A solo dos meses de iniciada la presencialidad en las escuelas en Chile después de una pandemia que desgastó no sólo los recursos básicos, sino también los deseos y experiencias, volvemos nuevamente la mirada a la importancia de la educación, la lectura y la literatura.

Una de las opiniones más escuchadas es que la cultura fue un salvavidas durante esos días de confinamiento, incluso a pesar de las horribles condiciones laborales de nuestros artistas. Otro dato importante entregado por Tomás Peters, director del GAM- es que, aunque se cerraron librerías, muchas editoriales independientes paralizaron sus funciones, no hubo ferias de libros, con todas las consecuencias negativas al circuito que gira alrededor de estos eventos, la lectura aumentó durante la pandemia. Según Peters, esta paradoja tiene muchas aristas, como la ampliación de acceso a las plataformas gratuitas de libros digitales, la venta de libros físicos online, la mayor participación de comunidades de lectores vía streaming y redes sociales, entre otros, demostraron los cambios que se están produciendo en el acceso al libro y su lectura.

Bajo este nuevo paradigma es necesario preguntarse ¿cómo la literatura, así, sin calificativo, se presenta en este escenario? La ficción nace como un puente para comprender el mundo, para comprendernos a nosotros mismos desde nuestras miserias, grandezas y contradicciones, es decir, desde nuestra humanidad. Nos permite recorrer espacios, expandir nuestra experiencia, ponernos en el lugar del otro, permitir la resiliencia. Por ello, obras reconocidas como Peter Pan, Las crónicas de Narnia o la saga de Harry Potter han sido tan leídas por niños/as y adolescentes, porque sus personajes, que viven la guerra, la violencia o la discriminación, pueden ser ellos mismos. La relación que los lectores elaboran con esta representación de un mundo alternativo es una experiencia afectiva que provoca el gusto por la lectura sin una intención didáctica. Estas ficciones invitan a disfrutar, discutir, imaginar y llorar desde la propia experiencia personal, porque los lectores tienen incorporado este mundo imaginario naturalmente.

Desde la perspectiva en que concibo la literatura y su enseñanza sin un calificativo ¿se puede afirmar que El Principito es una historia sólo para niños/as? ¿Podemos ahora, en estos tiempos, leer La Bella durmiente sin decir nada sobre “el beso robado”? Por supuesto que no. La relevancia de los cambios históricos y culturales nos obligan como docentes a plantearnos nuevas formas de interrogar las lecturas clásicas, pero también a recorrer caminos en busca de esas otras lecturas (llamadas por la crítica “periféricas”) donde los personajes se desajustan a los moldes preconcebidos como El príncipe ceniciento de Babette Cole, Vida secreta de las mamás de Beatriz Masini y Alina Maraís. También a descubrir nuestros textos locales. Si hay una saga de Harry Potter, tenemos en Chile la saga Héctor Olmedo tituladas Javo Rivera y los tres de la orden y Javo Rivera y los brujos de Chiloé o Joseph Michael Brenna con Las cenizas del juramento. Las narraciones acompañadas del trabajo de excelentes ilustradores también son parte de esta “literatura satélite” como son el libro álbum y novelas gráficas. Todos estos textos, con un trabajo artístico y editorial de gran nivel, nos obligan a plantearnos otras formas de acercamiento y enseñanza de la literatura para formar lectores activos y críticos.

Es necesario considerar al lector un co-autor, un creador, porque la interacción con la obra no es de consumo, sino de completar los vacíos, de construir sentidos y significaciones para reinterpretar el mundo. Acceder a la lectura por gusto, por placer, es la puerta que abrirá las siguientes transformaciones hacia una comprensión afectiva y crítica de nuestra realidad y del mundo.

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