.
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