Kast es el nombre de la desesperación. Y necesita al resto enfermo para gobernar. Menudo líder.

José Antonio Kast entendió antes que nadie en la derecha chilena que el país había cambiado. En medio del derrumbe de los consensos de la transición y la creciente disolución del progresismo concertacionista, vio con claridad lo que muchos no querían aceptar: una parte significativa de la sociedad ansiaba orden, jerarquía, límite.

Su lectura fue aguda y su aparición política, tan disruptiva como oportuna. José Antonio Kast encarnó el nuevo autoritarismo cultural en un país que había perdido su centro simbólico. Fue la oposición perfecta al nacimiento político del Frente Amplio y, con el gentil auspicio de la incontinencia de la nueva fórmula de la izquierda, Kast caló hondo y ha tenido numerosas oportunidades para ser el actor más importante de la derecha.

Pero lo que parecía una virtud estratégica, se convirtió en un vicio estructural: Kast no ha sabido transformarse. Y más aún, ha confundido su potencia como figura radical con capacidad de conducción. Su problema no está en el diagnóstico que hizo del país, sino en su personalidad política: una forma de ejercer el liderazgo desde la conducta pasivo-agresiva, centrada en el agravio, la insinuación, la desconfianza y la fractura.

Kast habla pausado, tranquilo, pero es un atacante feroz e incluso se puede decir que sus rencores lo nublan, aunque su puesta en escena sea fría y cauta. Su uso de las redes sociales es sencillamente lamentable. No temo decirlo y puedo señalar que lo he vivido en carne propia: Kast inventó en la anterior elección una noticia en la que se señalaba que yo llamaba en un video a un “magnicidio” en su contra. Reconozco que me dio risa lo del “magnicidio”, pero fue tan viralizado que me significó dar explicaciones absurdas a toda clase de amistades e incluso familiares. Perdí, no está de más decirlo, algunos proyectos que tenía en carpeta, por mi supuesto llamado.

Sin contentarse con ello, hace más de un año diputados de su partido presentaron documentos míos como académico en la USACH para que se me investigara. Solicité a ambos una audiencia, pues asumí que quien operacionaliza una denuncia lo hace asumiendo que tendrá que hablar con el investigado. Pero ninguno de los dos diputados se reunió conmigo por falta de tiempo. Tuvieron tiempo, por supuesto, para hacer la denuncia y lanzarla por la prensa. Y después nada.

Esta es mi experiencia, la de un columnista que ha desagradado a tantos que no vale la pena preguntarse por las posibles represalias y aunque no ha sido el único, la verdad es que la acusación de magnicidio tiene poca comparación, tanto por lo grave como por lo ridícula. Por mi parte denuncié la situación y se alcanzó a investigar, pero luego se archivó.

Mentiras, rumores y el manual del trumpismo

La conducta de José Antonio Kast en campaña tiene patrones y, no cabe duda, un patrón esencial es la mentira. Es el método del trumpismo basado en insinuación, sospecha y negación. Lo que se viralizó contra Evelyn Matthei (una presunta enfermedad degenerativa que implicaría que se bajara) es bastante comparable a la difusión, después de un debate, de una ficha clínica falsa de Gabriel Boric cuando se enfrentaron en 2021.

La acusación es equivalente: Boric tendría una patología psiquiátrica que lo haría incapaz de gobernar. No asumió, pero había planteado el tema en el debate anterior.

Esto no es nuevo. Desde 2017, Kast adoptó —de forma deliberada— las formas de campaña propias del trumpismo. No solo el mensaje, sino la estructura del ataque. El método más importante del trumpismo es la llamada “manguera de falsedades” (fire-hosing), que se caracteriza como un gran chorro de contenidos falsos o dudosos. Gonzalo de la Carrera lo reconoció cuando retuiteó información falsa. La estrategia era desbordar la capacidad de respuesta de los oponentes. Lo hizo muchas veces, como la mentira sobre los datos de mortalidad materna por el aborto, como cuando culpó al INDH de la muerte de Denisse Cortés o cuando difundió los presuntos apoyos a su candidatura de Marcianeke y Amaya Forch. Cuando ellos desmintieron públicamente, Kast guardó silencio.

El rumor de una posible incapacidad de Matthei lo conocí hace dos meses. Un influencer dedicado a la política había comentado a gente que conozco sobre la enfermedad de Matthei, señalando que estaba guardada porque estaban viendo quién la reemplazaba. La persona me llamó delante del influencer y me comentó, sin decir nada del origen, preguntándome si yo sabía algo. Le contesté de inmediato que de seguro se lo habían dicho desde gente cercana a Kast. Se sorprendió, pero me dijo que efectivamente venía de ese círculo. Le dije que evidentemente era falso. Dos meses después fue noticia nacional y vuelve a mostrarnos al mismo Kast de antes.

Fracasar una y otra vez: una trinchera sin salida

En todos estos casos, José Antonio Kast no golpea directamente, sino que insinúa y luego calla o incluso va más allá, genera un discurso pacífico contra las agresiones, para evitar que el rival vaya sobre él. Es una estrategia del trumpismo, tanto del derecha como de izquierda (porque sí existe). Su arma es empantanar. No confronta con ideas, sino que lanza sombras y se retira. Y en eso, ha construido toda su narrativa.

