La migración es el gran tema de nuestra época. El martes 18 de diciembre celebramos el Día Internacional del Migrante 2018 bajo el lema “Migración con dignidad” (#WithDignity).
La dignidad es un aspecto esencial de nuestra labor. Ofrecer un trato digno a todos los migrantes es un requisito primordial que hemos de anteponer a cualquier emprendimiento en el ámbito de la migración —ámbito que despierta preocupación en los tiempos que corren para la comunidad mundial— ya que nuestro futuro depende de ello pero también nuestro presente.
Recientemente, fui elegido para dirigir la Organización Internacional para las Migraciones, uno de los organismos más antiguos y eficaces de la comunidad internacional. Ahora bien, la migración es tan antigua como la humanidad y la OIM, con apenas 67 años, puede considerarse una recién llegada.
Hoy por hoy, nos caracterizamos por ser una especie en movimiento —cientos de millones de nosotros somos, en el sentido más amplio, migrantes. En este contexto, queda mucho por hacer y mucho que aprender. Pero cabe dar prioridad a la dignidad. Ante todo, la dignidad de elegir.
La migración promueve la dignidad porque brinda a las personas la posibilidad de elegir, ya sea de ponerse a salvo, protegerse, educarse o liberarse. Es más, permite a millones de personas elegir la participación y no el aislamiento, la acción y no la inactividad, la esperanza y no el miedo y la prosperidad y no la pobreza.
Debemos dignificar esas elecciones mediante el respeto. Y ese respeto se otorga al tratar con dignidad a quienes toman esas decisiones.
Nosotros igualmente tenemos el poder de elegir. Podemos responder a las esperanzas de los migrantes con aceptación, y responder a sus ambiciones con oportunidades. Podemos acoger en lugar de rechazar su llegada.
También debemos respetar y escuchar a quienes temen los cambios que conlleva la migración, ya que sus temores, justificados o no, son genuinos y merecen ser atendidos con dignidad.
A menos que aseguremos a todos los ciudadanos que sus elecciones también se respetan, corremos el riesgo de perder una verdadera oportunidad de progreso. La migración consagra las decisiones que tomamos juntos, ya sea entablando relaciones comunitarias o no con nuestros nuevos vecinos (o nuevos vecinos potenciales).
La adopción del Pacto Mundial para la Migración, el pasado 10 de diciembre en Marrakech, por una abrumadora mayoría de los Estados Miembros de las Naciones Unidas, constituye un paso hacia la dignidad para todos, hacia un discurso más equilibrado y hacia una cooperación más amplia en materia de migración.
El Pacto Mundial para la Migración logra un delicado equilibrio entre la soberanía de las naciones y la seguridad y dignidad que exigimos para todos y cada uno.
Con motivo de la conmemoración anual del Día Internacional del Migrante en las Naciones Unidas, cabe tener presente ese equilibrio y saber que ambas partes no se contrarrestan, más bien se complementan.
El Pacto Mundial para la Migración hace hincapié en que todos los Estados necesitan una migración bien gestionada, y que ninguno puede lograr este objetivo por cuenta propia. La cooperación en todas las instancias es fundamental para abordar la migración.
En el año 2000, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 18 de diciembre el Día Internacional del Migrante. Ese mismo año, en el Informe sobre las Migraciones en el Mundo, la OIM afirmaba que más de 150 millones de migrantes internacionales habían celebrado el cambio de milenio fuera de sus países de nacimiento.
Dieciocho años después, el número de hombres, mujeres, niños y niñas en movimiento no deja de aumentar. Dieciocho años después, la cantidad de migrantes internacionales asciende a prácticamente 258 millones de personas. Ahora, hay otros 40 millones de desplazados internos debido a conflictos, y cada año millones de personas (18,8 millones en 2017) se ven obligadas a abandonar sus hogares a raíz de desastres climáticos o naturales.
Para muchas personas, el mero hecho de migrar las expone a grandes peligros.
Los datos de la OIM muestran que, en 2018, cerca de 3.400 migrantes y refugiados perdieron la vida en distintas partes del mundo. La mayoría pereció tratando de llegar a Europa por mar; muchos otros murieron intentando cruzar desiertos o atravesar densos bosques en busca de seguridad, lejos de pasos fronterizos oficiales. Estas cifras, recopiladas diariamente por el personal de la OIM, nos avergüenzan.
La OIM reitera una vez más que la migración impulsa el progreso y el desarrollo, no solo de quienes migran, sino también de los países de tránsito y, especialmente, de las comunidades receptoras en los países de destino. Al tiempo que renueva el llamamiento para que se salven vidas al garantizar una migración segura, regular y digna para todos.
António Vitorino
Director General de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)