El acto de alimentarnos nació antes que los ritos funerarios, que la música o la poesía. Sin lugar a duda, ha sido en la cocina, más que en la construcción de catedrales o de máquinas voladoras, en donde el humano ha puesto más imaginación, ganas y amor.

La cultura de un pueblo se refleja a través de su gastronomía. Y la cocina como patrimonio cultural inmaterial, es parte sustantiva de la cultura en Chile. Desde esta perspectiva, al valorar el profundo significado para la identidad de un pueblo y su cohesión social, esta se transforma en una herramienta política, económica y turística.

Debiéramos partir por celebrar “el día de las cocinas chilenas” desde la pluralidad y decir que nuestra cocina es diversa, como nuestra geografía y nuestros climas, que cada rincón de la patria tiene su manera, sus productos y su conocimiento con los cuales desarrolla su forma de alimentación.

Tres son las grandes columnas que sustentan el desarrollo de las cocinas en Chile, la invasión española, el aporte de los pueblos originarios y las diversas migraciones llegadas al país.

Hoy más que nunca debemos defender y desarrollar nuestra cultura, porque se relaciona con elementos como la defensa del agua, la sustentabilidad de las comunidades agrícolas, con los pescadores artesanales, con las algueras, con las comunidades recolectoras en general, con los crianceros, en fin, con ese mundo invisibilizado por las grandes corporaciones comerciales.

Hoy quizás ya no basta con un decreto de ley que dice que un día al año debemos celebrar el Día de la Cocina Chilena, sino que se espera un Estado que contribuya, aporte y valore esta forma de amor que es la gastronomía. La cocina chilena debe ser la primera embajadora de Chile en el mundo.

Joel Solorza director de la Escuela de Gastronomía Universidad de Las Américas.

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