La característica tranquilidad de los andes venezolanos se vio interrumpida en 1995, cuando denuncias daban cuenta de la repentina desaparición de varias personas en muy extrañas circunstancias.

Para esta fecha, la prensa centró toda su atención en Dorángel Vargas, “El comegente”, quien fue acusado de haber asesinado y engullido a un hombre identificado como Cruz Baltazar Moreno, otro indigente al igual que él, en el estado Táchira.

El acto había sido denunciado por un tercer mendigo, de nombre Antonio López Guerrero.

Tras una intensa e insipiente evaluación psicológica, por lo inédito del caso, el caníbal fue ingresado por 2 años en el Instituto de Rehabilitación Psiquiátrica de Peribeca, un bucólico poblado tachirense, que, por esos días, se convirtió en el prime time de la televisión y la comidilla de la prensa sensacionalista.

Pasado el tiempo de reclusión, Dorángel fue directo en busca de quién lo había entregado a las autoridades y, al igual que a sus víctimas, comió toda su carne, incluso su corazón “todavía caliente”, como confesó en una ocasión.

El comegente aprovechaba los músculos, piel, carne y vísceras, y reconoció que hacía sopa con los ojos de sus víctimas, todos hombres.

En su menú no figuraban niños ni mujeres, “porque no molestan a nadie”, según dijo cuando fue atrapado por segunda vez en febrero de 1999, fecha en la que fueron encontrados diferentes pies y manos, que pertenecerían a unas 10 personas, extremidades que no le apetecían al antropófago.

Familiares de las víctimas quedaron horrorizados por la violenta muerte de sus seres queridos, pues nunca se imaginaron que terminarían en el estómago de un individuo.

El fracaso de una sociedad

La escabrosa historia de José Dorángel Vargas Gómez, no sólo muestra al primer asesino serial y caníbal de Venezuela, también devela las últimas consecuencias de no atender a tiempo y consecuentemente los embates de las enfermedades psicológicas.

El tercer hijo de una familia campesina de escasos recursos manifestó desde pequeño problemas de adaptación. En la adolescencia ya robaba gallinas, y provocó el asco y repudio de sus compañeros de faena porque se comía la carne cruda del ganado y se embelesaba con su sangre.

“El comegente” no fue atendido en su hogar, ni en el Psiquiátrico, ni vigilado por las autoridades luego de su presunta rehabilitación. Reincidió, y esta vez fue de un actuar sin contemplación contra sus víctimas, las que eran cazadas con una especie de arpón artesanal y desmembradas bajo el puente Libertador de la capital tachirense.

Las carnes de los hombres de entre 30 y 40 años, de contextura delgada, piel joven y apariencia sana -según sus propias especificaciones- terminaban en empanadas, sopas, guisos y asados, que muchas veces compartía con otros individuos en situación de calle; quienes degustaban el banquete ignorando su origen, y que incluyó a un “amigo” de Dorángel llamado Manuel, a quien conoció en el psiquiátrico.

Situaciones que fueron corroboradas por el propio Dorángel y que fueron publicadas en el libro Retrato de un caníbal (2014), del periodista colombiano Sinar Alvarado.

Revuelta con arroz

En octubre pasado el comegente acaparó nuevamente los titulares cuando circuló la información de que en una revuelta en el Cuartel de Prisiones de PoliTáchira, donde se mantiene recluido, protagonizó otro escabroso capítulo.

Tras la toma de 29 días del centro, dos reclusos fueron asesinados por los líderes del motín para demostrarle a la Ministra de Asuntos Penintenciarios que sus exigencias eran en serio.

Posteriormente, los cadáveres fueron descuartizados por Dorángel y servidos con arroz a los demás privados de libertad. A quienes se rehusaban a comer el “menú”, les mutilaban los dedos, según indicó el diputado de oposición Franklin Duarte.

El mítico comegente continúa sus días encarcelado y aislado, por considerarse una persona de peculiar peligrosidad. Esto pese a una sentencia en 2010, donde reconocían que este no era el mejor lugar para el hombre diagnosticado con esquizofrenia paranoide -por tanto inimputable-, pero consideraron que era lo más conveniente tanto, para su resguardo e integridad, como la de terceros.