En el marco del mes de la Salud Mental y del Día Mundial de la Salud Mental, no podemos dejar de mirar los índices que describen el impacto que han tenido estos últimos años en nuestras vidas. Niños, adolescentes, padres, adultos mayores, familias y por supuesto organizaciones han experimentado de cerca las consecuencias de dicho impacto: inestabilidad emocional, miedo, irritabilidad, inseguridad, desgano y por supuesto incertidumbre. Todos elementos que deterioran el bienestar general y emocional de las personas.

Hemos estado desafiados desde muchos ángulos y en forma sostenida, lo que ha llevado nuestra salud mental al límite.

Por muchos años ha existido una división entre salud mental y salud física, siendo esta última a la que habitualmente le atribuimos mayor importancia y visibilidad. Nos resulta más fácil hablar sobre las enfermedades médicas que nos aquejan que sobre nuestras preocupaciones por nuestro estado de ánimo, incluso con personas cercanas, familiares o amigos. Esto, debido a que en nuestra cultura los problemas de salud mental se asocian a una suerte de discapacidad, donde se han instalado severos prejuicios.

Es así como los problemas de salud mental muchas veces tienden a ser ocultados e incluso no percibidos por quienes la padecen. Para muchos el decaer, el sentirse angustiado o vivenciar tristeza no está permitido, y por lo tanto, no se cuestionan ni reciben tratamiento adecuado, lo que trae consigo altísimos costos en lo personal, familiar y laboral.

Algo que debemos agradecerle a la pandemia ha sido la oportunidad de resignificar nuestras dolencias psicológicas como situaciones normales que vivimos todos los seres humanos sin distinción, poder hablar de ellas, mirarlas con respeto, y asignarles la importancia que merecen a fin de pedir la ayuda necesaria para alcanzar la recuperación. Por lo tanto, el llamado es a aprovechar la oportunidad que ha surgido en este ámbito.

El mirarnos con mayor compasión, conectarnos con nosotros mismos y con otros desde la aceptación de que nuestra salud mental es un ámbito clave de nuestras vidas, es una manera de avanzar como sociedad hacia el logro de un mejor bienestar individual y colectivo, y al mismo tiempo nos volvemos más capacitados para acompañar a nuestros seres queridos y compañeros cuando la vida está cuesta arriba.

Este es un desafío colectivo en el que todos debemos participar, y en especial aquellos que por su rol tienen el poder y el privilegio de impactar la vida de muchos otros.

Las empresas por ejemplo, tienen el gran desafío de mirar a sus colaboradores integralmente, de crear las condiciones y los espacios necesarios para que aquello que “no se ve y no se habla” pueda aparecer y ser tratado adecuadamente.

Dados los múltiples cambios y dolores por lo que hemos transitado, es altamente probable que un porcentaje importante de colaboradores o miembros de sus familias padezcan dolencias psicológicas o problemas de salud mental, lo que sin duda interfiere en todos los ámbitos de la vida del trabajador, incluyendo su nivel de productividad.

En este siglo XXI, las organizaciones y empresas no podrán obviar la salud mental como un eje central de su sostenibilidad y su cultura interna. Por el contrario, se hace cada vez más evidente que la prosperidad requerirá la creación de dispositivos de apoyo psicológico, al mismo tiempo que generar espacios seguros donde sea posible una mayor conexión y confianza para plantear este tipo de dolencias, estimulando la búsqueda de ayuda para una pronta recuperación. En tiempos como los que corren y los que se avecinan, no habrá salud organizacional sin salud mental.

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