La tendencia a reducir los problemas bajo el prisma del blanco y negro, entre un sí o un no, es un error de polaridad que no deja ver los legítimos puntos de vista y argumentos de los distintos sectores, la complejidad de ciertos temas. Termina por mutilar las diversas posturas a sólo dos alternativas: los que están por un sí y los que están por un no (¿será un mecanismo de defensa que nos habrá heredado el plebiscito de 1988?).

Pero la tendencia a lo polar muchas veces no deja ver lo que hay de fondo, aquello que se proyecta más allá de la pregunta, porque reduce el problema a un sí o un no. Peor aún: es una pregunta engañosa, que impide reflexionar de manera amplia y profunda.

Muchas personas aman las carreras, son “tuercas”, les gustan los autos, motos y cuanto vehículo que pueda correr por lugares agrestes, casi imposibles de transitar. Participan de esas carreras, las siguen. Es legítimo que quieran que se desarrolle un evento tan importante y emocionante como el “Dakar” en Chile, para poder verlo y disfrutarlo directamente.

Más allá de consideraciones medio ambientales, sobre qué tan contaminante es este certamen (donde se puede entrar en una discusión sin fin, en especial cuando las regulaciones son muy febles), tener el Dakar en Chile es un deseo atendible.

Pero desde otra perspectiva y mucho antes de que se realizara el primer “Dakar” que pasó por Chile, se irguieron voces cuestionando el impacto de la competencia por la destrucción que provoca en sitios arqueológicos, monumentos nacionales, medio ambiente y en paisajes de gran valor para nuestra identidad y para el turismo.

Así, el Colegio de Arqueólogos, el Colegio de Arquitectos y organizaciones sociales vinculadas al patrimonio -como también decenas de personalidades y “rostros”-, entre otros, se han opuesto y se oponen al Dakar.

Las denuncias son muchísimas, con registros de cientos de lugares dañados, algunos de alto valor arqueológico y patrimonial, con el respaldo del Consejo de Monumentos Nacionales (CMN), el máximo órgano del Estado de Chile en lo referido a Patrimonio. Y la organización del Dakar (ASO) no hizo nada –o muy poco- para reparar los daños provocados e insuficientes para evitarlos en versiones futuras.

Cabe destacar que los efectos del “Dakar” no se limitan a la competencia en sí. Después de ella, muchas personas hacen el mismo recorrido, estimulados por la competencia, pero sin que tengan la información pertinente de los lugares y sin el resguardo de los lugares. Eventos tan importantes como el “Dakar” generan efectos más allá del evento mismo, y de ellos también se tienen que hacer cargo tanto la organización (ASO) como el Estado.

El punto entonces no es prohibir. El punto es que el Estado de Chile ponga las condiciones claras y sanciones proporcionales (y posibles de aplicar) en caso de no cumplimiento y por daños. El tema es que haga cumplir las leyes.

El problema es que el Dakar ha provocado cientos de daños y el Estado de Chile no ha sabido proteger su patrimonio ni su dignidad. Sin duda, un país que respeta su dignidad, también respeta su patrimonio y sus bienes “identitarios”.

También ha sido un problema que la organización del “Dakar”, aparentemente, considera a los países de Latinoamérica como países de segunda categoría, donde hay “manga ancha”, donde no es necesario responder por los problemas y las destrucciones que provocan. El “Dakar” está haciendo en Latinoamérica lo que no puede hacer el Europa y tampoco, aparentemente, en África.

El problema central está en un Estado sin dignidad y en una organización sin respeto.

En síntesis, el Dakar se debe realizar en Chile cuando nuestro Estado sea capaz de hacer respetar las leyes y nuestra dignidad. Y cuando la organización del Dakar respete la dignidad y las leyes del país y de sus habitantes.

(Esperamos que se den los pasos para que se haga de buena forma el Dakar en Chile y que no se borre el trabajo de instituciones que, en esta materia, han hecho bien su trabajo).