¿Cuál es su proyecto político? Ocho años después de su irrupción, no sabemos. Y hoy hay muchos que se quieren adaptar porque puede ser el favorito del sector. Habrá que dar una noticia: desde que él lidera la derecha, esta bajó cinco puntos en la suma total de los tres candidatos del sector en primera vuelta.

Kast ha repetido el mismo error político tres veces. Y lo repite porque no sabe hacer otra cosa. No sabe ampliarse, simbolizar un acuerdo. Solo quiere tener el control de todo el sector sin miramientos.

En 2021, perdió la segunda vuelta sin disputar seriamente la mayoría. A los dos días de inicio de la segunda vuelta ya estaba perdido. No supo ampliarse y como gran cosa fue a ver a Marcos Rubio. Vaya idea. Cuando llegó el momento de construir, se replegó en su trinchera de sospechas. Luego tuvo una segunda oportunidad importante para liderar su sector.

En el segundo proceso constitucional, creyó que tener la mayoría de escaños era suficiente. No entendió que necesitaba mayoría política y simbólica. Se convirtió en una versión de derecha de la Lista del Pueblo. Lo tenía ganado, era cosa de asumir la propuesta de los expertos y dar dos aderezos y listo, era el líder prudente que lograba destrabar el proceso de crisis institucional. Lo arruinó. Fue lo mismo que la izquierda en la Convención, solo que menos escandaloso porque no fueron con corpóreos al hemiciclo.

Y ahora ha reiterado sus errores. Al encabezar encuestas, se enfrascó en disputas internas pequeñas. De hecho, a pocos días de aparecer primero en la derecha, tuvo un patético encontrón con una periodista en La Araucanía, queriendo saltarse las reglas de tiempo establecidas.

Y ahora lo de Matthei, una pulsión sorprendente que lo lleva a aprovechar su posición de privilegio como si de ello derivara un derecho a la agresión y una especie de exigencia al mundo que se quede quieto cuando las cosas van bien. Es una estrategia de campo arrasado un poco infantil y muy peligrosa. Su afán de destruir el liderazgo de Evelyn Matthei con rumores es una señal muy clara para la derecha tradicional, que piensa que es posible negociar. Y para el empresariado, que piensa que Kast se adaptará.

Kast en actividades de campaña, julio de 2025 | Agencia UNO

José Antonio Kast: un liderazgo que dinamita todo a su paso

Lo más revelador no es su radicalismo. Es que, una vez que obtiene poder, no sabe qué hacer con él. En lugar de articularlo, lo sabotea. Cuando se siente ganador, no aparece su proyecto, sino su ansiedad autoritaria disfrazada de rectitud moral. De hecho su trayectoria es de generación de vacío a su alrededor, ya que las rupturas políticas son su principal patrón.

Kast ha perdido a todos los que alguna vez le dieron potencia estratégica: a Johannes Kaiser, que fue su figura digital más relevante; a Teresa Marinovic, su rostro constituyente más mediático, quien rompió públicamente con él acusando un liderazgo vertical, cerrado y sin alma. Y también con Rojo Edwards, exsenador y presidente del partido, se distanció por las decisiones unilaterales y el caudillismo interno.

Todos compartieron ideología. Lo que los alejó no fue el fondo, sino la forma: la imposibilidad de construir poder compartido en torno a un liderazgo que no dialoga, no confía y no acepta competencia simbólica.

Kast se equivocó. Convocó los fantasmas más negativos para él. Convocó el miedo de los chilenos a la manipulación y la falsedad autoritaria. Convocó a lo peor del Sí. Ha perdido —y perderá de nuevo— porque su modo pasivo-agresivo de ejercer el poder destruye cualquier intento de construir hegemonía. No puede liderar una coalición porque no soporta el desacuerdo. No puede habitar el poder porque sólo sabe ejercerlo desde el agravio.

Su relación con sus adversarios no es política: es personal. Y con sus aliados, no es estratégica: es posesiva. Por eso cada vez que se acerca al poder, lo dinamita. No porque lo rechace, sino porque no sabe transformarlo en otra cosa que no sea un campo de sospechas y fragmentación.

Para colmo su trumpismo no encaja en la historia institucional chilena, no porque sea de derecha, sino porque es una máquina de erosión, no de construcción. Si vuelve a llegar a la segunda vuelta, la perderá. No porque la gente no quiera orden, sino porque él no quiere más que control. Puede confiarse en la perspectiva electoral que hoy dan las encuestas, en las visitas a todos los núcleos de poder que hace su equipo (una persona) para explicar que ganará y cómo deben comportarse.

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Pues bien. Malas noticias. Kast no perderá porque le falten los votos hoy. Si llegase a tenerlos, si las encuestas le dan favoritismo, siempre debe recordar que detrás de una elección presidencial no solo hay un aspecto electoral, sino también uno político y cultural. Y en ello, sin duda, Kast caerá por su propio peso. Ha conectado con la angustia de los chilenos, no con su alma. Y la mentira no es material para el despegue, sino (y cuando mucho) para la resistencia. José Antonio Kast es el nombre de la desesperación. Y necesita al resto enfermo para gobernar. Menudo líder.
- Alberto Mayol