Estamos bajo el “teatro de la impotencia”, nuestras palabras no tienen eco, los partidos no toman nota del “Chile profundo” y repiten el verso bruto de un republicanismo degradado.

Luego del plebiscito de octubre el Congreso comenzó a aceitar una infernal máquina electoral en pleno proceso (des)constituyente del neoliberalismo. Y así, los curules aún se resisten a entender la mutación histórica, la humillación ciudadana, la ausencia de certidumbres socio-epistémicas, y están librados a redituar viejas prácticas clientelares, para administrar sus castas bajo el artilugio de la “no” militancia como test de la probidad para un mundo de “asambleístas independientes”.

Por su parte, nuestra élite -sin horizontes cognitivos- solo está en condiciones de transversalizar la conflictividad al interior del polo institucional agravando un feroz déficit etnográfico (político)a la hora de comprender la insurgencia que tiene lugar en Plaza Dignidad.

¿Cómo reconectar política y vida cotidiana?, cuando es el propio sistema de partidos el que ha horadado toda forma de mediación entre ambas esferas.

Todo ello en un momento de radical facticidad donde la revuelta (18/O) ha obrado como un scanner de la “descomposición institucional”.

En suma, estamos en presencia de un movimiento aporofóbico (léase como rechazo a la pobreza) que busca invisibilizar el campo popular ofertando un nuevo relato esperanzador a cambio de la orientación normativa -liturgia post/transicional- especialmente orientada hacia los grupos medios empobrecidos. Los teóricos de la modernización trizada, sobre todo aquel sociólogo que hace las veces de publicista del PNUD persiste en la teoría del malestar, no acusa recibo de la dispersión de demandas antagónicas y todo se reduce al término “anomia”. Se trata del nuevo Partido Neoliberal.

Una vez que la potencia de calle desbarató la legitimidad de la desigualdad modernizante se ha quebrado la hegemonía y la distinción entre campo popular y esferas elitarias ya no goza de aprobación ciudadana. Solo ello explica el cuestionamiento popular al anonimato clasista de Briones en pleno centro de Santiago. He aquí un desplazamiento en la mitología del “Chile de huachos” y el ocaso de la holgura cognitiva con que nuestros capataces simbólicos (asesores de palacio) honraban el modelo de servicios. Dicho en su forma menos matizada: la ciudadanía dejó de legitimar la desigualdad naturalizada. El lugar de la crítica pasa por la des-mitologización.

Lo que está en juego es una nueva “constitucionalización del neoliberalismo” que viene a neutralizar la fuerza de los antagonismos y a reconstituir una terapia del orden. Hoy nuestros barones pretenden cultivar la facticidad del espectáculo (solidaridad), y con ello ofrecen una trazabilidad (homogenizante) que sin embargo viene a socavar la revuelta (18/O) con su derrame derogante. Con todo el 10% que promueven con fervor los partidos de la llamada “oposición”, que exhiben como una sensibilidad social con el estado de miseria, incluyendo la posibilidad de un tercer retiro de AFP (Marzo/Abril), podría ser el comodín mediante el cual pueden reproducen un sistema de dadivas. Todo esto tiene su génesis en el “golpe parlamentario del 15 de noviembre” como un modo de codificar las cogniciones rebeldes donde la potencia del movimiento no se deja reducir a los conceptos y a las tecnologías del poder. De este modo la social democracia deviene en una nueva oligarquía reformista que busca ficcionar un nuevo “pacto social” administrando los vejámenes de la capa media, como grupo autoral de mercados liberalizados.

Aludimos a la administración de un imaginario viscoso que intenta anudar actores cómicos y representar un relato de biodiversidad, y no porque el progresismo lo sea en sus prácticas internas, sino porque esa es la impostura que los Barones más conspicuos de la trama post-concertacionista buscan suturar. El Partido neoliberal promueve una cromática de inclusión ciudadana que estará plagada de bufones. La asamblea constituyente ha sido asediada por personajes circenses. No habrá tragedia, sino comedia.

Y ello es así porque si algo debemos reconocer en la trama (post) concertacionista es que fuimos ultrajados material y cognitivamente una y mil veces. Aquí no hubo desvelo por generar una televisión de alcance público-cultural que pudiera contener el poderío de matinales complejizando la tradiciones cognitivas de la sociedad civil. Décadas mas tarde el Frente Amplio tampoco abordó una política de medios. La Concertación, y el progresismo en general, con su vocación de élites, devastó la base social-popular del conocimiento e hizo una donación a un conjunto de expertos indiferentes (Antes Ascanio Cavallo, después Navia, Otonne, Peña, su rectorado y el Politólogo del Servel en una versión más ilustrada) y ello implicó el desgaste de elencos inclusivos del mundo social.

