Este jueves 25 de julio a las 18 horas en la Sala de Lectura del Parque Cultural de Valparaíso se presenta el segundo texto de la investigadora porteña independiente, Lucy Oporto Valencia, titulado Una arqueología del alma. Ciencia, metafísica y religión en Carl Gustav Jung, editado por la Editorial Universidad de Santiago de Chile.
Esta obra explora e interpreta la compleja, conflictiva y reveladora relación del psiquíatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), creador de la psicología analítica, con el espíritu de su época, dominado por el positivismo.
El texto da cuenta del proceso de investigación de Jung, dos de cuyas claves son sus conceptos básicos de arquetipo e inconsciente colectivo, que semejaría un organismo vivo en dinámico despliegue, abierto a consideraciones científicas, metafísicas y religiosas entrecruzadas, que desbordan sus ámbitos de origen. Según la autora, “en su permanente tensión, diálogo y búsqueda de unidad, sitúa Jung su esfuerzo por alcanzar un conocimiento integral de la psique”.
Participarán en la presentación del libro Francisco Sazo Barison, académico del Instituto de Filosofía de la Universidad de Valparaíso; Luis Felipe Figueroa, Director de Editorial Universidad de Santiago de Chile y Lucy Oporto Valencia, autora del libro.
Las principales concepciones de Jung son abordadas desde la filosofía, con el objetivo de contribuir a la discusión acerca de la necesidad de desarrollar la capacidad de conciencia, a partir de la constatación de la progresiva ruina moral y espiritual de sociedades pretendidamente emergentes, desde el punto de vista económico, como la chilena. Además de especialistas en Jung, psicólogos y filósofos, el volumen es rico en información, argumentación e interpretación que podrán utilizar, entre otros, académicos, investigadores, profesores, artistas y teólogos, en sus respectivas áreas.
Algunos conceptos de Jung:
Psique
Por “psique” entiende Jung el conjunto de los procesos conscientes e inconscientes. Él desarrolló una concepción histórica de la misma, conforme a la cual, la conciencia emerge tardíamente del inconsciente, emancipándose unilateralmente. Dicha unilateralidad de la conciencia define, según él, la psicopatología del Occidente moderno. Su principal objetivo será, en consecuencia, responder a la pregunta por la naturaleza de lo psíquico, en vistas a comprender el sufrimiento del alma europea. De ahí, su proposición de los conceptos de arquetipo e inconsciente colectivo, los cuales poseen una historia anterior a Jung. Así impugna la concepción empirista y materialista subyacente a la psicología experimental o psicofisiología, que identifica psique y conciencia, y reduce lo psíquico a mero efecto bioquímico .
Arquetipo
En Jung, el arquetipo aparece como un concepto formal. Esto es, un concepto a-histórico y a-cultural, que evoluciona a través de distintos términos, conforme el autor va descubriendo nuevas características y propiedades de su objeto de estudio, correspondiente a los contenidos del inconsciente colectivo.
Inconsciente colectivo
Las principales características del inconsciente colectivo identificadas por Jung son: su autonomía respecto de la conciencia, su facultad creadora, su constitución como fuente de conocimiento y raíz de la conciencia, y su carácter atemporal e insondable.
Desarrollo de ejemplos dados por la autora en otros trabajos, sobre la base de éstos y otros conceptos:
En el ámbito de la literatura universal, existen obras arquetípicas, como La divina comedia, de Dante Alighieri (1265-1321), o la Noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz (1542-1591). Éstas describen el proceso de individuación, o aspectos del mismo. Por ejemplo, la entrada de Dante a la selva oscura, que es una imagen del inconsciente colectivo, corresponde al inicio del proceso de individuación. Mientras que su contacto con el sí-mismo, como visión beatífica, ocurre al encontrar a Beatriz en el Paraíso, tras su penosa travesía por el Infierno y el Purgatorio. Los grabados de Gustav Doré (1832-1883) sobre La divina comedia coinciden con el sentido de dichas imágenes.
En el ámbito del cine, el magnífico documental Nostalgia de la luz (2010), del realizador chileno Patricio Guzmán (1941), presenta una versión de la antigua teoría de la simpatía entre todas las cosas, extinguida con la instalación de la ciencia moderna. En Jung, se encuentra entre los antecedentes de su concepto de sincronicidad. Según dicha teoría, la realidad está conformada por una red de correspondencias ocultas. Existe una relación analógica entre los distintos órdenes de la naturaleza. Es decir, entre los astros y los elementos terrestres; entre el macrocosmos (el mundo) y el microcosmos (el ser humano).
