Una obra que encantará a quienes gustan y aprecian el tono poético denso, racional y sensual en una propuesta teatral, y cuyo soporte es el unipersonal, incluso cuando sus personajes dialogan.

Porque el soliloquio y el monólogo abarcan gran parte del territorio discursivo de la obra, con la palabra dicha reinando en alto nivel, metafórica o directa, además de sonar bien al oído.

Un valioso texto del dramaturgo Roberto Contador, mismo autor de “Clavo crudo a dos centavos” que también dirigió Guillermo Ugalde, al frente de la compañía Teatro La Península, esta vez integrada por Roxana Naranjo y Guilherme Sepúlveda.

La obra tiene como referencia e inspiración a El licenciado Vidriera, uno de los relatos cortos de Novelas Ejemplares (1613), de Miguel de Cervantes, al mismo tiempo un homenaje al escritor clásico español, en los 400 años de su muerte.

Junto con alejarse por completo del relato original, Contador y Ugalde rescatan como soporte temático la locura y el amor, vivida y sufrida por el personaje ibérico, que se creía de vidrio, debido al hechizo que le provocó una mujer despechada.

Paraje hipnótico

En esta propuesta, un hombre y una mujer parecen surgir desde la nada para establecerse en un paraje desolado, donde intentan sostener un encuentro y una relación que tal vez necesiten.

Con el abandono en la trastienda, esta vez el amor y la locura se mueven en su estado natural: en la bruma y lo incierto, ese territorio cuya topografía se construye con realidades, delirios y ensoñaciones. Un desafío hipnótico que, para establecerse, requería de la sonoridad que nubla y despierta los sentidos, gran aporte de Gustavo Guzmán.

Y que también exigía un diseño de iluminación -Andrés Poirot- que, junto a la niebla permanente en escena, llegan a diluir en momentos la materialidad de ambos personajes, como si fueran fantasmas.

En conjunto, sobre una sugerente tarima escenográfica en plano inclinado, crean un espacio a la intemperie, húmedo y cenagoso –también nutritivo-, si el título de la obra alude a esos lugares de la naturaleza, el ambiente elegido para intentar conexiones entre seres llenos de marginalidad y soledad.

El dramaturgo aporta belleza eufónica en el universo poético que construye un texto que valora la sensualidad como también la materialidad difuminada.

Se busca lo íntimo de la locura y el amor, sin descifrarlos, a través del ejercicio de la vida, sin hacerla explícita, con sus normas, desbordes y vicios.

La penumbrosa oscuridad del encuentro y el espacio, la sensualidad de las palabras y la lejanía y extrañeza de los cuerpos, la disposición hacia el otro, el humor infantil que se filtra, el delirio que circunda la obra… Más las destacadas actuaciones de Roxana Naranjo y Guilherme Sepúlveda hacen de Lamedero una de las buenas propuestas de teatro y poesía, y muestran la madura sensibilidad de dramaturgo y director.

Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM). Alameda 227. Miércoles a sábado, 21.00 horas. Entrada general, $ 5.000; estudiantes y tercera edad $ 3.000. Hasta el 29 de Octubre.