¿Por qué “Denominación de Origen” agota las entradas en los cines chilenos? ¿Por qué, al terminar la película, el público le entrega calurosos aplausos? ¿Qué tecla íntima del alma del pueblo se está pulsando para desencadenar tantas emociones?
Se trata de una comedia divertida y liviana, solo en apariencia: su espesor cultural es casi insondable.
Tal como ha explicado el antropólogo francés Frédéric Duhart, una Denominación de Origen es un monumento nacional, como esos edificios emblemáticos que vamos a visitar el Día de los Patrimonios. Es equivalente a la bandera y la canción nacional. Nos representa a todos. Es un emblema de la existencia de un nosotros; motivo de orgullo. Conciencia de comunidad.
Existe, realmente, un nosotros. Y entre los pocos elementos que lo representan están, justamente, las Denominaciones de origen. Se trata de un tema universal. Las Denominaciones de origen son los productos especiales, que tienen una reputación elevada debido a los factores naturales y culturales que los hacen únicos. Como los cedros del Líbano y las joyas de lapislázuli en la antigüedad; los vinos de Borgoña en la Edad Media; los de Champagne, Porto y Jerez en el siglo XVIII. El queso Roquefort y el Coñac en la modernidad.
¿Cuál es la profundidad detrás de las Denominaciones de origen? ¿Por qué son tan importantes? ¿Por qué son productos territorialmente intensivos?
Las Denominaciones de origen son obras de creación únicas, equivalentes a una obra de arte. A través de ellas, el espíritu humano muestra su capacidad de innovación y de generación de algo nuevo y original, que antes no existía. A través de ellas, la comunidad creadora se acerca a lo divino.
Pero mientras el arte es creación personal, la Denominación de origen es creación comunitaria; de un grupo de personas en un territorio.
Denominación de origen: hito en el cine latinoamericano
Los directores de esta película han tenido la genial idea de explicar procesos culturales milenarios, a partir de un caso particular, pintoresco y divertido: las longanizas del Ñuble.
Porque más allá su entrañable simpatía, lo cierto es que la longaniza era famosa antes que Chile existiera: basta leer las Memorias del general Carrera para comprobar cómo, en la guerra de la Independencia, esas longanizas se utilizaron para formar barricadas y proteger el cuerpo de los chilenos de la metralla enemiga: eran el escudo que salvaba la vida de una muerte segura. Producto emblemático. Chileno. Orgullo de su comunidad.
Esta película despierta la curiosidad por conocer la “biografía” de los productos típicos, tan recomendada por Jesús Contreras en su clásica obra Alimentación y cultura; perspectivas antropológicas.
Detrás de cada uno de estos productos hay una hermosa historia épica que contar: los dulces de la Ligua se remontan a los tiempos de la Quintrala, ícono feminista del siglo XVII; los dulces de Curacaví y las tortas curicanas, favoritas de los arrieros del siglo XVIII; las joyas de lapislázuli de Tulahuén, famosas en el imperio inca, casi tanto como fueron después el jamón de Chiloé y el queso de Chanco en la corte del Virreinato.
El público conecta con esta película porque, como las grandes obras de arte, se trata de una obra de creación de carácter mixto, con el concurso de elementos conscientes e inconscientes. El pueblo chileno tiene un vínculo secreto y poco conocido explícitamente con su cultura ancestral; con el patrimonio tangible e intangible que se ha construido a lo largo de la historia, en un proceso colectivo de constante renovación y transmisión, de una generación a otra. Por eso, se emociona ante una pieza de cobre labrado, una fuente de piedra canteada de Pelequén o una joya de lapislázuli de Tulahuén.
Uno de los momentos críticos de la película ocurre cuando alguien interpela a los protagonistas que lucha por obtener la Denominación de origen. “¿Por qué lo hace usted?”, interroga un vecino. Y le da la oportunidad de explicar: “no es por mí; es por mi pueblo, mi gente, mi territorio”, responde con sencillez el joven abogado. Es decir, lo hace por pasión. Lo hace porque quiere darle un nuevo sentido a su vida: luchar por algo más grande que sí mismo.
Allí está la grandeza de ese puñado de ñublenses que se propuso alcanzar lo imposible.
Cine, identidad y el alma de un territorio
Otro acierto de la película es desnudar las tensiones, luchas y contradicciones que emergen en el terreno, cuando un grupo de líderes se pone a la cabeza de la reivindicación del territorio a través del enarbolamiento de una bandera, un símbolo que lo represente como DO. Se levantan entonces mil dificultades, causadas por los que desconfían, sabotean y “chaquetean”. Los egoístas, de mirada corta, incapaces de mirar más allá de su metro cuadrado, tienen un alto poder de fuego, sobre todo por su capacidad de destruir.
He sido testigo de esas tensiones en numerosos casos paralelos de productos típicos chilenos, en proceso de patrimonialización: cerámica de Pañul, mimbres de Chimbarongo, cobres labrados de Coya, piedras canteadas de Pelequén, vinos patrimoniales del Itata y Maule, quínoa del secano, piscos del Norte Chico, lapislázuli de Tulahuén, etc. En algunos casos, dificultades como las que muestra la película impidieron avanzar en su reivindicación; otras veces, como Pañul y Chimbarongo, sí se logró el objetivo.
Situación especial sufre el pipeño, delimitado como DO en 2023 por el Ministerio de Agricultura; pero la falta de fiscalización en las fondas del 18 anula su eficacia, por la invasión de los falsificadores y adulteradores que aprovechan los puntos ciegos del SAG para robar el pan de sus hijos a los campesinos del Maule, Ñuble y Bío Bío, creadores y únicos titulares de la DO pipeño.
Estos elementos ayudan a comprender una ínfima parte de todo el espesor subyacente que aletea detrás. La película Denominación de Origen es una obra maestra del cine latinoamericano. Ojalá inspire a otros cineastas a realizar largometrajes de alta calidad, buen humor y reconocimiento de nuestra identidad cultural y patrimonial.