Guzmán la propone como otro modo posible de abordar la difícil cuestión de la memoria histórica y la desaparición forzada en Chile. Establece una comparación y una correspondencia entre el trabajo de los arqueólogos y los familiares de los detenidos-desaparecidos, en busca de sus restos óseos en el desolado desierto de Atacama, y el de los astrónomos, quienes, en los observatorios instalados en esa misma zona, investigan el origen de los astros, cuya luz visible por el ser humano supone el transcurso de enormes lapsos. El realizador establece un diálogo entre estas dimensiones y puntos de vista en torno al pasado, la memoria, la impunidad y la naturaleza humana, en último término, contribuyendo así a un entendimiento diferente, amplio e integral acerca de tales asuntos.
Tanto Patricio Guzmán como el realizador griego Theo Angelopoulos (1935-2012), muestran una orientación filosófica cada vez más acentuada y explícita, a partir del cine político, sin abandonarlo nunca en su trayectoria. Así, en La mirada de Ulises (1995), ambientada durante la Guerra de Bosnia (1992-1995), y basada en La Odisea de Homero (s. VIII a. C), y versiones contemporáneas acerca de la figura de Ulises, aparecen los arquetipos del viaje y el anima, a través de las distintas mujeres que el protagonista encuentra en su travesía en busca de una película primordial perdida, acerca de Grecia y los Balcanes, región sumida en un trance agónico. Las mujeres están interpretadas por la misma actriz, lo cual reafirma la idea de que se trata de personificaciones del inconsciente del protagonista. Mientras que la película perdida corresponde al objeto valioso y difícilmente accesible, el cual constituye una imagen del arquetipo del sí-mismo.
Por otro lado, Charlot, el célebre personaje creado por Charles Chaplin (1889-1977), también puede ser considerado como arquetípico. No tiene pasado, ni futuro. Por lo tanto, es un ser atemporal. Es presentado en distintos escenarios y situaciones, pero permanece igual a sí mismo. Su ser es incompatible con las estructuras sociales, en razón de sus valores y su búsqueda del amor. En su humildad, despojamiento, exclusión y desarraigo, encarna anhelos profundos e irrealizables de bondad, ternura, solidaridad, paz, amistad, generosidad, consideración hacia el más débil, inocencia, pureza, lealtad, fineza, sensibilidad, nobleza, elegancia, honor y rectitud. Tal vez, en su errancia permanente, enraizado sólo en su cuerpo y alma, sea algo así como una representación del espíritu o del sí-mismo. Como correctamente afirma Sergio Salinas (1942-2007), también es un personaje trágico, pero plenamente vigente, desde su impugnación a las relaciones de poder. Precisamente, porque su inocencia irradiante es capaz, por sí sola, de iluminar el monstruoso vacío de esta época desalmada.
Otro ejemplo relevante son las estremecedoras imágenes fotográficas que muestran al Che Guevara muerto, según el documental El día que me quieras (1997), del realizador argentino Leandro Katz (1938). Éste es un notable estudio analítico, reflexivo y poético, concentrado en el examen de aquéllas, acerca de la fuerza de la imagen fotográfica. Y surge con ocasión del hallazgo de los restos del Che, 30 años después de su muerte acaecida en Bolivia, en 1967. Dichas fotografías fueron realizadas por el boliviano Freddy Alborta (1932-2005). El Ejército de su país, que había capturado y ejecutado sin juicio al Che, necesitaba demostrar a Estados Unidos y el mundo que el aquél estaba muerto. Luego de esto, su cuerpo fue hecho desaparecer, hasta que en 1997 sus restos fueron encontrados en una fosa.
