La tensión entre ambos es evidente, aunque nadie la diga en voz alta.

En política, el deseo se huele. Y en Gabriel Boric ya se percibe el del 2030: la pulsión por volver, por redimirse de su propio gobierno y convertirse en el héroe que regresa a cerrar el ciclo.

Las señales son claras: cadenas nacionales con tono de campaña, ataques cuidadosamente dirigidos al candidato opositor en plena discusión presupuestaria y una defensa de su legado que suena más a manifiesto que a balance.

Boric quiere volver

Hay quienes creen, incluso dentro del oficialismo, que al Presidente no le molestaría tanto una victoria de Kast. Un enemigo en La Moneda le devolvería el contraste necesario para ser la alternativa moral dentro de cinco años. La sospecha suena dura, pero el poder es un juego donde las apariencias rara vez engañan. El regalo publicitario que le hizo el Presidente al candidato republicano en la cadena nacional sobre presupuesto ratifica los malos pensamientos de varios.

Si Piñera y Bachelet pudieron volver a la Moneda, ¿por qué Boric tendría que ser menos que ellos?

Si algo tienen en común los dos exmandatarios es capacidad personal de haber jugado a contrapelo del sentimiento mayoritario de sus coaliciones. Piñera, con su enorme patrimonio y audacia se distanció rápidamente de una coalición demasiado atrapada por Pinochet, y Bachelet no solo se subió a aquella tanqueta simbólica de aquel día, sino que tuvo la capacidad de destrozar la vieja alianza de barones (y también varones) y héroes cansados que manejaba y anquilosaba la Concertación.

Ambos cambiaron sus coaliciones para siempre y quizá es la explicación de por qué le entregaron el poder a la oposición. Ninguno tuvo en sus filas alguien con el carisma y talento suficiente para poder empatarles en las discordias internas de sus segundas candidaturas. Ni la palabrería populista de Ossandón, ni la fina modernidad neoyorquina de Velasco fueron capaces de enfrentar a lo que significan Piñera o Bachelet.

El ascenso de Tomás Vodanovic

Pero Boric sí tiene en la interna un contrincante de peso real, desde Maipú representando al frentemplismo con los pies en la calle, y sin atavismos ideológicos está el alcalde Tomás Vodanovic.

Tuve la oportunidad hace poco de ser co presentador con él del libro del académico Cristián Bellei sobre los problemas de la educación en Chile. Más allá de la caricatura que se suele hacer y de la que fui testigo al ver la larga fila de asistentes que quería sacarse una selfie con él, Vodanovic dijo en su tono jesuita que el gran problema de la educación es que no había suficiente presión social para hacer los cambios que se necesitaban, dejando entrever que la burocracia frenteamplista era aún menos audaz que los viejos concertas.

Además de su propia rapidez para entender el problema, tuvo la habilidad suficiente para mirar de reojo, sin que nadie se diera cuenta, las notas que tenía escrita la académica de la UC Susana Claro, que representaba la visión de la derecha sobre la educación. Así que rápidamente accedió a información privilegiada sobre qué cartas tenía la contrincante, que solo tenía mirada cándida sin notar la jugada astuta del alcalde. Así mismo, ha demostrado en cada jugada que sus famosas calugas las tiene principalmente en el cerebro.

Todo a su tiempo

Y sin duda una jugada muy buena fue no presentarse y aguantar todos los cantos de sirena que navegaron por la avenida Pajaritos para tener un buen perdedor electoral.

Su argumento que no tenía la experiencia suficiente es otro golpe al presidente, que fue candidato porque era el único de esa generación que tenía la edad constitucional. Y, por cierto, preferir quedarse en Maipú es un buen argumento para mostrar que el deseo de servir puede más que la ambición. Y por supuesto, le creeremos porque es necesario hacerlo.

Boric tiene plena certeza que fue presidente porque agarró bien el voto anti Jadue y después anti Kast. Pero la segunda vez que se presente será por su propio talante y no el de sus adversarios.

Donde Gabriel Boric muestra deseo, Tomás Vodanovic exhibe contención y talento y lo demostró en estos días. Tenía encuestas que lo favorecían, una gestión sólida y una popularidad transversal. Era el único capaz de unir a la izquierda sin despertar resistencias. Su negativa no fue una renuncia, sino una forma de autoridad: como si entendiera que, en la política chilena, el verdadero poder no lo tiene quien se lanza, sino quien sabe cuándo no hacerlo.

Quizás por eso su decisión no fue una huida, sino una apuesta larga. Boric quiere tanto volver que se nota: corre, explica, le pega a Kast, intenta justificar su lugar en la historia. Vodanovic juega con más calma: se queda, observa, administra, espera. No porque no tenga ambición, sino porque comprendió que el poder no se conquista de un golpe, sino que se preserva en silencio.

Hay algo de Maquiavelo en esa decisión. En El Príncipe advierte que “todos ven lo que pareces ser, pero pocos saben lo que eres, y esos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría, que tiene por guía la apariencia”.

Vodanovic parece haber entendido esa lección: que en política la fuerza no está en el gesto grandilocuente, sino en la impresión de dominio. Él no necesita mostrarse poderoso para que se le reconozca poder; su sobriedad lo vuelve creíble por contraste. Y eso, en su lenguaje, significa seguir gobernando Maipú antes que lanzarse a la epopeya contra los republicanos.

Gabriel Boric y Tomás Vodanovic, una tensión evidente

Mientras Boric busca amor en la épica, Vodanovic construye respeto en la gestión y en la capacidad de ir por lo práctico; fue el primero de la izquierda que se sacudió la alergia al orden que describe Tohá para pedir militares en las calles.

¿No recuerda a aquella ministra de defensa que tenía Lagos que ante una emergencia no dudó en llamarlos para que sacaran a las personas inundadas de las poblaciones, pasando por encima de los atavismos de la izquierda?

El contraste con Boric no es ideológico, sino temperamental. El Presidente encarna la ansiedad de un ciclo que no terminó de cerrarse: quiere corregir, reivindicar, justificar. Su verbo se ha vuelto pedagógico, casi moral. Vodanovic, en cambio, se parece más a un administrador con alma política: habla de resultados, de limpieza urbana, de seguridad y convivencia. No pontifica, actúa. Si Boric aún pelea por el relato, él pelea por el pavimento y las herramientas para los guardias municipales.

La tensión entre ambos es evidente, aunque nadie la diga en voz alta. Boric quiere seguir representando un sueño, mientras que el alcalde a la realidad. Fiel a su nombre y formación cristiana, prefiere ver para creer como decía su tocayo en los Evangelios.

comillas
Probablemente, esa será la gran tensión en el Frente Amplio y Tomás Vodanovic tendrá que evaluar si tiene la capacidad política para ganarle en la interna al expresidente, o decide irse por otro camino. Porque está claro que el día que dejó su zona de confort para ir a hacer clases a barrios populares, como contó aquel día en la presentación del libro, estaba eligiendo el camino del papado y no el del cura de barrio.
- Carlos Correa B.