Las últimas encuestas han sido lapidarias para la Convención Constitucional. Pese al abrumador triunfo en el plebiscito, y de gozar de buena popularidad en sus primeros meses, hoy parece que el proceso constituyente chileno vive un trago amargo y coloca mayores desafíos al plebiscito de salida fijado para el próximo 04 de septiembre.

Los análisis han abundado en estos días para explicar este fenómeno. Algunos han planteado que los ánimos refundacionales y maximalistas de algunos constituyentes han enlodado el debate, generando desconfianza en la ciudadanía, mientras que los incumbentes, sobre todo de izquierda, han culpado a los poderes fácticos, que han esparcido informaciones falsas, y a los medios de comunicación, que se han encargado de difundirlas.

Aquí quisiéramos detenernos en esto último. En Estados Unidos han definido tres categorías de desinformación. La primera la denominan misinformation o misinformación, que es aquella que podemos definir como una información errónea o sesgada, pero cuyo emisor no tiene claro que es así; la desinformación propiamente tal, en donde el objeto es justamente inducir a error al receptor (hay una conducta deliberada, a diferencia de la anterior); y la noticia falsa o fake news, que va un paso más allá de la desinformación: se crea una historia falsa haciéndola pasar por verdadera.

Si tuviéramos que citar ejemplos locales, podríamos decir que una misinformación es la que muchos replicaron, sobre todo en redes sociales, acerca del retiro de fondos previsionales y sus efectos en la inflación, que ésta se mantendría con o sin sacar los ahorros de las AFP. Quienes hicieron eco de esta tesis no tienen que ser eruditos en economía y tal vez, para reafirmar sus propios argumentos o necesidades, no dudaron en repetir esa información, sin saber que era errónea.

Una desinformación, en cambio, podrían ser los argumentos esgrimidos en torno a la Convención para eliminar al Senado, acusándolo de ser un cuello de botella para los trámites legislativos o seno de la oligarquía y el conservadurismo; o la propiedad de los fondos previsionales, donde se ha dicho que se van a expropiar y que los trabajadores no son dueños de sus ahorros. En ambos ejemplos, diversos estudios legislativos y las opiniones vertidas por el Gobierno y los propios convencionales, respectivamente, han echado por tierra esas afirmaciones.

Por último, una fake news es una mentira disfrazada de noticia (incluso, los más avezados, diseñan portadas falsas de diarios o suplantan gráficas de sitios web), y aquí también los casos abundan: que la presidenta Bachelet recibía bonos por cada inmigrante ingresado ilegal o que había milicias extranjeras infiltradas en Chile que causaron el estallido social, por citar algunas de las más populares.

Las diferencias entre ellas tienden a confundirse e incluso puede haber una mezcla entre sí. Para efectos de este análisis, nos quedaremos solo con misinformación y desinformación, pues fake news es un término ya bastante manoseado porque se califica como tal cualquier información que no nos agrada. Es lo que algunos llaman cultura de la cancelación, para anular al adversario ideológico, y que nos parece menester analizar en otra oportunidad.

Volviendo a la baja en la popularidad del trabajo constituyente, creemos que el debate ha estado contaminado por este fenómeno de misinformación y desinformación. No necesariamente es un ataque al trabajo en sí, sino que muchos actores y grupos de interés están pujando sus ideas sin medir consecuencias y a cualquier costo. Y los medios de comunicación, haciendo uso legítimo de la libertad de expresión e información, amplifican esas noticias.

Es más, quienes tienen la misión de ser voceros del trabajo constituyente entran en esta dinámica. Sin ir más lejos, la propia presidenta de la Convención aseguró que se estaba frente al proceso más democrático de la historia, lo que fue desmentido por el vicepresidente del mismo órgano. ¿Ella estaba desinformando? Probablemente no, sino que, desde su perspectiva, estaba en lo correcto, pero los hechos han demostrado que han existido otros procesos democráticos igual de importantes y participativos.

Desde la Fundación Multitudes estamos en estos días levantando información de los 154 convencionales, acerca de si sienten que han sido víctimas de noticias falsas, desinformación y misinformación, y si bien los datos aún son preliminares -esperamos concluir el trabajo en unas semanas más-, una gran mayoría sí siente que su trabajo se ha visto afectado por informaciones erróneas, deliberadas o no.

Entonces, en esta suerte de guerrillas de declaraciones, argumentaciones, contrargumentaciones y desmentidos en torno a la Convención Constitucional, no es de extrañar que la percepción de la ciudadanía sobre este proceso sea baja. ¿Se podría hacer mejor? Sin duda, pero el tiempo escasea. ¿Se debe mejorar la información del trabajo constituyente? Se ha pedido desde el primer minuto, pero cualquier esfuerzo no es suficiente.

Por eso es importante que quienes ejercen liderazgo de opinión sean los primeros en evitar estas desinformaciones y misinformaciones, partiendo por los propios constituyentes. Y no exijan este rol a los medios de comunicación, que si bien también deben aportar como mínimo no difundiendo fake news, basan sus noticias en las mismas fuentes que caen en entregar informaciones sesgadas o erróneas.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile