La explosión del cohete Starship, “el más grande jamás construido”, generó en noviembre pasado uno de los “agujeros” más grandes de los que se tenga registro en la ionosfera, la capa ionizada que cubre la atmósfera terrestre.
El dato se conoce gracias a una investigación de la revista ‘Geophysical Research Letters’, que publica un estudio sobre el impacto de la nave de SpaceX (propiedad de Elon Musk) que, a su vez, marcó un hito en la construcción de cohetes espaciales.
Sin tripulantes de por medio, la nave quedó completamente destruida en dos gigantescas explosiones acontecidas poco después de su despegue.
De acuerdo al estudio, el agujero se extendió por miles de kilómetros y permaneció así durante casi una hora. Yury Yasyukevich, físico atmosférico del Instituto de Física Solar-Terrestre de Irkutsk (Rusia) y coautor, entregó más detalles a la publicación científica “Nature”, citada a su vez por un reporte del diario español ABC.
Según los cálculos de Yasyukevich, los efectos de esta explosión podrían repercutir en futuras maniobras de “vehículos autónomos que podrían requerir una navegación por satélite de precisión”.
Las consecuencias de la megaexplosión de Starship
En noviembre pasado, en el marco de la primera etapa de Starship, nave diseñada para futuros traslados tripulados hacia La Luna y Marte, explotó en el cielo a 90 kilómetros sobre el Golfo de México tras separarse de su plataforma superior.
Tras el accidente, se activó el modo de autodestrucción de la plataforma, todo esto a unos 150 kilómetros de la superficie terrestre.
Según la investigación, las explosiones de Starship generaron “ondas de choque que viajaron más rápido que la velocidad del sonido, convirtiendo la ionosfera en una región de atmósfera neutra, un ‘agujero’, durante casi una hora desde la península de Yucatán en México hasta el sureste de los Estados Unidos”.
Las repercusiones que esto puede tener en la Tierra son cuantificables: de acuerdo a la revista Nature, citada por ABC, “las perturbaciones ionosféricas pueden afectar no sólo a la navegación por satélite, sino también a las comunicaciones y a la radioastronomía. A medida que aumenten las frecuencias de lanzamiento, estos efectos podrían convertirse en un problema mayor”.