Chile ha cruzado una línea. El reciente caso de canibalismo que ha estremecido al país no es simplemente un crimen macabro, digno de un titular sensacionalista; es la manifestación más cruda de una sociedad que ha perdido el norte moral. No basta con conmocionarse o repudiar el hecho. Ha llegado el momento de mirar con seriedad las causas profundas que nos han llevado hasta aquí. Y más aún: qué tipo de cultura estamos cultivando para que horrores así ya no parezcan sacados de una película, sino de nuestra propia realidad cotidiana.
Vivimos en una época donde se relativiza todo: la familia, la vida humana, la verdad. El individualismo extremo —ese que confunde libertad con anarquía— ha erosionado los pilares que sostienen una sociedad sana. El canibalismo, en su dimensión literal y simbólica, representa ese quiebre: cuando el ser humano deja de ver al otro como prójimo, y comienza a verlo como objeto, como desecho, como alimento.
Este no es un caso aislado. Es el reflejo de una profunda descomposición social. Una juventud sin rumbo, instituciones debilitadas, la pérdida del respeto por la vida, la banalización de la violencia. Todo eso nos ha traído hasta aquí. Cuando se elimina la noción de trascendencia, cuando se reemplaza la ética por la pulsión, y el deber por el deseo, lo que queda es una sociedad que se devora a sí misma.
Canibalismo en Chile, el síntoma más grotesco de una sociedad
Mientras los líderes políticos juegan a la ideología y los medios se entretienen con escándalos, lo verdaderamente grave avanza en las sombras. Este caso debería ser un grito de alerta nacional. Pero temo que no lo será. Porque estamos anestesiados. Porque preferimos seguir viviendo en el espejismo de una sociedad “moderna” que, en realidad, está perdiendo su alma.
No se trata de volver al pasado. Se trata de recuperar lo esencial: la familia como núcleo, la responsabilidad como valor, el respeto por la vida como principio no negociable. Se trata de dejar de glorificar la decadencia y comenzar a construir una cultura de dignidad. Porque si no trazamos una línea clara, si no defendemos la civilización frente a la barbarie, este caso no será el último. Será apenas el comienzo.