A menudo se repite la frase “la guerra es un infierno”. La guerra, por supuesto, son circunstancias, acciones, decisiones que ocurren en ciertos lugares, que generan destrucción y muerte. Muerte no solo de soldados, sino de niños, adultos y ancianos que no han tenido nada que ver con la decisión de ir a la guerra. Destrucción de lugares donde realizamos nuestra vida común en tiempos de paz; lugares donde nos educamos y cuidamos al resto (hospitales y escuelas); lugares, finalmente, que representan una época, un estilo artístico y la expresión cultural de una sociedad.

Y, a pesar de todo lo anterior, seguimos haciendo la guerra. Es un mal moral (¡qué duda cabe!) pero, entonces, ¿por qué persistimos en ella? Caben dos respuestas. La primera refiere a la psicología moral y la segunda es una respuesta propiamente ética. Esta dice relación con las circunstancias en que estaría justificado librar una guerra. Por lo pronto -y por lo limitado del espacio- me enfocaré en la segunda respuesta: la guerra, a veces, está justificada. Una precisión: que esté justificada no significa que sea un bien. A veces no tenemos más alternativa que hacer un mal, porque la otra alternativa es peor. La guerra, entonces, puede ser un mal menor en comparación a dejar sin respuesta una agresión.

¿Qué puede justificar la guerra entonces? Si me veo enfrentado a una agresión ilegítima (un ladrón o un asesino vienen por mí) y veo una chance probable de defenderme del mal que se me quiere infligir, entonces, estoy justificado en defenderme. Del mismo modo un país, con una chance probable de éxito, puede enfrentar una agresión ilegítima (podemos pensar en la invasión de Rusia a Ucrania, pero podemos encontrar muchos otros ejemplos).

Más que condenar la guerra en términos absolutos, entonces, debemos preguntarnos si está justificada. Luego, debemos preguntarnos cómo librarla. Sobre esto último, cabe una sola idea: no vale cualquier medio para el éxito bélico. Y por muy justificado que esté un país en librar una guerra defensiva, no valdrá cualquier medio para defenderse y ganar la guerra.

Fernando Arancibia, profesor del Instituto de Éticas Aplicadas UC.

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