Frente a una casa de madera y hojas de palma, Claudia señala el árbol al que le gustaba trepar a su hija Jakelin Caal, la niña guatemalteca de siete años que murió hace una semana en un hospital de Estados Unidos tras ser detenida junto a un grupo de migrantes en la frontera.
“Siento dolor y tristeza por la muerte de mi hija”, explica Claudia Maquín a la AFP en su precaria vivienda en San Antonio Secortez, una aldea remota del municipio indígena de Raxruhá, a unos 145 km al norte de Ciudad de Guatemala.
Fue de esta comunidad, de caminos de tierra y sin electricidad ni agua ni drenajes, desde donde el pasado 30 de noviembre partieron Jakelin y su padre Nery, de 29 años, que tras recorrer parte de la ruta en autobús llegaron a Estados Unidos, donde fueron detenidos el 6 de diciembre tras cruzar la frontera con México.
Claudia, de 27 años, no habla español y en el idioma indígena maya-q’eqchi’ recuerda que su esposo Nery tomó la decisión de migrar agobiado por la pobreza y la falta de oportunidades en la zona, donde la mayoría de sus pobladores subsiste con la venta de granos de maíz.
La pobreza ese ceba con un 59% de la población guatemalteca, según datos del gobierno, aunque entre las comunidades indígenas este porcentaje se dispara.
“Él se fue por necesidad”, señala Claudia, apoyada en la traducción por su suegro Domingo, quien señaló que como agricultores apenas ganan unos seis dólares diarios.
“Cuando él se fue dijo que iba a buscar trabajo allá para poder mantenernos”, agregó la mujer con los pies descalzos y enlodados mientras sostiene en los brazos a Angela, de seis meses, la menor de los cuatro hijos del matrimonio.
“¿Qué podemos hacer?”
La muerte de Jakelin causó una nueva conmoción en Estados Unidos y en la región que vive dramas migratorios con la salida masiva de centroamericanos rumbo a ese país, además de un intenso debate antiinmigrante abanderado por el presidente Donald Trump.
Según el Departamento de Seguridad Interior (DHS), el 8 de diciembre Jakelin murió en un hospital de la ciudad de El Paso, en Texas, menos de 24 horas después de que un grupo de 163 migrantes fueran detenidos en una zona remota de Nuevo México.
La cancillería guatemalteca precisó en un informe que la menor después de ser interceptada con el grupo presentó fiebres, vómitos y convulsiones, por lo que fue atendida por paramédicos de la patrulla fronteriza y luego llevada al centro médico donde murió.
El DHS anunció que se realizará una investigación por la muerte de la niña y que los resultados se presentarán al Congreso y serán públicos.
“Es bastante doloroso, es muy doloroso, pero qué podemos hacer. Lo que pasó, pasó, pero sí duele”, señala Domingo Caal, el abuelo de la menor de 61 años, que con el paso de los días se ha resignado a la tragedia.
Vestido con una camisa azul desgastada, Domingo explica que su nieta “brincaba de alegre” al emprender el viaje a Estados Unidos, motivada por el sueño de vivir en un lugar diferente y tener la oportunidad de trabajar en el futuro para ayudar a su familia.
“Antes que se fuera (Jakelin) le dijo a la mamá y a la abuela que al crecer pues iba a trabajar y traer pisto (dinero) para ellas”, reucuerda Domingo.
La razón por la que su hijo viajó con Jakelin fue “porque la niña era muy pegada a él”, detalla el patriarca de la familia de agricultores.
Esperan repatriación
La cancillería de Guatemala ofreció a la familia de la niña realizar los trámites de repatriación y a la vez informó que el padre fue liberado con un permiso especial por las autoridades migratorias de Estados Unidos.
José Caal, tío de Jakelin, señaló que hasta el momento las autoridades les han explicado que el proceso para que el cuerpo de la menor regrese a su comunidad podría llevar unas tres semanas.
“Ojalá se cumpla el apoyo ofrecido”, indicó José, rodeado por otros familiares en la vivienda.