Soy chilena-palestina, tengo 32 años y soy la tercera generación de mi familia en nacer en tierra criolla. Mi madre viene de Belén, mi padre de Beit Jala, ambas ciudades de Cisjordania (Palestina), que actualmente se encuentran bajo ocupación israelí.

En 1920, mi familia llegó en barco a vapor a Buenos Aires y cruzó la cordillera en mula con lo puesto. En mi casa, no se hablaba árabe; el lenguaje y muchas otras cosas de mi cultura se ocultaron, de forma inconsciente, para poder adaptarnos a Chile.

Sin embargo, como toda huella de ADN, no puede esconderse mucho tiempo.

Palestina, esa tierra tan lejana que parece una cicatriz en Medio Oriente, de alguna manera estaba siempre de telón de fondo. Se escapaba en la comida, en los gestos, en el acento, en la manera de querer.

No sé cuándo pasó, que la “palestinidad” se manifestó en mí, quizás cuando entré a la universidad y, como todo postadolescente, quise saber quién era, de dónde venía, qué era eso que tiraba dentro de mí.

Lo descubrí a los 25 años cuando visité Palestina y vi que mi rostro estaba en todos lados; todos se parecían a mí, o más bien, yo me parecía a ellos. Palestina, que es una herida expuesta, es también un corazón abierto listo para recibir, para regalar, para decirle a quien quiera escuchar: “Somos nosotros, la sangre de tu sangre, no nos olvides”.

“Los palestinos en Chile estamos devastados”

Esto que escribo, y que parece particular, es un sentimiento que atraviesa a la comunidad palestina en Chile. Nosotros, que vivimos en la diáspora, sabemos que no somos más que un brazo del árbol; nunca olvidamos nuestras raíces.

Es por todo esto que los palestinos en Chile estamos devastados con el genocidio en Gaza. Y no me refiero a simplemente estar triste o a llorar de vez en cuando, me refiero a que nosotros, los de antes, nunca volveremos a ser los mismos.

¿Qué le hace al alma de una persona ver en vivo la masacre de su pueblo y que parte del mundo lo justifique e incluso lo celebre?

Somos un pueblo que ha estado bajo el yugo de la ocupación israelí por 75 años. En ese periodo, el Estado sionista ha violado la lista completa de leyes internacionales y derecho humanitario de forma impune con el respaldo de sus aliados en occidente.

Los medios y sus audiencias olvidan que esta “guerra” no empezó el 7 de octubre, sino décadas antes, y que este exterminio va más allá del gobierno racista liderado por Benjamín Netanyahu.

La aniquilación y desplazamiento forzado de la población palestina siempre ha sido la política del Estado Israelí.

“Debemos expulsar a los árabes y tomar su lugar […] y si tenemos que usar la fuerza, no para despojar de sus propiedades a los árabes del Neguev y Transjordania, sino para garantizar nuestro propio derecho de asentamiento en dichos lugares, la fuerza estará a nuestra disposición”, escribió David Ben-Gurión, quien posteriormente llegaría a ser primer ministro de Israel, en una carta a su hijo en 1937 (Una década antes de la fundación del Estado sionista).

Por eso insistimos: “no dejes de hablar de Palestina”, porque con el patrocinio de las potencias de Occidente, el supuesto mundo civilizado nos está borrando del mapa.

Tenemos todo en contra, estamos en desventaja en todos los sentidos excepto uno: nuestra verdad.

Los ciudadanos del mundo, quizás hoy más que nunca, han empezado a escuchar nuestra historia.

De ahí que vemos la “palestinización” global, no de la gente poderosa, sino de los pueblos. De ustedes dependemos: somos la sangre de tu sangre, no nos olvides.

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