Todos recordamos nuestra primera vez (al menos los que la hemos tenido, sin querer provocar la envidia de nadie). Puede haber sido de distintas formas y duración, en diferentes lugares o circunstancias, pero con la sola coincidencia de ser absolutamente inolvidable.

La mía fue, por así decirlo, en uno de los lugares más inesperados: en un Mall.

Debo haber tenido unos 15 ó 16 años. Paséabamos con mi familia por el recientemente inaugurado Mall Plaza El Trébol de Concepción (bueno, de Talcahuano, para los nazis de los límites comunales), cuando en el segundo piso del edificio, un grupo de jóvenes llamó mi atención.

Entre ellos, destacaba una chica. No la recuerdo especialmente bonita, pero tenía rasgos atractivos. Debe haber tenido algunos años más que yo, probablemente 18. La quedé mirando tímidamente e hicimos contacto visual.

Me alejé un poco de mi familia y ella, consciente de la oportunidad, hizo el primer movimiento.

- Hola -saludó con un dejo de coquetería- ¿alguna vez has navegado por internet?

El término me era familiar por las revistas de computación a las que me había aficionado, si bien aún no terminaba de asimilar qué era. Ya había migrado de mi venerable Atari 800 XL a un PC con un procesador 486 dotado de lo último en tecnología de CD-ROM. Estaba empezando a dominar los secretos de Windows 3.11, pero… ¿miles de computadores a kilómetros de distancia hablando entre ellos e intercambiando información? ¿Cómo podía ser eso posible?

La chica sonrió ante mi ingenua negativa y me tomó de la mano (o al menos eso me gustaría recordar) para llevarme hasta un puesto que habían habilitado con varios computadores Packard Bell. Sobre el estand, flameaba un cartel de Reuna, la Red Universitaria Nacional, el primer proveedor de internet (ISP) de Chile.

- Mira -me dijo sentándome frente al equipo pero controlando ella la acción, pulsando el mouse con maestría- aquí estamos conectados a un servidor donde puedes descargar programas. También puedes entrar aquí y ver el estado del tiempo, las noticias, enviar correo electrónico…

La “N” de Netscape se refrescaba rápidamente a medida que pasaba de página a página. Me costaba entenderlo. ¿Estaba todo en aquel equipo? ¿Cómo podía entrar a otro computador y “leerlo”?

Aunque me había picado mi curiosidad, la chica comprendió que no estaba convencido. Entonces usó su arma secreta.

- Dime un músico que te guste.
- Peter Gabriel -respondí casi instintivamente.

La chica sonrió con malicia. Hundió los dedos en teclado y marcó hábilmente y-a-h-o-o. Se abrió el que por entonces era el mayor directorio para encontrar cosas en internet, dividido por categorías. Con un par de pulsaciones se fue a Música > Artistas y dio con Peter Gabriel. Sabía cómo hacer su trabajo: se fue directamente a la página destacada.

Y en ese momento mis ojos se abrieron – literal y metafóricamente.

Frente a mí había una página casi sin gráficos, como podía esperarse de la época, pero con el recopilatorio más grande de información sobre el músico británico que jamás hubiera visto. Para un adolescente que hasta entonces había debido conformarse con los libretos incluidos en los casetes y uno que otro cancionero, aquello fue un orgasmo. Me apoderé del mouse y comencé a pasar letras, partituras, historias, incluso canciones en formatos digitales de las que ni siquiera conocía su existencia. Estaba en éxtasis.

- Y esto es sólo el comienzo – dijo ella satisfecha de haberme desvirgado (virtualmente).

Me habría quedado allí toda la tarde, pero como en las drogas, la idea era sólo darte una probada y luego venderte la siguiente dosis. La chica me entregó un folleto con las tarifas de conexión. Para mi desilusión, eran increíblemente prohibitivas. Hablamos de tiempos en que tener televisión por cable era un lujo. Tener internet era lisa y llana opulencia.

Me marché con una mezcla de que aquella chica había puesto un antes y un después en mi vida. Había sido mi primera vez pero sabía que era algo que ya no volvería a dejar. En efecto, meses más tarde, mi padre -a quien nunca podré agradecer lo suficiente por su esfuerzo- acordó contratar una conexión con Reuna. Todavía recuerdo cuando fuimos a la Universidad de Concepción a firmar el contrato y me entregaron el disquete de instalación con Winsock Trumpet, Netscape 2.0, IRC, WS FTP y otras maravillas de la época.

En un rincón, se veía un rack con una hilera de módems, quizá una veintena, que soportaban las conexiones locales, con sus lucecitas parpadeando que delataban la magia que se transmitía entre ellos.

Desde aquel día, quizá con la misma profundidad con la que puedes zambullirte en los ojos de una mujer, se abrió en mi propio living una puerta de acceso al universo. Di el paso. Y todavía me tiene atrapado.

Algo interesante es que sólo quienes nacimos en esta época tendremos estos recuerdos. Para los llamados “nativos digitales”, internet será algo que los habrá acompañado desde la infancia, así como yo no recuerdo la primera vez que vi televisión, pero seguro mis padres sí.

¿Y… cómo fue la primera vez de ustedes?

Christian F. Leal Reyes
Periodista – Director de BioBioChile