No murió una sola vez. Tal como resalta en su título la docuserie recién estrenada en Netflix y nuevo éxito del true crime, a Nora Dalmasso (51) la mataron en su mansión de Villa Golf, en Río Cuarto, la madrugada del 25 de noviembre de 2006, y después la volvieron a matar los medios argentinos, los rumores más rancios -y delirantes- de la época y una justicia que jamás podría llegar: la causa prescribió por el paso del tiempo.
Como miembro de la clase alta, la mujer fue sometida al escrutinio público, ridiculizada y convertida en el centro de un festín televisivo y gráfico que borró lo esencial. Que Nora Dalmasso fue víctima de un femicidio brutal, cometido en la intimidad, sin autores determinados.
“Las mil muertes de Nora Dalmasso”, dirigida por el británico Jamie Crawford (“Trainwreck: Woodstock ‘99”, también para Netflix), repasa a lo largo de tres episodios (“El crimen”, “Los acusados”, “El juicio”) cómo la víctima fue convertida en personaje para emitir una condena pública contra la mujer, madre y esposa que “se equivocó”.
A lo largo de 19 años, la Justicia argentina imputó por el crimen a un falso amante, a su viudo Marcelo Macarrón, a su hijo adolescente Facundo -le cuestionaron su homosexualidad como rasgo de “perversidad”- y a un “perejil”, un hombre que era pintor circunstancial en la casa. Todos inocentes. Recién el año pasado se conoció el nuevo nombre del principal acusado por un ADN.
Desnuda, golpeada y abusada: el hallazgo sin vida de Nora Dalmasso y la “frialdad” familiar
Villa Golf Club, Río Cuarto, 215 kilómetros al sur de la ciudad de Córdoba. En la lluviosa y calurosa noche del 25 de noviembre de 2006, Nora Dalmasso, 51 años, madre de dos, mujer de clase alta y miembro de un famoso linaje en la zona, apareció muerta en la cama de su hija Valentina, de 16 años
La escena del crimen era prolijamente brutal: golpe letal en la cabeza, signos de abuso sexual y su cinturón de bata ajustado al cuello. Fue una muerte de asfixia por estrangulamiento.
A las pocas horas del hallazgo, los medios ya hablaban de “hipoxia erótica”, “sexo con un amante”, “un juego que salió mal”. En lugar de femicidio, triunfó el escándalo. Y de ese discurso amarillista surgió otra forma de impunidad: la simbólica.
Eran otros tiempos, mucho antes de #NiUnaMenos o #MeToo, cuando la mirada feminista aún era débil en el debate público. Los discursos de aquel entonces, movilizados verticalmente desde los medios, reprodujeron el tratamiento sobre una mujer de “conducta impropia”. Las fotos de su cadáver desnudo, ultrajado y estrangulado se mostraron a las 7 de la tarde en uno de los noticieros más vistos de Argentina, le dedicaron infinidad de crueles portadas a la familia y hasta se crearon remeras (poleras) con la frase “Yo no estuve con Norita”.
Aquella madrugada del horror, el esposo de Nora, el empresario y médico Marcelo Macarrón, estaba en Punta del Este (Uruguay) disputando un torneo de golf. Su hijo mayor, Facundo (19), se había quedado en la capital cordobesa junto a un amigo en un sábado común tras completar su rutina como estudiante de Derecho. Mientras que Valentina (16) estaba de intercambio en Estados Unidos. Todos carecían de cualquier posibilidad material de vinculación con el crimen.
La escena inicial de la mujer asesinada fue difundida hasta el morbo en Argentina. Se habló de “juegos sexuales”, de una “muerte erótica”, de 18 amantes posibles. Hubo titulares que la tildaron como una “mala madre”, “mujer infiel”, “dama de la noche”. El mensaje implícito era demasiado obvio: “No justificamos el crimen, pero…”.
Aún sin detenidos, a los pocos días del crimen, el 5 de diciembre de 2006, Marcelo Macarrón rompió el silencio en una conferencia frente a la prensa y se mostró junto a su ex abogado y vocero, Daniel Lacase. Facundo estaba al lado, callado y rígido. Las frases quedaron marcadas a fuego en la historia del caso.
Consultado por las versiones de un asesinato por encargo, el viudo de Nora Dalmasso respondió: “Yo creo que sería ridículo matar a la mujer amada”. Y agregó:“Encargo mío, no”.
Luego, se refirió a la conducta de su esposa, declaración interpretada por parte de la sociedad como un distanciamiento emocional. “Si se ha equivocado en los últimos tramos de su vida, la perdonamos totalmente. No soy quién para juzgarla, y si se equivocó, la va a juzgar Dios”.
