El Presidente dio el vamos a las Fiestas Patrias en La Pampilla, en Coquimbo. Y aunque también participó posteriormente en la ceremonia oficial del Parque O’Higgins, bastó que rompiera el “orden habitual de los saludos dieciocheros” para que desde la derecha se desatara una polémica tan ridícula como predecible.

¿Qué les dolió más? ¿La descentralización… o no ser el centro del encuadre?

Estas Fiestas Patrias, el presidente Gabriel Boric decidió iniciar las celebraciones desde región. Y aunque no se suspendió el acto en Santiago, ni se abandonó la tradición capitalina, algunos actuaron como si el país se hubiese quedado sin bandera ni cueca.

Jorge Alessandri dijo que se rompía una tradición. Francisco Orrego, desde Sin Filtros, exigió respeto. Axel Káiser, fiel a su libreto, subió su video de indignación. Todos compitiendo en el campeonato nacional de dramatismo dieciochero.

Y mientras tanto, en redes y matinales, se levantaban teorías y lamentos como si el presidente hubiese inaugurado las fondas desde Caracas. Pero no. Solo decidió partir en La Pampilla y después ir al Parque O’Higgins.

La patria se celebró en ambas partes. La cueca sonó en las dos. La empanada se comió igual.

Y uno se pregunta: ¿Eso es lo que los descompensa? ¿Que la foto no fuera en el mismo orden de siempre? ¿Que por un momento el país se saliera del libreto santiaguino?

Lo irónico es que Francisco Orrego y Káiser han hablado antes de descentralización. Han dicho que el poder debe estar más cerca de la gente, que Chile no se acaba en la Alameda. Pero cuando ese discurso se vuelve gesto… se les viene el alma al suelo.

“Si el Presidente va al norte,
se les cae la tradición.
Parece que la patria entera
les cabe en una fonda y un salón.”

Lee también...

Lo que pasó estas fiestas patrias no es grave. Grave es seguir atrapados en la idea de que lo que no ocurre en Santiago es irrelevante. Grave es confundir patriotismo con escenografía. Y peor aún: convertir cualquier gesto simbólico en carne para el show político de turno.

La ceremonia en La Pampilla no fue un desaire: fue un recordatorio de que las regiones también celebran, también existen, también importan. Y que el Presidente puede —y debe— estar donde esté el pueblo, no solo donde está la prensa centralizada. Mientras en Coquimbo se bailaba con viento marino y tierra en los zapatos, en Santiago algunos se ofendían como si el 18 tuviera copyright.

“En La Pampilla hubo fiesta,
aunque a algunos les dolió.
Si no hay cámara en su fonda,
parece que no hay nación.”

Chile no se rompe por cambiar el orden del protocolo. Se rompe cuando la política se transforma en escándalo permanente. Cuando en vez de legislar para la gente, algunos se dedican a animar polémicas inútiles.

Y ya que estamos hablando de “tradiciones patrias”, una sugerencia para tanto defensor de la tradición: aprendan a bailar la cueca. No para ganar medallas. Pero sí para no hacer el ridículo entre tanto zapateo simbólico. Porque si van a defender lo nuestro, partan por saber dar un paso básico antes de gritar traición.

Mientras la ciudadanía pide soluciones reales —mejor salud, pensiones dignas, seguridad, educación— hay quienes siguen peleando por el orden en donde se da el vamos a nuestras fiestas patrias.

Y ahí está, como siempre, el verdadero escándalo.

Escrito por: Ernesto Fernández León
Comunicador Gráfico

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile