Eran cerca de las 11:30 horas de la mañana de ese 20 de febrero de 1835 cuando un fuerte sismo sacudió nuestro país desde Concepción a Osorno, con una magnitud de 8,5 richter. Tras el primer remezón vino otra desgracia, debido a que un maremoto arrasó las costas desde los ríos Cachapoal (región de O’Higgins) hasta el Valdivia.

Según relatan Francisco Encina y Leopoldo Castedo en la Historia Ilustrada de Chile, durante la tarde de ese fatídico 20 de febrero el intendente de Concepción envió un oficio al gobierno central, relatando el horror y la destrucción de la ciudad.

“Un terremoto tremendo ha concluido con esta población. No hay un templo, una casa pública, una particular, un solo cuarto; todo ha concluido: la ruina es completa. El horror ha sido espantoso. No hay esperanzas en Concepción. Las familias andas errantes i fujitivas; no hay albergue segura que las esconda; todo, todo ha concluido; nuestro siglo no ha visto una ruina tan excesiva i tan completa (SIC)”, escribió Boza.

Y es que el terremoto había sido de tal magnitud que las ciudades de Chillán y Concepción quedaron prácticamente en el suelo, dejando edificios en el suelo mientras una nube de polvo envolvía los escombros que se acumulaban por todos lados.

Mientras las réplicas se sucedían una y otra vez, desde las profundidades se escuchaban estampidos, como el de un volcán haciendo erupción, generándose además grietas y otros accidentes geográficos.

Según relatan los historiadores, en el patio de la casa de uno de los vecinos de Talcahuano, “reventó el suelo, vertiendo un agua hedionda y sulfurosa, y el mismo fenómeno se observó en varios lugares vecinos a Concepción”.

De acuerdo a los testigos, una columna parecida a un chorro de agua lanzado por una ballena emergió desde la bahía de San Vicente. Al desaparecer la columna de agua, se formó un enorme remolino, alimentando la hipótesis de una actividad volcánica en el lugar.

Pero no solo eso sucedió en el mar, puesto que una enorme ola arrasó con lo poco y nada que había quedado en pie a lo largo de las costas desde Constitución hasta Valdivia, aproximadamente.

De acuerdo a los datos de la época, ciudades como Concepción, Chillán, Los Ángeles, Talcahuano, Penco, Tomé y Arauco, quedaron reducidas a escombros.

Según una creencia popular, la tragedia había sido provocada por los mapuche que fueron expulsados de Talcahuano. En venganza, éstos habrían tapado el volcán Antuco para que reventara en la bahía de San Vicente.

Debido a lo precario de las comunicaciones de la época, se ha calculado la cifra de muertos por el terremoto en unas 120 personas, entre quienes perdieron la vida aplastados con restos de edificios y los que terminaron carbonizados por los cuentos de incendios que se generaron.

Sin embargo, no hay cifras oficiales que incluyan a los desaparecidos producto del maremoto, aunque se especula con un número pequeño, debido a la baja densidad poblacional y que sucedió a plena luz del día.

El testigo privilegiado

Esa mañana del 20 de febrero, un connotado hombre de ciencias descansaba en un bosque de Valdivia, cuando fue sorprendido por el terremoto. Se trataba del reconocido científico Charles Darwin, quien se encontraba en nuestro país a bordo del “Beagle” haciendo un viaje de exploración por Sudamérica.

El destacado investigador, testigo privilegiado del fenómeno telúrico, hizo un completo detalle de lo sucedido en su famoso libro “Viaje de una Naturista alrededor del mundo“, relatando cómo hilos de lava descendía desde el cráter del volcán Osorno.

“Un terremoto trastroca en un instante las más firmes ideas; la tierra, el emblema mismo de la solidez, ha temblado bajo nuestros pies como una costra muy delgada puesta sobre un fluido; un espacio de un segundo ha bastado para despertar en la imaginación un extraño sentimiento de inseguridad que horas de reflexión no hubieran podido producir”, relata.

Darwin relató también como se vivió el tsunami en las costas,, señalando el testimonio de una mujer que vio en la playa cómo el agua se dirigía rápidamente hacia la costa sin formar grandes olas, y subió rápidamente hasta el nivel de las grandes mareas, para luego recobrar su nivel a la misma velocidad.

Darwin rápidamente se dirigió a Talcahuano, hasta donde llegó trece días después del sismo. En ese lugar su mayor impresión fue ver cómo la fuerza de las olas lanzaron un cañón de cuatro toneladas hasta unos cinco metros de las fortificaciones del puerto.

“La costa entera está colmada de maderos y de muebles, como si un millar de buques hubieran ido a romperse allí. Además de las sillas, las mesas, las cómodas, etcétera, vense los techos de muchos cottages que han sido transportados hasta allí casi enteros. Los almacenes de Talcahuano han compartido la suerte común y se ven también inmensas balas de algodón, de hierba mate y de otras mercancías”, comenta el naturista.

“En Concepción, cada fila de casas, cada mansión aislada, formaba un montón de ruinas bien distinto; en Talcahuano, al contrario, la ola que había seguido al terremoto y que inundó la ciudad no había dejado al retirarse sino un confuso montón de ladrillos, tejas y vigas, y aquí y allá alguna pared aun en pie”, señala el sentido relato de Darwin.

Incluso, tuvo líneas para los saqueadores que hicieron de las suyas tras la tragedia.

“Los que habían podido salvar alguna cosa se veían obligados a velar de continuo, porque los ladrones se unían a la partida, dándose golpes de pecho con una mano y gritando “¡Misericordia!” a cada pequeña sacudida, mientras con la otra mano trataban de apoderarse de cuanto veían”, se lamentó.

Respecto del maremoto, Darwin refirió lo relatado por testigos, quienes señalaron que poco después del sismo, se vio a una distancia de tres o cuatro millas, una enorme ola que avanzaba en medio de la bahía, que derribó las casas y desarraigó los árboles al avanzar con fuerza irresistible. “Llegada al fondo de la bahía, se rompió en espumosas olas que se elevaron a una altura vertical de 23 pies (7,10 mts.) por encima del nivel de las más altas mareas”, detalla.

Pero durante su relajo, Darwin también alude a la posibilidad de una erupción volcánico, aludiendo incluso a la creencia respecto de la “venganza” de los mapuche expulsados de Talcahuano.

“Las clases inferiores, en Talcahuano, estaban persuadidas que el terremoto provenía de que las ancianas indias que habían sufrido algún ultraje dos años antes, habían cerrado el volcán de Antuco. Esta explicación, por ridícula que pueda ser, no deja de ser curiosa; prueba, en efecto, que la experiencia enseña a esos ignorantes que existe una relación entre la cesación de los fenómenos volcánicos y el terremoto”, señala.

No obstante el mito, resalta la actitud de los habitantes de las zonas siniestradas.

“Confieso que vi, con gran satisfacción, que todos los habitantes parecían mis activos y más felices de lo que hubiera podido esperarse después de tan terrible catástrofe. Se ha hecho observar, con cierto grado de verdad, que siendo general la destrucción, nadie sentía más humillado que su vecino, nadie podía acusar a sus amigos de frialdad, dos causas que añaden siempre un vivo dolor a la pérdida de la riqueza”, concluye.