La mayoría de los fraudes financieros no ocurren por fallas tecnológicas, sino porque las personas entregan su información engañadas por el contexto, que cada vez es más elaborado y creíble.

Diciembre es, por lejos, el mes más activo del año en materia de pagos electrónicos. No solo porque aumenta el consumo, sino porque hoy en Chile pagamos casi todo con tarjetas. A tal punto, que existen más tarjetas de débito activas que teléfonos móviles: cerca de 28 millones de plásticos frente a poco más de 25 millones de celulares.

Este nivel de digitalización tiene beneficios evidentes, pero también un efecto colateral poco discutido: mientras más transacciones se realizan, más probable es que alguien caiga. Y en estas fechas, como Navidad, se agrega otro ingrediente: que las personas compran más, están apuradas y bajan la guardia.

Los datos son elocuentes. De acuerdo a la Asociación del Retail Financiero (en base a información de la Comisión del Mercado Financiero), la tarjeta de débito es el medio de pago más utilizado en Chile, que a junio de este año concentraba cerca de 400 millones de transacciones mensuales. Y si se suman las tarjetas de crédito y prepago —estas últimas con un crecimiento explosivo— el total supera los 530 millones de transacciones mensuales.

Pensando que para diciembre la proyección se acerca a los 600 millones de transacciones, las fiestas de fin de año se convierten en un terreno fértil para los estafadores, quienes aprovechan el aumento de la actividad y la distracción de los usuarios para robar datos, claves y accesos a medios de pago.

Las modalidades son cada vez más sofisticadas, pero el principio es siempre el mismo: generar urgencia o confianza para que la víctima entregue información sensible.

Las llamadas falsas, por ejemplo, siguen siendo una de las vías más comunes. Supuestos ejecutivos bancarios alertan sobre cargos sospechosos o bloqueos inminentes y solicitan claves o códigos de verificación, ante lo cual conviene recordar que ninguna institución financiera pide datos confidenciales por teléfono. Ante la duda, lo correcto es mantener la calma y no ceder a la presión, cortar y llamar directamente a los canales oficiales.

Algo similar ocurre con los mensajes engañosos enviados por SMS, correo electrónico o WhatsApp. Enlaces que prometen validar compras, actualizar datos o acceder a beneficios especiales suelen redirigir a sitios falsos diseñados para capturar información. La regla es simple y efectiva: no abrir enlaces de origen dudoso y desconfiar de cualquier mensaje que pida acciones inmediatas.

En las compras presenciales y digitales ha surgido además un nuevo riesgo: los códigos QR adulterados. Ya sea en comercios, estacionamientos o incluso en supuestos regalos anónimos, algunos códigos han sido sobrepuestos o enviados por redes sociales para redirigir a páginas fraudulentas. Un QR legítimo no debería conducir a direcciones web extrañas, con errores ortográficos o dominios desconocidos. Y si ofrecen algo demasiado bueno para ser verdad, es muy probable que sea mentira.

También persisten estafas más tradicionales, como sitios web que imitan comercios reales, ofertas de “dinero fácil” a cambio de acciones en redes sociales o créditos que exigen pagos anticipados antes de entregar el supuesto financiamiento. En estos casos, la señal de alerta es clara: si prometen ganancias rápidas, créditos sin evaluación o exigen pagos previos, lo más probable es que se trate de un fraude.

La recomendación final puede parecer obvia, pero sigue siendo la más relevante: cuidar las claves y no compartirlas bajo ninguna circunstancia. La mayoría de los fraudes financieros no ocurren por fallas tecnológicas, sino porque las personas entregan su información engañadas por el contexto, que cada vez es más elaborado y creíble.

En un mes donde las transacciones se disparan, la prevención no es exageración, es una necesidad. Comprar con atención y desconfianza razonable puede marcar la diferencia entre cerrar el año con tranquilidad o empezar el siguiente resolviendo un fraude evitable.