Si algo necesita la nube, es tierra firme.
Amazon Web Services (AWS) anunció una inversión de US$4.000 millones para establecer su primera región de infraestructura en Chile.
La noticia fue recibida con euforia: titulares celebrando “la mayor inversión tecnológica en la historia del país”, autoridades sonrientes, LinkedIn explotando de orgullo patriótico digital. ¿Y cómo no? Tres centros de datos, 7.000 empleos anuales y la promesa de convertir a Chile en un hub tecnológico latinoamericano. Suena a victoria épica.
Pero la pregunta incómoda es inevitable: ¿es realmente mérito de alguna gestión reciente, o solo estamos cosechando los frutos de decisiones tomadas por un país que solíamos ser?
Un caso de manual de inconsistencia intertemporal
La inversión de AWS no ocurre por carisma presidencial ni por discursos inspiradores en foros internacionales. Es el resultado de una década de trabajo técnico, regulatorio e institucional, guiado por un país que ofrecía lo que toda gran inversión busca: estabilidad macroeconómica, marcos legales claros, instituciones autónomas, tratados de libre comercio, infraestructura eléctrica robusta y un sistema universitario que, pese a su precariedad presupuestaria, ha sostenido la formación de talento tecnológico competitivo.
Por eso el triunfalismo político resulta, como mínimo, sospechoso. Muchos de quienes hoy celebran esta inversión no solo no participaron en su gestación, sino que propusieron—y aún proponen— desmantelar las condiciones que la hicieron posible. Desde la autonomía del Banco Central hasta el sistema de evaluación ambiental, pasando por InvestChile—la misma agencia que lideró en silencio y sin glamour la negociación con Amazon—todo ha estado bajo ataque o en riesgo.
Lo que está en juego aquí no es una inversión aislada, sino un caso de manual de inconsistencia intertemporal. Hoy decimos al mundo que somos un país confiable, abierto, predecible. Pero mañana podríamos cambiar las reglas del juego por urgencias electorales, presiones ideológicas o pulsiones refundacionales.
Esa disonancia entre lo que prometemos y lo que efectivamente hacemos es lo que erosiona la credibilidad institucional, ese activo intangible sin el cual ninguna inversión es sostenible.
Sí, celebremos la llegada de AWS, pero…
Mientras tanto, la inversión extranjera directa (IED) cayó 24,6% en los primeros meses de 2025 (BC abril), comparado con igual periodo de 2024. La IED total de 2024 alcanzó US$15.319 millones, una baja respecto a los US$21.738 millones de 2023. ¿Qué dice esto? Que una golondrina no hace verano. Y un megaanuncio no borra la desconfianza acumulada por un relato político que ha sido, al menos, errático.
Sí, celebremos la llegada de Amazon Web Services. Pero entendamos que llegó a pesar del ruido institucional, no gracias a ellos. Y preguntémonos si esta inversión es sostenible sin garantías de estabilidad y crecimiento económico a largo plazo, porque convengamos que una proyección de crecimiento país bajo el 2% (FMI, abril 2025) es testimonial. Porque si algo necesita la nube, es tierra firme.
¿Tendremos el coraje de proteger aquello que genera confianza, incluso cuando no rinde réditos inmediatos? Porque si cada gran inversión requiere explicar que llegamos “a pesar de” y no “gracias a”, entonces el problema no es la inversión: el problema es el país que estamos permitiendo que seamos producto de una inconsistencia intertemporal estructural.
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