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Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.

La icónica actriz Brigitte Bardot, símbolo de la liberación sexual de los años 60, falleció este fin de semana, cerrando la historia de uno de los grandes mitos eróticos del siglo XX. Su carrera despegó con la película Y Dios creó a la mujer en 1956, donde interpretó a un personaje provocador que desafió las normas sociales de la época.

Desde muy joven, Brigitte Bardot despertó admiración por su belleza y magnetismo. Con apenas 18 años inició una prolífica carrera cinematográfica que la consolidó rápidamente como un ícono, estatus que mantuvo durante décadas y que hoy se reactualiza tras su muerte, dada a conocer este fin de semana, cerrando la historia de uno de los grandes mitos eróticos del siglo XX.

Aunque participó en varias producciones, el verdadero punto de inflexión en su trayectoria llegó con la película franco-italiana de 1956 Y Dios creó a la mujer, dirigida por su entonces esposo Roger Vadim.

Ese rol no solo redefinió su carrera, sino que también marcó su irrupción definitiva en el imaginario cultural de la época, dejando claro que no estaba dispuesta a pasar inadvertida en el mundo del espectáculo.

En la cinta, Bardot interpretó a Juliette Hardy, una huérfana de 18 años, bella y provocadora, que vive con sus tutores legales en Saint-Tropez, al sur de Francia.

Su actitud libre, desinhibida y abiertamente sensual atrae a los hombres del lugar, desafiando sin complejos las rígidas normas sociales que dominaban la moral de esos años.

Para los estándares de mediados del siglo pasado, la actriz no tuvo reparos en mostrar más piel de lo habitual, acompañando esto con un comportamiento que muchos consideraron excesivamente sexualizado para el cine comercial de entonces.

Un baile que la catapultó como símbolo sexy

Sin embargo, la escena que realmente impactó a la audiencia fue aquella en la que su personaje baila con euforia, descalza y sobre una mesa, rodeada de hombres. Esa secuencia quedó grabada en la historia del cine y es considerada hasta hoy uno de los bailes más eróticos jamás filmados.

Lo que significó un salto decisivo en su carrera tuvo, no obstante, un alto costo en su vida privada.

La interpretación de Bardot desató duras críticas de sectores conservadores y religiosos, entre ellos la Legión Nacional de la Decencia de Estados Unidos, que la calificaron como un símbolo del pecado. Durante largo tiempo, la actriz fue blanco de acoso mediático y severos cuestionamientos por su conducta.

El éxito internacional de la película amplificó su exposición pública y atrajo la atención constante de los medios, cada vez más interesados en su vida personal.

Al poco tiempo comenzaron los rumores de que Vadim ya no encajaba en la nueva realidad de la actriz y de que ella mantenía una relación con su coprotagonista, Jean-Louis Trintignant, situación que terminó confirmándose tras la separación de la pareja.

Lejos de opacar su figura, ese interés por su vida íntima reforzó su atractivo para la industria.

Su carrera siguió en ascenso y Bardot se consolidó como una de las grandes figuras del cine de su tiempo: admirada por los hombres, imitada por las mujeres y convertida en un referente de estilo y moda que perdura hasta hoy, ahora revisitado a la luz de su fallecimiento, que marca el fin de una era en la historia del cine y la cultura popular.