Un reciente informe del Monitor Europeo sobre Pluralismo de los Medios realizado por el Centro europeo para el Pluralismo Informativo y la Libertad de Prensa (CMPF), advirtió que dos tercios de los estados europeos tienen el 80 % de la propiedad de sus medios de comunicación concentrada en menos de cuatro grupos.

La situación que calificaba de preocupante la ONg europea, en probablemente la zona del planeta con el mayor pluralismo informativo, no parece contrastar tan dramáticamente con la realidad latinoamericana, cuya oferta informativa tiene fuertes componentes de concentración.

En el caso chileno existe coincidencia en la aguda concentración de medios en televisión, radio. Sin embargo, la prensa escrita merece una mención aparte, dado un ingrediente singular, probablemente único y a la vez dramático: La constatación que en democracia existe menos pluralismo en este tipo de medios que el exhibido en dictadura. Una anomalía absoluta en transiciones a la democracia.

A casi justo un año de la conmemoración de 50 años del Golpe de Estado de 1973, no ha perdido actualidad unos de los bandos de la Junta Militar, el número 15, el cual dictaminó:

“Como primera medida precautoria, durante el día 12 de septiembre de 1973 ha autorizado solamente la emisión de los siguientes diarios: “El Mercurio” y “La Tercera de la Hora”. Paulatinamente se irán autorizando otras publicaciones. Se considerará que las empresas no indicadas por este bando, deben considerarse de hecho clausuradas”.

Hoy medio siglo después, como si se tratase de una condena ‘ad æternum’, solo existen dos periódicos de circulación nacional, El Mercurio y La Tercera. Ambos de similar orientación ideológica.

Chile debe ser de los pocos países del mundo en que los kioskos venden chicles en lugar de diarios y revistas. Es difícil comprender el parecer de la opinión pública si solo es expuesta bajo el filtro de una sola voz, con dos parlantes. Incluso para los propios medios monopólicos entraña una pérdida de lectores, como bien saben las finanzas de ambos medios.

Si bien medios electrónicos suplen en parte la carencia, se trata de medios pequeños, sin sala de prensa, con alcance acotado.

En un interesante estudio al respecto, la autora de “Regulation for Pluralism in the Media Markets” (2004), Michelle Polo, señalaba que en sociedades democráticas es imprescindible “un acceso apropiado a los diversos medios por parte de todos los actores políticos y sociales, condición sine qua non para la consecución tanto del “pluralismo político interno” como del “pluralismo político externo”, aspectos que indican “la presencia de distintas opiniones políticas”, natural a cualquier democracia.

Corrientemente la falta de medios de prensa lleva a la opinión pública a desplazar su requerimiento de información a redes sociales, con lo cual la mediación se hace compleja dado que, citando palabras de Noam Chomsky, si bien aportan oportunidades de escuchar una variedad de perspectivas y análisis, y de encontrar información que a menudo no se ofrece en los medios dominantes, no está claro cómo se explotan esas oportunidades. Ha habido un gran volumen de comentarios –confirmados por mi propia experiencia limitada– que aseguran que muchas tienden a gravitar hacia burbujas que se dan sustento a sí mismas, y que escuchan poco más allá de sus propias creencias y actitudes y, peor aún, que las arraigan con más firmeza y en formas más intensas y extremas”.

La exposición estos días de opiniones abiertamente confusas, cuando no directamente falsas, sobre el contenido de la propuesta constitucional rechazada, nuevamente hace urgente reabrir el debate respecto al pluralismo de los medios en Chile.

Sin embargo, la proliferación de fake news no puede llevarnos a estimar como necesario el establecimiento de sanciones para los divulgadores de noticias falsas, en el entendido que tal construcción jurídica nos llevaría, tarde o temprano, a un ministerio de la Verdad, cuyo ejercicio en sí mismo encierra el peligro totalitario.

Un antídoto para las fake news sigue siendo precisamente el pluralismo informativo, el cual permite al lector enfrentarse a un abanico de posibilidades informativas sobre un mismo acontecimiento, de modo que se puede formar su propia convicción.

La sola posibilidad que esto sea complejo en Chile, Latinoamérica y sorprendentemente en Europa, entraña un desafío a las sociedades democráticas.

Roberto Manríquez, periodista.

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