Durante 10 años los conocidos astrónomos de la Universidad de Chile, Mario Hamuy y José Maza, midieron la distancia de las supernovas desde los Observatorios del Cerro Calán y el Tololo. Desde los cielos chilenos, los científicos descubrieron lo que echaría por la borda de la teoría estática del Universo: las supernovas se estaban alejando y con ello se planteaba que el universo se estaba expandiendo.

Los chilenos presentaron estos resultados en un seminario de astrofísicos en Estados Unidos y el académico de la Universidad de Harvard, Adam Riess, que estaba en la misma senda de investigación para su tesis doctoral, le pidió a los chilenos que le facilitara el modelo, a lo accedieron bajo una condición: que Hamuy y Maza publicaran antes los resultados. ¿El problema? La revista en que publicaron los premios nacionales de física era trimestral y la del académico de Harvard, mensual.

¿El resultado?, Riess publicó un mes antes, ganó el Premio Nobel de Física de 2011 por comprobar la expansión del universo, una investigación del reportero del New York Times, Richard Panech destapó el “robo del nobel a Chile” y aunque desde Harvard reconocieron que la mitad del hallazgo correspondía a los chilenos y que si el Nobel se pudiera partir en dos, los científicos de ambos países habrían resultado galardonados, la situación fue una sola: El Nobel fue para Harvard y algunos de los aplausos, para los chilenos.

Tiempo y distancia. Las leyes de la física parecieran regir lo que significa investigar y publicar en Chile. En mi caso tengo 45 años y desde la Universidad de Santiago he aportado con seis publicaciones en revistas indexadas, 10 presentaciones en congresos, dos conferencias y tres capítulos de libros. Tres líneas de un currículum académico que han significado un trabajo de más de la mitad de mi vida y en la que creo, la gran mayoría de los investigadores de universidades estatales de mi edad, pueden caber.

Si tuviéramos que monetizar cuánto cuesta publicar en Chile, partiríamos en unos $8.000.000 para las Ciencias Sociales y al menos $100 millones en las ciencias duras. La evaluación de una universidad es directamente proporcional a la cantidad de investigaciones que produce y publica. Tanto es así que en Estados Unidos, los establecimientos en que no se hace investigación, no se llaman universidades, sino que Colleges, pues reproducen el conocimiento producido por otros.

En Chile, la Comisión Nacional de Acreditación da un alto puntaje a esta categoría para la acreditación, y a duras penas, las universidades estatales- junto con la PUC- seguimos liderando el ranking, pero no sabemos hasta cuándo se podrá estirar el elástico.

Tiempo. El que falta cuando una universidad estatal quiere publicar algo, en comparación a una universidad privada. Porque si en 2017 el Estado destinaba 669.000 de pesos cuando en Chile existían poco más de 10.000 investigadores, los recursos en investigación se redujeron a 334.000 para 18.000 personas dedicadas a investigar.

Según datos de la OCDE, a 2019 Chile tenía en promedio de 1,1 investigadores por cada 1000 habitantes. En penúltimo lugar detrás de México, y muy lejos de Corea del Sur con 16 o Suecia con 14.

Distancia. Si en los países de la OCDE se invierte en promedio un 2,34% del PIB en Innovación y Desarrollo (I+D), en Chile es apenas el 0,36% del producto interno bruto, convirtiéndonos en el último país de la lista. Triste récord.

Vuelvo al tiempo. Para una universidad estatal publicar un paper en una revista indexada, tiene un costo entre un 30% – 40% mayor que para una universidad privada, esto porque se exige que existan más investigadores detrás, más correcciones, lo que demora los resultados y aumenta la necesidad de recursos.

Esto se suma a la odisea de un doctorado recién graduado cuando arriba a una universidad tradicional: debe postular por Concurso Público lo que demora seis meses hasta ser elegido – aunque suelen ser llamados anteriormente- toda la documentación para su contrato debe pasar por Contraloría y debe esperar al menos tres meses para recibir su primer sueldo.

Si necesita comprar equipos- desde un computador hasta instalar un laboratorio- debe hacerlo a través de Chile Compra, lo que tardará al menos otros tres meses y si necesita contratar a un ayudante de investigación, se da vuelta a la rueda, con otros seis meses de competencia en solitario en Concurso Público. Es decir, solo para que un investigador pueda instalarse a hacer su trabajo, esto tomará más de un año, sumado a la buena voluntad de no recibir sueldo el primer trimestre. Una universidad privada, sólo tardará en seleccionar al investigador.

Cuando en una universidad investigamos generamos conocimiento, colaboramos en el desarrollo de la formación académica, entregamos un aporte activo con nueva tecnología y formamos nuevo capital humano en pre y postgrado.

El Estado debe entenderlo: si las universidades seguimos siendo tratadas bajo la burocracia estatal, es muy probable que lleguemos tarde. Y que los nuevos investigadores migren a las universidades privadas, pues son investigadores, no superhéroes dispuestos a invertir más de un año en empezar a investigar y no recibir el sueldo cuando corresponde.

Ya tenemos la experiencia con lo que significa el tiempo y la distancia: habiendo empezado antes, pero publicando con un mes distancia, dos de nuestros más grandes científicos vieron un Premio Nobel, pero pasando por el lado.

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