De cara al debate televisivo de este martes, la pregunta no es quién tendrá el mejor desempeño técnico. La pregunta es quién logrará activar la emoción que incline a los indecisos: el malestar que moviliza a Kast o la inquietud moral que impulsa a Jara.

Los debates presidenciales ya no son ejercicios de deliberación democrática. Son, más bien, dispositivos emocionales de alto impacto que reconfiguran la intención de voto sin que el elector lo perciba. El debate radial de la semana pasada y lo que ocurra en el televisivo de este martes lo confirman: la contienda entre Jeannette Jara y José Antonio Kast no se está resolviendo en las propuestas, sino en el zumbido emocional que dejan sus campañas negativas.

La evidencia no es anecdótica. El análisis “Campañas negativas: el debate presidencial Archi 2V-2025” del Centro Democracia y Opinión Pública (C_DOP) de la Universidad Central contabilizó 113 mensajes de campaña negativa, usados de manera sistemática por ambas candidaturas.

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Pero lo relevante no es la cantidad: es el tipo de emoción activada y cómo esa emoción condiciona la disposición del votante. Como demostró Shanto Iyengar en sus estudios sobre priming y framing, en tanto técnicas de comunicación que manipulan la cognición “los ciudadanos evalúan a los candidatos desde los marcos que la comunicación les activa previamente, no desde la información objetiva” del debate. 

José Antonio Kast

En esa lógica, Kast ha jugado una carta conocida, pero eficaz: la negatividad estructural.

No apunta a Jara como persona; apunta al ecosistema político que la respalda. Al insistir en un país “más pobre, más violento y peor gobernado”, el candidato republicano instala lo que K. Jamieson y P. Waldman describen como narrativas de desempeño catastrófico: relatos que transforman la elección en un plebiscito emocional sobre el presente.

No importa la precisión empírica; importa la sensación de deterioro. Y esa sensación, repetida en el debate, moviliza malestar, urgencia y voto por castigo.

Jeannette Jara

Jara respondió con la estrategia opuesta: negatividad identitaria y personalizada.

En vez de discutir el cuadro macro, presiona donde Kast es más vulnerable: ambigüedad, definiciones evasivas, posiciones extremas.

Lo que busca no es solo contrastar modelos, sino —como plantea Drew Westen activar emociones de riesgo moral en el votante moderado.

Sugerir que un candidato “no dice lo que realmente hará” puede ser más devastador que cualquier cifra: instala duda. Y la duda, en segunda vuelta, es un arma de movilización tan potente como el miedo.

Marcos emocionales

El análisis realizado por el C_DOP confirma esta asimetría emocional: Kast concentra la mayoría de las apelaciones al miedo, mientras Jara domina las réplicas y comparaciones directas. Dos arquitecturas negativas distintas, pero convergentes en su efecto: ninguna busca persuadir racionalmente; ambas buscan orientar emocionalmente.

En ese sentido, ambos comandos parecen haber entendido la máxima de George Lakoff: “si aceptas el marco del adversario, pierdes; si instalas el tuyo, ya ganaste la mitad de la batalla”.

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Y eso es lo que está ocurriendo: los marcos emocionales ya están condicionando la lectura pública de los debates antes de que estos terminen. No es casual que buena parte del electorado declare decidir “por sensación” más que por programa. Los debates se han vuelto los escenarios privilegiados para esculpir esas sensaciones.

De cara al debate televisivo de este martes, la pregunta no es quién tendrá el mejor desempeño técnico. La pregunta es quién logrará activar la emoción que incline a los indecisos: el malestar que moviliza a Kast o la inquietud moral que impulsa a Jara. Con más de la mitad del electorado decidiendo tarde, estas emociones funcionan como brújulas invisibles.

Los debates, en suma, no están mostrando solo ideas; están mostrando qué emoción dominará la elección. Y si algo enseñan la psicología política y la comunicación electoral comparada, es que cuando la racionalidad se retira, la narrativa negativa es la que llena el vacío.

El resultado del 14 de diciembre podría depender menos de lo que se diga en los próximos días y más de cómo se haga sentir al votante cuando apague la televisión.