Para la ciencia chilena, este ha sido un año agitado.
Los problemas parecen sucederse uno tras otro. El último: la fallida renovación de dos centros de investigación asociativa tras una década de funcionamiento. Con todo lo que ello implica: formación de investigadores, instalación de masas críticas, proyectos aún en curso, y un largo etcétera.
La respuesta de parte de la comunidad científica ha sido la usual: denuncia por falta de financiamiento y promesas incumplidas. Una argumentación que se viene repitiendo desde hace años (y que, convengamos, ha resultado muy poco persuasiva).
En esta columna propongo algo distinto. Los problemas que hemos advertido este año no son producto ni de mala gestión, ni de falta de financiamiento, ni de evaluaciones deficientes. Lo que estamos presenciando es el resultado de dos fenómenos: por una parte, el menosprecio del actual gobierno por la ciencia básica, especialmente aquella motivada por curiosidad; y por otra, el lento pero creciente debilitamiento de la institucionalidad científica por la que tantos luchamos durante casi una década.
El Ministerio de Ciencia, en definitiva, está siendo transformado en un ministerio “desarrollista”. Y eso acarrea consecuencias negativas para toda la actividad científica.
1. El menosprecio por la ciencia básica
Hace unos días, la cuenta oficial de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) publicó el siguiente mensaje en X:
“¿Sabías que ANID Chile cuenta con instrumentos que apoyan la transformación del conocimiento científico en soluciones que mejoran la vida de las personas? ‘Probióticos: del laboratorio al mercado’ es una historia de #transferenciatecnológica que muestra cómo la colaboración entre la academia, el Estado y el sector privado puede generar un impacto real en la sociedad”.
¿Sabías que ANID Chile cuenta con instrumentos que apoyan la transformación del conocimiento científico en soluciones que mejoran la vida de las personas? “Probióticos: del laboratorio al mercado” es una historia de #transferenciatecnológica que muestra cómo la colaboración entre… pic.twitter.com/9Xf23WVXoA
— Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (@ANID_Chile) July 8, 2025
El posteo es elocuente. Al parecer, en ANID creen que el conocimiento científico no mejora la vida de las personas… a menos que se transforme en un producto que se pueda transar en el mercado. Solo así, entonces, genera un “impacto real”.
He abordado en otras ocasiones esta retórica evidentemente economicista. Ha ganado terreno en ciertos sectores políticos —particularmente en una vertiente de la centroizquierda— y concibe la ciencia solo como fuente de “productos” o “soluciones”. No como una actividad humana que genera conocimiento ampliado y mejorado sobre el mundo y sobre nosotros mismos.
En Chile, el único programa que financia investigación científica de base sin considerar sus aplicaciones es FONDECYT. Este fondo no ha crecido significativamente en los últimos años, pese al evidente aumento en las postulaciones. En la práctica, quienes hacen investigación básica tienen hoy más probabilidades de quedarse sin financiamiento.
En contraste, el ecosistema de fondos “orientados” sigue creciendo. Incluso iniciativas destinadas a acercar la ciencia a la ciudadanía están hoy restringidas a “áreas prioritarias”. Un giro utilitarista que preocupa profundamente.
Otro ejemplo elocuente: la exclusión de la ciencia básica del Fondo de Investigación Universitaria (FIU). Este fondo se presentó como un instrumento para “orientar recursos a necesidades territoriales”, impulsando “conocimientos y tecnologías aplicadas”. No hubo espacio para lo no orientado.
Pocos gobiernos han erosionado tan rápidamente la valoración de la ciencia básica y de la curiosidad científica como la actual administración. No es casualidad. Es el resultado de la imposición de un dogma que reduce la ciencia a instrumento. Se desconoce su dimensión cultural y social. Es, en definitiva, el triunfo de las “misiones”, los “desafíos” y el “desarrollismo”.
Y eso no es una buena noticia. Ni para la ciencia, ni para el país.
2. El debilitamiento de la institucionalidad científica
Este menosprecio ha ido de la mano con un claro debilitamiento institucional. Primero, ningún ministerio resiste cuatro ministros en menos de cuatro años. Tampoco resiste que una ministra actúe durante meses como vocera subrogante del gobierno.
Ha sido una inestabilidad inédita. Peor aún tratándose de un ministerio que debería basarse en evidencia científica y en consensos con una comunidad relativamente pequeña. Han sido cuatro rumbos distintos (con el reciente nombramiento de Aldo Valle). Y ninguno claro.
En distintos momentos, el Ministerio de Ciencia ha parecido una cosa u otra: un ministerio “contra el extractivismo”, un “ministerio de la Inteligencia Artificial”, o una mezcla difusa de ambos.
Pero el deterioro institucional no es solo rotación de autoridades. También afecta al pensamiento estratégico. El Consejo de Ciencia e Innovación ha sido debilitado. Su relevancia se ha diluido por completo. Todo, por la obsesión de transformarlo —mediante un proyecto de ley— en un órgano de prospectiva. Una función que podría haber asumido otro organismo, diseñado específicamente para ello.
El desarrollo científico requiere diagnósticos certeros, miradas de largo plazo y vínculos con diversos sectores. Reducir el rol del consejo a la “prospectiva” es ignorar el valor autónomo de la ciencia. Es someterla a las prioridades que determine una élite que decidirá qué es pertinente o no. Así, MinCiencia quedará sin asesoría estratégica real en fomento científico. Y eso es gravísimo.
Mucho se ha dicho sobre la ANID y su gestión. Poco se ha considerado el trabajo humano, sobrecargado y limitado por una creciente burocracia. Menos aún se ha hablado del desgaste que enfrentan los propios investigadores ante la combinación de menor presupuesto y más trabas administrativas.
La actual crisis de la ciencia chilena no se debe a errores de gestión. Ni a una comunidad “quejosa” o “inconforme”. Se debe, sobre todo, a una visión sesgada de lo que se puede y se debe exigir a la ciencia. A eso se suma una falta de liderazgo, personalismos y diagnósticos errados.
El próximo gobierno tendrá una tarea difícil: corregir el crítico legado de esta administración. Cambiar la visión. Abrir espacio a nuevas miradas. Renovar elencos desgastados. Y, por sobre todo, impulsar políticas dialogantes, sostenibles y coherentes con las necesidades estructurales del ecosistema científico chileno.
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