La fiebre del oro los llevó a San Francisco, fenómeno que partió en 1848 y que llegó a su fin en 1855, pero en vez de fortuna solo encontraron sufrimiento, discriminación e incluso muerte.

Así se podría resumir el cruel trato que un grupo de mineros chilenos recibió en el siglo XIX en el recién anexado estado de California a Estados Unidos.

Todo bajo la premisa que el hombre blanco caucásico era superior a cualquier otra raza o nacionalidad que pisara lo que hasta hace algunos años había sido México, país que sufrió a la par con todos los inmigrantes “indeseables” que la idea de encontrar el metal dorado llevó a esa zona del país del norte.

Pese a que la historia de los compatriotas termina de la peor forma, hasta hoy quedan vestigios de su presencia en la zona, en la figura de un simple y dilapidada choza.

Según consignó InMenlo, la vivienda conocida como “la casa del leñador chileno” fue hogar para un grupo de connacionales durante ese periodo de la historia, todo gracias a la buena voluntad de un terrateniente mexicano.

Así, Máximo Martínez los contrató para que cortaran sauces y produjeran carbón, el que se destinaría al floreciente mercado de San Francisco.

Fue así como dejaron definitivamente de lado el plan de buscar oro en las minas locales, puesto que sus mismos compañeros de trabajo los sometieron a tal suplicio que el caso se judicializó y normativas fueron dictadas para ahuyentar a todo tipo de trabajadores extranjeros de los piques.

Con ello, un grupo hizo de esta casa en cuestión su hogar, la que en 1916 fue cambiada de lugar a su actual ubicación en Portola Road 683, aunque los actuales dueños del predio no tienen un uso en mente para ella, por lo que se la ofrecieron a la ciudad, la que no tiene dónde ubicarla.

Esta casa junto a otra que todavía sigue en pie son los últimos remanentes de los primeros inmuebles erigidos en el Valle de Portola, previo a la urbanización definitiva del lugar.

Lo anterior ha gatillado un par de campañas en recientes años para salvarlas del olvido, las que no han conseguido su objetivo.

Linchamientos

En su estudio “Cuerpos colgados, orejas cortadas y cabezas golpeadas: linchamiento, castigo y raza en la fiebre de oro de California, 1848 – 1853”, el investigador chileno Fernando Purcell escudriñó lo que realmente ocurrió con aquellos que emprendieron rumbo hasta el otro hemisferio buscando oportunidades que nunca encontraron.

“Este trabajo analiza estas prácticas en tres casos que implican a mexicanos y chilenos, hombres y mujeres que sufrieron las terribles consecuencias del linchamiento y cuyos cuerpos, o partes de ellos, fueron expuestos a grandes multitudes”, detalla el académico en el documento.

En concreto, todo partió cuando los mineros chilenos desafiaron a las autoridades de la época, lo que escaló a tal punto que el asunto terminó en tribunales y luego en la ejecución de tres de ellos.

“Esto ocurrió, por ejemplo, cuando un grupo de chilenos se resistió a los esfuerzos de expulsarlos desde las minas de California por un grupo de mineros blancos en Calaveras. Esto los enfureció y provocó que algunos de ellos no estuvieran dispuestos a aceptar la presencia de extranjeros ‘indeseables’ en lo que consideraban sus minas”, escribió Purcell.

Para colmar la paciencia de los locales, los chilenos ocuparon los canales legales disponibles en la época para dar la pelea, específicamente entre diciembre de 1849 y comienzos de enero de 1850.

Fue así como la población minera local finalmente logró que un juez estableciera varias medidas antimigrantes. Una de ellas incluso decía “que ningún extranjero podrá trabajar en estas minas después del 10 de diciembre de 1849″.

No obstante, los chilenos no acataron y debieron huir a la ciudad de Stockton, donde nuevamente lucharon por lo que consideraban justo.

Según el diario personal del periodista y político argentino Ramón Gil Navarro, los chilenos terminaron presentando una queja ante un juez por trato discriminatorio.

Pese a que consiguieron algo de apoyo, simplemente no contaban con la capacidad ni la nacionalidad para hacer valer alguna orden de esa naturaleza.

Así las cosas, decidieron tomar la justicia por sus propias manos: atacaron al campamento de los mineros que los perseguían, mataron a dos personas y tomaron 16 prisioneros, lo que causó la furia de otros grupos del rubro en Calaveras.

Según el relato de Purcell, los captivos finalmente fueron liberados tras dos días como rehenes y el 2 de enero de 1850 un jurado decidió ejecutar al día siguiente a los tres líderes, rapar a otros nueve integrantes del grupo, quienes deberían recibir 100 latigazos en la espalda; y cortarle las orejas a otro chileno.

La noticia se esparció por la zona y grandes cantidades de personas concurrieron hasta la villa de Mokelumne Hill para presenciar el proceso en su contra.

Siguiendo las fechas, la ejecución y el castigo público se llevó a cabo el 3 de enero de 1850 y Gil Navarro presenció el hecho, por lo cual relató los acontecimientos en su diario.

“Después de los latigazos, Ignacio Yañez tenía que atravesar el tercer castigo, perder sus orejas”, señaló.

Todavía tirito recordando los gritos de esos pobres hombres mientras eran tan bárbaramente mutilados (…). El corte (de las orejas) fue seguido por un grito de dolor que uno podría escuchar en la última agonía de un mártir”, añadió.

“La oreja con una parte de la mejilla estaba en la mano del verdugo quien, después de un momento, la lanzó hacia un lado y fue por la otra con la insensibilidad más fría. Un mar de sangre le inundó la cara y la ropa al pobre amigo, lo que le dió la apariencia más horrible que puedan imaginar”, recordó.

“Finalmente, Terán, Damián Urzúa y Francisco Cárdenas fueron amarrados a encinos (…) luego les dispararon desde una distancia de cincuenta pies, pero no al mismo tiempo, sino que uno primero y el otro después”, relató.

A juicio del investigador, este tipo de acciones en contra de personas extranjeras fue exclusivo de la California de mediados del siglo XIX, puesto que en el resto de Estados Unidos e incluso en Europa los castigos públicos -digno de película o serie sobre el rey Enrique VII de Inglaterra- iban a la baja.

El ajusticiamiento de los mineros chilenos atrajo grandes cantidades de personas que presenciaron “la dramática imposición de la justicia anglo-estadounidense”, señaló Purcell.

“Estos testigos reafirmaron su sentido de supremacía racial durante las ejecuciones mientras miraban a los chilenos inferiores morir. Pero más importante que eso, aquellos que sobrevivieron con sus cabezas peladas y orejas mutiladas llevaron consigo marcas imborrables que señalaban su rol de inmigrantes indeseados durante la fiebre de oro y sirvieron como símbolos públicos de su supuesta inferioridad racial frente a los estadounidenses”, concluyó Purcell.