Pudiera esgrimirse que el honor mancillado de una mujer merece bofetadas, persecuciones y hasta pistoletazos, como en un western de Andrew McLaglen o John Ford.

Pudiera también acusarse que la burla despiadada de quien sufre injustamente, merece castigo contundente y automático, como en “Doble Traición” o “The Terminator”, pero una cosa, es el bluff de las estrellas de cine que aceptamos por convención, y otra muy distinta, la frágil realidad de los seres humanos detrás del oropel y la aprobación o repudio mediático.

Ser protagonista de una cruel afrenta convertida en furia incontrolada y minutos después, recibir uno de los premios más apetecidos del año, para luego revertir la tensión de la atmósfera en vergüenza auto conmiserativa. No fue una chance de salida al escándalo, sino el único camino para cautelar lo que en ese momento quedara de prestigio en el premiado.

Lo noche del domingo mostró lo peor del “entertainment business”, no tanto por la violencia, que por lo demás es condenable (imagine que todos las ofensas se solucionaran a cachetadas), sino por el cinismo que la misma industria hollywoodiense ha hecho patente. Se premia a una película inclusiva, emotiva, bonita, 100 % streaming, levantada como una antorcha de esperanza para el género humano, para luego, en el mismo evento, apagar esa esperanza con el balde de la sorna y de la burla, sin tacto, con el golpe de los que tienen poder para saltarse las normas y con el lenguaje disonante, fuera de contexto, que para peor, normaliza hacia el fondo de las cloacas cualquier dialéctica civilizada.

El Óscar nos descolocó a todos, nos puso incómodos, sabíamos que algo no estaba funcionando, después de tamaño espectáculo de honores trastocados. Y es que las estrellas de antaño, los Stewart, las Hayworth, los Bogart y las Garbo, no lucían sus pequeñeces sobre el escenario ni medían sus simpatías por Twitter o memes.

El mundo ha cambiado, que duda cabe, hoy la insensibilidad para con los demás, el acondicionamiento hacia la respuesta destemplada y el derecho autootorgado ha provocado estragos en la vida y en el arte, y es que en el fondo, vemos estas premiaciones como proyectándonos nosotros mismos ahí, descubriendo que nuestras rabias y alegrías no son muy diferentes de las emociones de aquellos que nos intentan engañar con las suyas.

Esperemos que el próximo año nadie en un ataque de rabia saque una pistola de utilería y lance balazos contra las candilejas, porque lamentablemente, hasta a esas pistolas les han colocado balas de verdad.

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