Durante estas semanas diferentes grupos han celebrado que desde el Senado se despachara la ley de Acuerdo de Vida en Pareja. Todos lo suficientemente contentos con este “gran” paso para la comunidad homosexual en vías de una legislación que detenga de manera definitiva la discriminación por parte del Estado a parejas del mismo sexo que quieren compartir sus vidas.

Si bien, se ha trabajado desde diversos activismos de manera constante y, en otros casos, no tan constante, por una “igualdad” entre heterosexuales y homosexuales, estas luchas han carecido, en muchos casos, de contexto político y proyección, han sido egoístas y han separado las luchas de la “diferencia” al poderoso núcleo heterosexual.

No deslegitimo el petitorio homosexual. Valoro la acción colectiva de quienes participan desarrollando estas demandas. Sin embargo, me causa intriga saber la reflexión tras éstas. Hace un par de días atrás releí el “Manifiesto Contrasexual”, de Beatriz Preciado, una filosofa española que ha trabajado toda su carrera en el pensamiento del cuerpo, entre otros temas. En éste, plantea la siguiente idea “¿Podemos ser heterosexuales y escribir sobre homosexualidad? ¿Podemos ser homosexuales y escribir de heterosexualidad?”.

Desde aquí, entonces, nace la interrogante a la que muchos, que pensamos distinto a los homosexuales con banderas de arcoíris que gritan y corren por las calles mostrando el “orgullo gay” y deseando casarse más que nada en el mundo, además del cese de la discriminación hacia ellos mismos; nos sometemos al enfrentarnos a un escenario de lucha LGB (Lesbianas, Gay y Bisexuales), ¿deben heterosexuales tomar las decisiones de vida de homosexuales? En otro contexto ¿deben los ricos tomar las decisiones de vida de los pobres?

Tal vez, algunos podrán argumentar que dada la situación sociocultural son en su mayoría hombres quienes han tomado las decisiones de vida de las mujeres, en cuanto a temas legislativos, por ejemplo. Pero ésto se debe a una lucha histórica constante por parte de feministas que se han dedicado, de diversas maneras, a concientizar, visibilizar y trabajar temáticas atingentes a sus espacios de trabajo y luchas. (Las proyecciones latinoamericanas versus las norteamericanas, en este sentido, apuntan a resultados muy distintos debido a la historicidad de los pueblos que trabajan en pos de sus demandas).

Hablo de egoísmo y de separación, ya que mientras muchos ponen como prioridad el matrimonio homosexual, mujeres y hombres transexuales mueren día a día tratando de ganar dinero en las calles.

Mientras todos quieren decir sí, Drag Queens y transformistas hacen la guerra contra las tecnologías de género para poder ser identificadas con los nombres que las definen. Mientras mujeres son maltratadas durante toda su vida, homosexuales se separan de los hechos de violencia y saltan tras caravanas multicolores. Mientras transexuales exigen poder ser reconocidos con su correcta identidad de género, a los grupos homosexuales sólo les interesa agregar a sus demandas la letra T (de travesti, transexual, transgénero) sólo para conseguir financiamiento o captar la atención.

Vemos a homosexuales como cajeros en bancos, como profesores y como rostros de campañas publicitarias, incluso como presentadores en programas de televisión. En cambio al travesti, al transgénero o al transexual sólo los llaman para hacer humor.

Es más, en cuanto a políticas de género, sexo y sexualidad ¿cuáles son las garantías reales que se entregan? ¿cuáles son las que se exigen por parte de las organizaciones? ¿para quiénes se exigen?

De manera indirecta deja sin educación a miles de personas transgénero, transexuales e intersexuales, al no contar con un sistema educativo que fomente la visibilización de estas realidades, provocando así una brecha de conocimientos gigantesca.

Al dejar sin educación a este sector de la población está más que claro que la opción para optar a cargos públicos es nula. Entonces, ¿quién les defiende dentro de espacios legales? ¿Son, nuevamente, heterosexuales los que sin tener conocimiento alguno deben velar por las garantías de personas que se construyen de manera distinta?

Entonces, mientras el Mums (Movimiendo por la Diversidad Sexual), publica una columna de opinión llamando a homosexuales “ciudadanos de segunda clase”, por no contar con matrimonio y porque el AVP, según ellos, no es más que un “paracetamol”, me surge la duda: y las mujeres ¿de qué clase son?, transexuales ¿en qué nivel están?, para qué hablar de intersexuales, ni siquiera están contemplados en una causa, porque lo que más les importa a los homosexuales elitistas es ser lo más parecidos posible a los heterosexuales dominantes y adinerados.

El AVP sirve para normalizar a un grupo de parejas, pero la deuda principal no es esa, es la implementación de medidas educativas con recursos estatales para trabajar programas inclusivos y no binarios, como lo han hecho los países mas avanzados en la materia.

Y esas medidas educativas, sanitarias, de vivienda, debiesen corresponder a las acciones afirmativas que quedaron fuera de la ley antidiscriminación. A esta ley le falta reglamentación, ordenar a cada estamento tareas concretas y medibles, ya que ahora cada ministerio elige en qué avanzar.

Entonces, en vez de avanzar, se está trancando la lucha homosexual. Primero, porque quienes dirigen las organizaciones con más antiguedad y/o “prestigio”, en Chile, son hombres gay que velan por sus intereses.

Segundo, porque no existe una proyección política que avale cambios reales y no una mimetización, es decir pasar de estar sometidos por una heteronorma a una homonorma.

Tercero, porque dentro de estos grupos el estatus y el ideal de “macho” no permite comprender que no es necesario ser igual a los demás, sino que valorar y trabajar desde la diferencia hace que seamos personas nutridas de saberes en pos de una mejor sociedad, por lo que siempre estarán trabajando en pos de ese ideal.

Y, por último, la poca fraternidad entre explotados y el “querer ser más” en la pirámide de poder, impide el trabajo en equipo para solidarizar con quienes lo están pasando mal.

Marcial Parraguez
Estudiante de Periodismo – U. de Concepción

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