El Dakar comienza a bajar lentamente la cortina de su versión 2011. Y lo hace con la penúltima etapa de alta exigencia: 530 kilómetros de recorrido hasta San Juan, que rompió su calma para recibir a la caravana.

Esta ciudad (en la que no pocos vieron por primera vez tan cerca el suelo de una pista de aterrizaje desde un avión), que albergará a la Selección en la Copa América de mitad de año, recuerda a San Felipe o Tocopilla, no por su tamaño o por sus construcciones, pero sí por su tranquilidad y amabilidad en el trato (que va desde la gente en la calle hasta la atención en los restaurantes) y por el ritmo de vida relajado de sus habitantes.

La especial ofreció la relajada imagen de Francisco López al ya saberse con una mano y media en el tercer puesto de la competencia (aunque no quiera asumirlo en el discurso público), pero su gestualidad y el tiempo para bromear con la prensa sobre su “positivo” desarrollo en la carrera, develan la tranquilidad de la tarea casi cumplida, pero también su ambición de mirar el 2012 con ojos de título.

Durante la tarde, cuando el sol pegaba muy fuerte y las botellas de agua mineral o de bebida energética desaparecían de forma voraz, comenzó a notarse la sensación de relajo entre quienes han compartido durante 12 días el camino dakariano: improvisados jueguitos con pelotas de papel y cinta adhesiva, tiempo para saludar a aquellos que no se veían desde hace un año por el vértigo del trabajo y el rostro de ilusión al ver asomarse el final del camino para los novatos.

Es el caso de Francisco López Balart, quien saltó desde el escritorio de una empresa tecnológica y ser parte de competencias de todo terreno en Chile a encarar su primer Dakar con el objetivo de terminar. Y en eso está, cuidando su cuadrimotor y con la mezcla justa de esperanza y tranquilidad, que da como resultado la sonrisa y disposición para conversar con quien se encuentre en el camino, disfrutando así de su primera experiencia dakariana.

San Juan termina la recepción a los competidores, mientras un monumental panal de abejas (que con mucha serenidad nos advirtió un gendarme a las afueras del bivouac) vigila el arribo de los pilotos, que son aplaudidos por los habitantes, que se abalanzan ante Jorge Latrach, que detiene su auto, saluda y se abraza con los sanjuaninos, aunque los funcionarios de seguridad se esfuerzan en pedirle que no lo haga, algo que pocas veces puede controlar el “piloto rebelde”.

Todos se preparan con miras a lo que vendrá en la jornada de viernes: el último esfuerzo antes de buscar la entrada triunfal a Baradero.