Señor Director:
El feminismo en Chile ha sido secuestrado por la izquierda radical y convertido en una herramienta de control ideológico. Lo que alguna vez fue una lucha legítima por la igualdad se ha transformado en un discurso excluyente, donde solo tienen cabida las mujeres que se alinean con la agenda del Frente Amplio. Mientras la izquierda impone su visión única, nosotras, las mujeres de derecha, hemos permitido que nos silencien, que nos ridiculicen y que nos marginen del debate público. Es hora de romper ese silencio.
El gobierno de Gabriel Boric, que se autoproclamó feminista, ha demostrado que su feminismo no es más que una estrategia política. La ministra Antonia Orellana encarna esta selectividad: su defensa de las mujeres es parcial, condicionada y completamente ideologizada. Para este gobierno, las mujeres que piensan distinto no existen. No somos mencionadas, no somos defendidas y, cuando pueden, somos atacadas.
La izquierda radical ha hecho del feminismo un dogma en el que no hay espacio para la diversidad de pensamiento. Nos acusan de traidoras, de ser “cómplices del patriarcado”, simplemente por rechazar su narrativa victimista y creer en la autonomía individual. En universidades, en redes sociales y en la esfera pública, las mujeres de derecha somos censuradas y desacreditadas porque no encajamos en su molde.
Pero más allá de la crítica a la izquierda, debemos hacernos nuestra propia autocrítica. Hemos sido demasiado prudentes, demasiado temerosas de enfrentar la agenda impuesta. Hemos creído que el mérito, el esfuerzo y la preparación bastarían para posicionar nuestras ideas. Pero en un país donde el Frente Amplio domina el discurso, la pasividad solo nos deja fuera de la conversación.
El caso Monsalve es una prueba irrefutable de esta doble moral. Si este escándalo hubiera ocurrido en un gobierno de Sebastián Piñera, la izquierda feminista habría salido a las calles con rabia y consignas incendiarias, exigiendo renuncias inmediatas. Sin embargo, cuando los cuestionamientos recaen sobre su sector, reina el silencio. Nosotras no podemos permitir que la justicia dependa de la ideología del acusado.
No queremos un feminismo de privilegios ni de imposiciones ideológicas. Creemos en la libertad, en la igualdad de oportunidades y en la meritocracia. Defendemos un feminismo que no victimiza ni divide, sino que empodera desde la autonomía, la responsabilidad y la colaboración entre hombres y mujeres.
Margaret Thatcher nos enseñó que el liderazgo no se implora, se conquista. La izquierda radical ha impuesto su discurso sin titubeos, y nosotras hemos sido demasiado cautelosas.
Es momento de cambiar eso. La verdadera revolución femenina no se decreta desde un ministerio ni se grita en la calle con pancartas ideologizadas. Se construye con carácter, con trabajo y con la certeza de que nuestra voz merece ser escuchada.
Las mujeres de derecha no podemos seguir en las sombras. No podemos permitir que la izquierda siga monopolizando la lucha por los derechos de las mujeres mientras nosotras guardamos silencio. La libertad se defiende con convicción. Es hora de alzar la voz.
Por Valentina Sotomayor
Trabajadora Social
Coquimbo
