El presidente chino Xi Jinping hizo saltar por los aires su imagen de dirigente conciliador al imponer al Partido Comunista una amplia purga anticorrupción, arrogándose más poderes y alimentando una suerte de culto de la personalidad que podría molestar al aparato, según dicen los analistas.

Cuando accedió a la presidencia hace dos años, en marzo de 2013, Xi -además, secretario general del Partido Comunista Chino (PCC)- era percibido como un candidato de compromiso entre las facciones rivales, aprobado a la vez por Jiang Zemin y Hu Jintao, sus dos predecesores.

Pero la amplitud de su campaña anticorrupción, que ha golpeado en varios flancos de las filas del partido, ha puesto punto final a su prudencia inicial.

“Si la gente (del PCC) hubiera pensado que esto fuera a pasar, no habrían elegido a Xi. Ha hecho lo contrario de lo que se creía, es la perfecta encarnación de un aguafiestas”, declaró Minxin Pei, experto en política china en el Claremont McKenna College de Estados Unidos.

Desde la muerte en 1976 del fundador de la República Popular, Mao Zedong, el partido es “políticamente, profundamente conservador” para evitar las derivas de este último, explica el experto.

¿’Revitalizar’ un sistema estancado?

Los especialistas dudan de la eficacia, sin reformas reales de fondo, de la campaña de Xi contra la corrupción dentro del PCC.

Pero mes a mes, los anuncios de investigaciones y destituciones se multiplican, desde los consorcios del Estado hasta el ex jefe de la Seguridad Zhou Yongkang, pasando por el ejército, incluido el ex vicepresidente de la poderosa Comisión Militar Central del PCC. Nadie parece estar a salvo.

Al mismo tiempo, el rostro bonachón de Xi se ha convertido en omnipresente en los medios e incluso en la calle, donde los restaurantes tienen su retrato colgado. Además de los himnos a su gloria que hay en internet. Es el presidente cuyo nombre ha sido más citado, desde Mao, en la portada del Diario del Pueblo durante sus primeros 18 meses de mandato.

Los medios de comunicación estatales desvelaron recientemente en un exceso de artículos interminables su “aportación teórica”, retomando sin embargo viejas fórmulas del partido.

Para Barry Naughton, de la Universidad de California, las ambiciones de Xi “muestran un esfuerzo de dinamismo a todos los niveles para convertirse en un líder más poderoso (que los otros) y revitalizar todo el sistema”, una estrategia potencialmente peligrosa.

“Aún quedan cabezas por rodar”

De hecho, la caza sin fin de responsables oficiales corruptos “conduce a una actitud de alerta por parte de los dirigentes”, preocupados por su carrera, subraya Joseph Cheng, de la City University de Hong Kong.

“Existe una tendencia a no empezar grandes proyectos o iniciativas, lo que acaba por afectar a la política económica y al ambiente dentro del partido”.

Para Cheng, la obsesión de Xi es escapar al contramodelo soviético en el que Gorbachov “había destruido el partido en nombre de las reformas” económicas, de ahí la orden impuesta de “reforzar la línea ideológica y prohibir las ideas occidentales”.

Militantes y oenegés lamentan además una campaña de represión violenta que ha conllevado la detención de simples blogueros, defensores de los derechos de las mujeres o incluso militantes anticorrupción de la sociedad civil.

La campaña de Xi contra los cargos corruptos “suscita mucho nerviosismo y apuros entre sus ‘camaradas’”. A partir de ahora, “más cabezas tendrán que seguir rodando” para mantener la presión, de lo contrario, el descontento interno podría endurecerse, advierte Steve Tsang, de la Universidad de Nottingham.