En lo más básico de las experiencias emocionales tempranas, el candidato puede ser ubicado por el votante, entre alguien que “nos salve” de una catástrofe inminente o un “enemigo” a quien hay que vencer, máxime si el mundo aparece tan polarizado.

Más allá de las propuestas de quienes postulan a un cargo y de la afinidad política de quien vota, lo que uno “desea” para su país permite adentrarnos en un mundo emocional que parece ser determinante al momento de elegir y casi imposible de predecir por las encuestas. Un factor sobre el cual pretenden influir quienes diseñan las campañas electorales.

La cuestión no es tan simple si consideramos que nuestras emociones tienen que ver con los registros inconscientes que tenemos, que se “formatearon” con las más tempranas experiencias con personas significativas como la mamá y el papá (o con quienes asumieron esos roles), registros que quedaron como “softwares” o “programas” que están permanentemente activos determinando cada interacción posterior y, por supuesto, el acto de votar.

Ocurriría entonces que ante el nombre que figura en la papeleta, además del postulante real, estaríamos “viendo” sin darnos cuenta (es decir inconscientemente) a nuestra mamá y/o a nuestro papá o a ambos, con sentimientos registrados “a fuego” diríamos, que podrían ser estimulados además por la imagen de esa persona que se nos instaló a través de las campañas y de los medios de comunicación.

Por ejemplo: tal candidata (mamá) es mala porque está “emparejada” con “su partido” (papá) o tal candidato (papá) es malo porque ataca (con bots) a su pareja (mamá), por lo que inconscientemente -insistimos- serían determinantes los intensísimos sentimientos que se vuelven a “activar” desde la constelación triangular madre-padre-hijo/a.

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En lo más básico de las experiencias emocionales tempranas, el candidato puede ser ubicado por el votante, entre alguien que “nos salve” de una catástrofe inminente o un “enemigo” a quien hay que vencer, máxime si el mundo aparece tan polarizado.

Así las cosas, el llamado “voto castigo” podría estar anclado en sentimientos de venganza en contra de la autoridad actual porque en nuestro inconsciente, ésta “representa” al padre y/o a la madre que nos frustró y de quien necesitamos desquitarnos votando por su “adversario”, así como también pudiera tener el significado de “castigar al sistema” (los padres sentidos autoritarios) como protesta ante el voto obligatorio.

Por lo tanto, en paralelo con apreciar los atributos personales de tal o cual postulante, de valorar sus propuestas para gobernar, que pueden a su vez corresponder con determinado marco ideológico con el que sintamos más afinidad, ocurriría de trasfondo la activación en nuestro inconsciente de estos registros emocionales profundos e intensos, los que, sumado el efecto de las campañas y medios de comunicación, participarían en que nos inclinemos en principio, por alguien que nos salve y veamos a los demás candidatos como enemigos o como alguien que poco y nada aportaría.

Lo importante es que nuestras emociones -estimuladas por las campañas publicitarias, insistimos, que además explotan la polarización- podrían nublar nuestra capacidad para apreciar la realidad más objetiva y, entonces, desde esta atmósfera de insatisfacción y resentimiento, le restamos importancia por ejemplo a la trayectoria del candidato como persona, a sus aportes al servicio público, a la posibilidad cierta o no de concretar sus promesas, a qué equipo le acompañaría, a cómo enfrenta las contradicciones en sus acciones o en sus dichos, a cómo se comunica con sus eventuales futuros gobernados, y así una larga lista de etcéteras, facilitando que elijamos, en mucho, más determinados por nuestra necesidad de idealizar a nuestros padres o de atacarlos, que de la realidad de quién es quién. Y elegir así podría contribuir a mantener frustraciones.

Ver la realidad objetiva –desde esta perspectiva– implicaría tolerar la frustración que nos quedó con nuestros padres, un proceso doloroso que se tiende a evitar porque resulta más fácil trasladar esos sentimientos a personas “actuales” en quienes los descargamos y sentimos como los verdaderos responsables de nuestro malestar.

No es fácil aceptar que tenemos intensas emociones inconscientes que nos gobiernan actuando de trasfondo en nuestras decisiones, especialmente las emociones odiosas (es más fácil pensar que el otro está mal, antes que es uno quien necesita atacar) pero pensarlo, incluir esta posibilidad al momento de votar (y en la vida en general), es un desafío que podría permitirnos ser más realistas, haciendo una separación entre la persona verdadera de la futura autoridad y las fantasías que automáticamente le endosamos, en esta sobreposición entre la persona con nombres y apellidos que aparece en el voto y la persona de nuestra historia temprana que nos dejó marcados sentimientos a favor o en contra, y que podrían determinar a quién finalmente elijamos.

Queda hecha la invitación para una ardua tarea de introspección en la toma de conciencia sobre qué deseamos para nuestro país.

Nicolás Correa Hidalgo
Médico Psiquiatra
Psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Chilena
Escritor

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