La imagen del Che muerto con los ojos abiertos, como si estuviera vivo, o hubiese tenido una especie de visión beatífica antes de morir, es impresionante, extraña y perturbadora. Sin duda, y pese o, tal vez, debido a las hostiles e ignominiosas circunstancias, Alborta captó algo singular. Es posible que aquí se haya dado un fenómeno sincronístico. La presencia del Che muerto debió afectar emocionalmente al fotógrafo, provocándole lo que Jung describe como un descenso del nivel mental, proceso que activa contenidos inconscientes. Cuando el realizador le pregunta qué sintió al fotografiar al Che, aquél declara haber sentido como si hubiese fotografiado un Cristo. Y en efecto, eso es lo que parece. Sus fotografías han sido comparadas con el Cristo muerto de Andrea Mantegna (1431-1506), pero también con la Lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp, de Rembrandt (1606-1669), lo cual agrega otros elementos inquietantes a las imágenes de Alborta, alusivos a la violencia. Él niega haber visto esas pinturas. Y cuando se refiere a los encuadres, declara no haber pedido a los presentes que adoptaran una posición determinada. Es como si, por así decirlo, su mirada hubiese percibido imágenes situadas más allá de la conciencia, o su cámara hubiese plasmado una dimensión inconsciente de aquella escena terrible, que su conciencia no podía percibir. Precisamente, la dimensión que hizo del Che una imagen arquetípica universal y permanente en el tiempo, aquélla correspondiente al héroe trágico, de enorme carga afectiva y energética, prefigurando aquí, incluso, la desaparición forzada de muchos, después de él.
En el ámbito político chileno, con motivo de la detención de Pinochet en Londres, en octubre de 1998, y afectado por dicho evento, Armando Uribe (1933) ofrece los siguientes ejemplos. El primero da cuenta de los elementos arcaicos asociados a la figura de Pinochet divinizado:
“Aparece una persona, se le ven las manos, con un cartel con el retrato militar del señor Pinochet que lleva arriba la inscripción de ‘¡Inmortal!’; se trata de una manifestación pública, y la impetrante tiene delante un verdadero altar, pequeño, donde está la figura, una pequeña estatuita, del señor Pinochet, rodeado de velas; y en esa estatuita está representado el señor Pinochet como si fuera la virgen del Carmen pero con uniforme; alrededor de su cuello cuelga un rosario, y delante de él hay un crucifijo; ese fetichismo es una especie de erupción irracional, inconsciente” (Armando Uribe-Miguel Vicuña, El accidente Pinochet, 1999).
Tales elementos arcaicos e irracionales surgen antes o en medio de grandes crisis colectivas. La detención de Pinochet en Londres significó un punto de inflexión y una ruptura de nivel, que derivó en la reapertura del trauma asociado a la catástrofe chilena. Pues creó una expectativa colectiva de justicia. Pero ésta fue destruida cuando aquél fue traído de vuelta a Chile por la Concertación de Partidos por la Democracia, muriendo en la impunidad años más tarde, momento que provocó otra retraumatización. Uribe atribuye esto al carácter sacral de Pinochet, que lo hizo intocable. La imagen presentada por él no hace sino confirmar este hecho.
En el segundo, Uribe se refiere expresamente al inconsciente colectivo chileno:
“Pero con el Golpe, desde el día del Golpe de Estado, y centradas en el señor Pinochet, las actitudes en realidad reflejaban movimientos subrepticios, profundos, gruesos del inconsciente, en mi opinión del más nefasto inconsciente colectivo chileno, con raíces en historias chilenas muy antiguas, de siglos atrás, también manifestadas en las crueles atrocidades que en la historia de antes se produjeron en forma en apariencia entrecortada, a través de represiones atroces, sobre todo respecto de los sindicatos y de algunos partidos políticos desde principios de siglo” (Armando Uribe-Miguel Vicuña, El accidente Pinochet, 1999). Uribe considera a Pinochet como la encarnación de un arquetipo, en la línea de la descripción de Jung acerca de la relación entre los arquetipos y el destino de los individuos, referida anteriormente.
Estos ejemplos apuntan a una investigación pendiente en Chile, acerca de los orígenes arquetípicos de la catástrofe chilena y su consecuencia directa: la instalación del neoliberalismo. Pues no basta con la imposición por la fuerza de un modelo letal, desde todo punto de vista. Se requiere la activación y actualización de siniestras disposiciones psíquicas inconscientes, y de una complacencia colectiva en el estado de inconsciencia, periódicamente retroalimentada, como garantías de la perpetuación de dicho modelo en el futuro.
Lucy Oporto Valencia (Viña del Mar, 1966)
Investigadora independiente. Licenciada en Filosofía. Autora de los estudios El Diablo en la música. La muerte del amor en El gavilán, de Violeta Parra (Altazor, Viña del Mar, noviembre 2008), que será reeditado en versión corregida y aumentada a fines de 2013, por Editorial Universidad de Santiago de Chile. Y de Una arqueología del alma. Ciencia, metafísica y religión en Carl Gustav Jung (Editorial Universidad de Santiago de Chile, octubre 2012). Además, ha publicado artículos en medios nacionales y extranjeros, tanto impresos como digitales.