"Sorprendentemente, Cuba exportó casi tantas dosis de vacunas como las que usaba, abasteciendo a Venezuela, México, Vietnam, Siria, Nicaragua, Bielorrusia e Irán. Y aunque muchos países de África y el sur de Asia también necesitaban vacunas desesperadamente, no aprovecharon la oferta de Cuba"

¿Cómo puede la humanidad evitar que una próxima pandemia sea tan desastrosa como esta, en la que han muerto alrededor de 15 millones de personas? La semana pasada, los países de la Organización Mundial de la Salud se reunieron en Ginebra para comenzar a debatir un acuerdo de preparación para una pandemia. Uno de los objetivos principales es desarrollar rápidamente nuevas curas y vacunas, y la capacidad de entregarlas a todos en el planeta.

Si bien nadie sabe aún qué es lo que finalmente recomendará la OMS, se puede predecir una cosa que no hará: relajar las sanciones de EEUU a la industria biotecnológica de Cuba, que tiene los medios para desarrollar vacunas y tratamientos de vanguardia y compartirlos con países incapaces de pagar los altos precios de compañías farmacéuticas del primer mundo.

Esto es un error.

Durante la crisis del covid-19, Estados Unidos tuvo la oportunidad de compartir su tecnología de vacunas con el mundo, y no hacerlo prolongó la pandemia en el país y en el extranjero. En junio de 2022, un alto funcionario de la administración de Biden admitió que la variante omicron, que ha sido responsable de más de 300.000 muertes en los Estados Unidos y más de 1,5 millones en todo el mundo, podría nunca haber surgido si el mundo hubiera estado lo suficientemente vacunado en 2021.

Lo que es menos sabido es que Cuba tuvo la misma oportunidad de ayudar a vacunar al mundo. La historia de cómo Cuba fue bloqueada sistemáticamente en su búsqueda de hacer que sus propias vacunas altamente efectivas estuvieran ampliamente disponibles nos ofrece lecciones importantes.

El capítulo más reciente de esta historia comenzó en el verano de 2021. La variante delta estaba devastando India y expandiéndose alrededor del mundo. Las nuevas vacunas eran esperanzadoras, pero los países con menos recursos no pudieron obtenerlas por amor o dinero. Si bien Estados Unidos y Europa hicieron donaciones de dosis, sus esfuerzos apenas fueron suficientes para resolver el problema global.

Crucialmente, estos gobiernos no pudieron persuadir a las empresas que habían financiado para que compartieran las tecnologías que podrían haber permitido a otros países fabricar vacunas por su cuenta. En este panorama sombrío, fue sorprendente saber que Cuba había creado dos vacunas efectivas contra el coronavirus desde cero y luego prometió compartir su propiedad intelectual en todo el mundo.

“Nos dimos cuenta de que no íbamos a tener dinero para comprar vacunas para nuestra gente, así que tuvimos que hacer las nuestras, y teníamos que hacerlo en muy poco tiempo”, nos dijo recientemente Rolando Pérez Rodríguez, director de ciencia e innovación de BioCubaFarma. En agosto de 2021, uno de los laboratorios de BioCubaFarma también produjo una vacuna de refuerzo. Ambas demostraron más del 90 por ciento de eficacia, a la par de las principales vacunas occidentales.

El costo de desarrollar estas vacunas fue de 50 millones de dólares, según BioCubaFarma, muy por debajo de los miles de millones invertidos por el gobierno de Estados Unidos y los cientos de millones invertidos por el gobierno de Alemania.

Sorprendentemente, Cuba finalmente exportó casi tantas dosis de vacunas como las que usaba en el país, abasteciendo a Venezuela, México, Vietnam, Siria, Nicaragua, Bielorrusia e Irán. Y aunque muchos países de África y el sur de Asia también necesitaban vacunas desesperadamente, no aprovecharon la oferta de Cuba.

Para explicar por qué no lo hicieron, debemos remontarnos a 1962, cuando entró en vigor el embargo económico de Estados Unidos contra Cuba. Desde entonces, la escalada de sanciones, que Estados Unidos ha impuesto mediante la aplicación de una presión política y financiera constante, ha aislado a Cuba no solo de Estados Unidos sino también del mundo. Las sanciones severas por violar las sanciones de EE.UU. han asegurado que las instituciones y los gobiernos las cumplan a rajatabla.

Cuba podría haber pedido a la OMS que certificara sus vacunas para facilitar que otros países las compraran con ayuda internacional. Pero no pudo darse el lujo de involucrarse con la OMS después de que el presidente Donald Trump no solo revocó las reformas de sanciones leves introducidas por su predecesor, sino que también designó a Cuba como un estado patrocinador del terrorismo. Esto ha significado que, incluso en países donde es legal realizar transacciones con Cuba, pocos bancos están dispuestos a arriesgarse a fuertes multas y sanciones penales por ser percibidos como partidarios del terrorismo.

Las relaciones cubanoamericanas son un hilo conductor político, pero los nuevos tiempos exigen nuevas medidas. El mundo ha cambiado desde 1962. El espectro que lo acecha hoy no es el comunismo sino otra emergencia sanitaria mundial. Hay pocos indicios de que la administración de Biden presionará a las compañías farmacéuticas estadounidenses para que compartan sus inventos médicos con el mundo. Pero el presidente Biden podría dar un paso gigantesco hacia la seguridad sanitaria mundial al hacer retroceder las políticas draconianas de la administración Trump hacia Cuba. Si fuera más allá al permitir nuevas excepciones en el régimen de sanciones de EE. UU., entonces Cuba podría seguir desarrollando -y compartiendo- vacunas y tratamientos innovadores para las enfermedades del mundo.

Más de tres años después, es obvio que el mundo reaccionó mal ante la aparición del coronavirus, que se perdieron vidas innecesariamente. Pero ahora hay tiempo para prepararse para la próxima pandemia, para establecer un rumbo hacia una distribución más equitativa de las tecnologías médicas. El antiguo embargo de los Estados Unidos no solo está perjudicando a Cuba. Está lastimando al mundo.

Esta columna fue escrita por Achal Prabhala, coordinador del proyecto AccessIBSA, que hace campaña por el acceso a medicamentos en India, Brasil y Sudáfrica; junto con Vitor Ido, encargado del Programa de Salud, Propiedad Intelectual y Biodiversidad en el South Centre en Ginebra.

Fue publicada originalmente en el Washington Post. La traducción al español es de BioBioChile.

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