Todo este dispositivo permitió la configuración política del espectáculo echando las bases de una tele-política que asedia, aquí y allá, la Constituyente de abril. El régimen hegemónico consistió en mutilar la mirada crítica mediante la promoción de identidades selfys en un modelo terciario que solo blindó la agencia tecnocrática y los editores de la pacificación. En suma, los matinales con sus actores, modelos y políticos jubilados (¿Schaulsohn o Vidal?) dan cuenta de la consumación del travestismo visual. A ello se suma un proceso de espectacularización (“farándula” como dispositivo totalizante que desborda la “obra” de nuestras élites) que fue por años el encadenamiento muticultural (visual) del imaginario de la gobernabilidad (1990-2014). Una colonización del sentido común que encarnaba la trama sensitiva de la transición como un esfera representacional que envolvía emotivamente el conjunto de las instituciones desgastadas. Pero cabe destacar algo primordial. Quizá la excepción ha sido la revuelta (18/O) que comprende un movimiento irreductible, indómito, que no se dejó absorber por los procesos de mediatización de matinales, salvo en la mirada punitiva o de violencia pornográfica. Ello a diferencia de los movimientos del 2006 y 2011 que fueron plenamente digitados mediática y políticamente.

Hoy la comisión de hombres buenos encabezada por Benito Baranda y el populismo progre (tragicómico) de Pamela Jiles se abre espacio desde el campo social y fiscaliza a Piñera como un catalizador de la destitución de octubre (18/O). En este sentido, y por pueril que resulte, Pamela Jiles es la puesta en escena de la politización de la farándula, en cambio el Alcalde de Las Condes (Lavín) es por excelencia el político farandulizado. Pero a ello se suma el control del relato visual desde el significante “estallido”; el uso de la vida cotidiana a nombre de la digitalización; los programas políticos y todo el tsunami propagandístico de los lenguajes corporativos que pueden ser administrados por el movimiento instituyente-codificador tan esperado por la clase política, las oligarquías del orden (Peña, Guell, et al) y por elites sin retrato de futuro. Se trata de controlar el imaginario de la revuelta, aplacar su potencia igualitaria y eticista y, porque no, denostar sus desgarbos, reponiendo los desgastados mitos del orden. El movimiento derogante (18/O) es una hebra fundamental por cuanto libera a la democracia de los lenguajes empresariales de la excelencia managerial al copar el debate con la irrupción de demandas populares. Ello también devela la vocación publicitaria del PNUD y el uso modernizante de sus mentores -con la notable excepción de Norbert Lechner- de la degastada noción de malestar. Y es que los empleados cognitivos de la oligarquía rentista siempre vistieron de alta tecnocracia la modernización pinochetista.

En un plano prosaico el anunció mediático del “partido neoliberal” comenzó de modo muy pueril hace algunas semanas. Santiago Pavlovic levantó uno de los relatos del orden más impúdicos sobre la revuelta (18/O) homologando vandalismo y violencia popular. Mediante una editorial bizarra separó los sucesos de violencia de una extensa cadena de desigualad, aislando al sujeto popular, y volviendo a restituir una mutilada capa media que, por estos tiempos, ha desafiado al dominio oligárquico. En el fondo Pavlovic fue el peón encargado de manifestar el desprecio elitario de las corporaciones contra el holgado triunfo del 25 de octubre (2020). Nuevamente la modernización aporofóbica utiliza toda la facticidad del espectáculo, sus sueños de oportunismo, sus infernales termitas corporativas para restituir las terapias de un orden chascarriento conducente a una “segunda modernización”. Con todo el movimiento destituyente (18/O) es el único lugar ético-político que puede neutralizar la embestida de los halcones de la modernización y mantener en vilo el cuestionamiento a la racionalidad abusiva de las instituciones. “Que siga el movimiento constituyente, pero que no cese el proceso derogante para que abril sea un lugar de disputas y no de cocinas”. Tras esta fricción viva, que incluye el “asalto ciudadano”, se juega la ruptura democrática de la nueva Constitución. La derogación, no cesa, al menos hasta ahora, ante la prepotencia de los discursos de la real politik.

A Nelson Ronda, en los días del plomo.

Mauro Salazar J.
Académico y ensayista. Analista político.
Investigador en temas de subjetividad y mercado laboral (FIEL/ACHS)
mauroivansalazar@gmail.com

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