En una declaración estrafalaria, la ministra de la Mujer y Equidad de Género, Antonia Orellana, calificó de “bananeras” las críticas de Felipe Harboe a la modificación del método de la ENUSC, la encuesta sobre seguridad ciudadana.

La labor que la ministra despliega a favor de la mujer cuenta con toda mi simpatía. Pero ante sus palabras se me pararon los pelos.

No me refiero al fondo de su polémica con Harboe, en la que no meteré mi cuchara, sino a la expresión que se le antojó utilizar para descalificar las palabras del exsubsecretario y exparlamentario: “bananeras”.

¿De dónde la habrá sacado? ¿La oiría en algún pasillo, se la cruzaría en la tienda Banana Republic del Costanera Center, o se la topó en las redes y le quedó sonando? Veamos.

Banana Republic

El término “Banana Republic” –república bananera– fue acuñado a comienzos del siglo pasado por el humorista estadounidense William Sydney Porter, alias O. Henry, para referirse en tono despectivo y caricaturesco a un grupo de países latinoamericanos donde se cultiva el banano.

Al hablar de “Repúblicas Bananeras” se da por entendido que en esas repúblicas campea la corrupción y que los políticos y gobernantes son aceitados con sobornos bajo la mesa.

Pero hay algo que no se dice: la corrupción ha sido históricamente promovida allí por las empresas fruteras de los Estados Unidos, en particular la United Fruit Company, omnipresente en las repúblicas de América Central y del Caribe donde cultivan el banano en enormes extensiones, y se olvida que dicho proceder ha chocado una y otra vez con la enérgica resistencia de los trabajadores y destacados políticos locales.

En su conmovedora novela “Mamita Yunai” –así llaman los campesinos a la United– Carlos Luis Fallas, que vivió en las plantaciones, describe en forma descarnada las terribles condiciones que padecían los trabajadores en los bananales, incluso los miembros de tribus indígenas que se hallaban en virtual esclavitud.

La novela había pasado al olvido hasta que fue rescatada y difundida internacionalmente por Pablo Neruda.

Una tradición de lucha

Los trabajadores bananeros acumulan una centenaria tradición de lucha por su dignidad y sus derechos, y han sido víctimas de represión y matanzas reiteradas. En el subconsciente de los personajes de Cien años de soledad, la novela de García Márquez, ronda como pesadilla la masacre de las bananeras de 1928 en Colombia. En tanto que Fallas sitúa Mamita Yunai en el tiempo de la gran huelga bananera, sangrientamente reprimida, de 1934 en Costa Rica.

Cada vez que los sobornos y la complicidad de los gobiernos y militares bananeros han sido insuficientes para proteger sus privilegios, la United Fruit y sus congéneres han apelado al poderío de los Estados Unidos.

Esas repúblicas encabezan la lista de los países que han sido objeto de un mayor número de desembarcos e invasiones estadounidenses, lo que ha sucedido en cada ocasión en que los intereses de la United Fruit se han visto amagados por políticas nacionalistas.

En esos casos, los Estados Unidos han seguido al pie de la letra las estrofas de la cruda canción de Tom Lehrer: “We send the Marines”, enviamos a los infantes de marina.

En la memoria de América Latina, y especialmente de Chile, está inscrita hasta hoy la invasión de Guatemala de 1954 por una tropa organizada por la CIA contra el gobierno del presidente Jacobo Árbenz.

El coronel Árbenz, el “soldado del pueblo”, elegido presidente con una alta votación durante la llamada “primavera democrática”, se había destacado como ministro del presidente progresista Juan José Arévalo, padre precisamente del socialdemócrata Bernardo Arévalo, recién electo presidente de Guatemala en segunda vuelta. Su toma del mando en enero próximo es objetada por la derecha y una fiscal empecinada en un intento de golpe blanco.

Pues bien. En los años 50 del siglo pasado el coronel Jacobo Árbenz inició una reforma agraria y aplicó políticas encaminadas a impulsar, con apoyo del campesinado y las clases medias, el desarrollo del país en todo sentido.

La United Fruit era dueña del 50 % de las tierras cultivables, de las que explotaba solo el 2,6 %, por lo cual Árbenz, propiciaba la expropiación de las extensiones sin cultivar.

Eran tiempos de guerra fría, el gobierno estadounidense del presidente Eisenhower y su secretario de Estado John Foster Dulles, quien era miembro del consejo directivo de la United Fruit, acusaron a Árbenz de “comunista” y financiaron y organizaron a través de la CIA, dirigida por Allen Dulles, hermano del secretario de Estado, el desembarco mercenario del coronel guatemalteco Carlos Castillo Armas, que se encontraba en Honduras.

Castillo Armas derrocó a Jacobo Árbenz, se instaló como presidente y devolvió todos sus privilegios a la United y a las demás empresas estadounidenses. Mario Vargas Llosa describe en su novela Tiempos recios los dramáticos acontecimientos de Guatemala en esos años.

El régimen de Castillo Armas fue una típica dictadura bananera servil a los intereses de Estados Unidos, con represión, torturas y asesinato de opositores. En Chile las manifestaciones de los sindicatos, pobladores, profesionales, artistas, jóvenes y estudiantes de nuestra generación contra la invasión de Guatemala fueron gigantescas.

Los chilenos podemos enorgullecernos de haber acogido con los brazos abiertos a centenares de refugiados guatemaltecos como el expresidente Juan José Arévalo, antiguos ministros, parlamentarios, académicos, estudiantes y líderes sindicales perseguidos, en un despliegue solidario que no se veía desde los tiempos de la llegada de los republicanos españoles.

En mi recuerdo perdura el líder estudiantil guatemalteco Rolando Morgan, que continuó sus estudios en la Escuela de Derecho de la U, quien un día rebatió en clase de Economía Política al profesor Alberto Baltra, quien será precandidato a la presidencia de la república en tiempos de la UP.

Baltra había aludido a las críticas al marxismo formuladas por Eugen von Böhm-Bawerk, y Morgan lo interrumpió varias veces. Irritado, el profesor le dijo: “Señor Morgan, baje usted a hacer la clase”. Sin vacilar, Rolando descendió por la escalinata del anfiteatro, se instaló en el pupitre del profesor y expuso extensamente las ideas medulares de la doctrina de Carlos Marx.

Al término de su disertación los alumnos lo aplaudimos y el profesor lo felicitó hidalgamente. En otra ocasión Rolando Morgan nos ofreció a varios estudiantes un cursillo privado de marxismo al que algún día se asomó un alumno llamado Ricardo Lagos Escobar.

Pues bien, antes de calificar de “bananeras” las palabras de Harboe, nuestra ministra Antonia Orellana, tras pelar y saborear con calma una banana, podría haberse informado un poquito mejor.