Un adolescente acusado de matar a su madre: “Me sacaron del clóset a patadas”
Durante años, el expediente osciló entre acusaciones truncas, pruebas que se perdían y sospechas sin consecuencias. El primero de los imputados por parte del fiscal Javier Di Santo fue Rafael Magnasco, exfuncionario de Córdoba, pero negó cualquier vínculo romántico con la mujer asesinada, a quien conocía por el círculo social.
Le siguió como segundo imputado el pintor Gastón Zárate, encargado de la remodelación de la habitación matrimonial de Nora y Marcelo. Fue detenido en febrero de 2007 y acusado de cometer abuso sexual seguido de homicidio.
Zárate pasó cuatro años bajo la lupa de la Justicia, pero, tras la falta de pruebas concluyentes y un análisis de ADN realizado por el FBI que no coincidía con el suyo, lo desvincularon definitivamente. La gente marchó por él, recordando que era un simple “perejil”.
“Desviaron mi vida, se aprovecharon de un pobre diablo”, declaró el hombre hace poco al canal TN, a raíz de la repercusión de la docuserie de Netflix.
Quien la pasó peor fue Facundo Macarrón, el hijo de Nora. En junio de 2007, y entre sus 19 y 24 años, padeció la imputación -también del fiscal Di Santo- por la violación y el homicidio de su propia madre. “Me sacaron del clóset a patadas”, comentó el joven sobre aquel momento.
En paralelo al duelo eterno por su madre, Facundo continuó con sus estudios universitarios, mientras la prensa lo seguía asediando. “Lazos de sangre y de muerte” llegó a titular una revista, condenando la homosexualidad del joven, un rumor presente en el pueblo, pero que él no pudo primero confiarles a su papá y hermana como parte de su identidad.
La fiscalía fue contra Facundo porque había ADN del linaje Macarrón (abuelo, padre e hijo) en la bata. Aunque no cerraran los tiempos (en la hora del crimen él estaba a 215 km en la capital de Córdoba), se instaló la idea de que el muchacho tenía complejo de Edipo y que se había peleado con su madre por no aceptar su elección sexual. Una completa vulneración al derecho a la intimidad.
“Más allá de destruir mi juventud, lo que hizo el fiscal Di Santo y el aparato judicial que lo respaldó fue intentar matarme socialmente. No les alcanzó con dejar impune el crimen de mi madre, quisieron matar a su hijo no solo por facilismo en resolver la causa, sino por una marcada y explícita homofobia institucionalizada. Nunca les escuché pedir disculpas, ni creo que les interese hacerlo”, dijo a la prensa Facundo, quien quedó libre de cargos en 2012 ante la inconsistencia de las pruebas.
La persecución continuó en 2016, diez años después del asesinato. El nuevo fiscal del caso, Daniel Miralles, apuntó como próximo imputado al viudo Marcelo Macarrón, el mismo que estaba en Punta del Este cuando mataron a Nora.
Para el fiscal, el viaje fue la coartada para concretar un crimen por encargo. La hipótesis era que Macarrón, celoso por una presunta infidelidad, había contratado a un sicario. Lo absolvieron en 2022.
El nuevo acusado de asesinar a Nora Dalmasso, casi 20 años después
Recién en 2024, una nueva línea de investigación dio con un perfil genético que cambia el tablero y que la docuserie de Netflix llegó a alcanzar a tiempo en su tercer episodio -y último por ahora-.
Se trata de Roberto Marcos Bárzola, un parquetista de Río Cuarto que en noviembre de 2006 fue contratado para pulir los pisos de la mansión de Nora Dalmasso. Tenía 27 años y declaró seis veces como testigo.
Un año después del crimen, la defensa de Macarrón había pedido su inclusión en la lista de ADN, pero el fiscal de entonces no lo consideró. La madre de Nora, Delia “Nené” Grassi, también lo había señalado como alguien con quien su hija tuvo un altercado. Nadie la escuchó.
Casi 17 años después, el fiscal Pablo Jávega ordenó más de 200 nuevos estudios genéticos. Y el ADN de Bárzola resultó compatible con las huellas genéticas encontradas en el cinturón con el que fue estrangulada la víctima y con un vello hallado en su zona inguinal. Fue notificado y citado a una pericia psiquiátrica, pero no quedó detenido: la causa ya está prescripta. Aun así, la familia de Nora busca caminos jurídicos para intentar reactivar el expediente.