Sugiero a la autoridad competente que inaugure con el nombre de Thomas Stearns Eliot (1888-1965) alguna de las calles de nuestro Chile. En efecto, no hay ninguna direccionada con este ilustre poeta, ensayista, dramaturgo e intelectual de nota en la librósfera. Si la hubiera que se me corrija. En Google Maps no aparece ninguna.

Digámoslo de entrada: Eliot es un monárquico, anglicano y ultraconservador norteamericano nacionalizado inglés.

¿Cuál sería el vínculo que justifica tal señalización? Su obra está imbricada en el quehacer intelectual y artístico más denso y alto de Chile: el pensamiento poético impreso en obras señeras de las que daré cuenta.

Se suma a lo anterior, las innúmeras citas y pervivencia de la obra en el cine (Apocalipsis ahora, Coppola; Tom & Viv, Brian Gilbert, El último concierto, Yaron Zilberman), el rock progresivo del Genesis de Peter Gabriel, la comedia musical, la pintura, el teatro (Asesinato en la catedral), etc. Una presencia continua y actual que siempre quiere ficharlo para un toque elegante, una reflexión de vasto significado, algo sutil sobre la media.

En cuanto a pergaminos: obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1948, el Premio Goethe (1955), Medalla Dante (1959), etc.

En cuanto a Chile:

La tierra baldía (1922) permanece plegada a las Residencias de Neruda, a la que permeó de los valores “antipoéticos”, feísmo y crudeza, toda una revolución estético-perceptiva de comienzos de siglo XX (fundada, en mi opinión, en Saint-Pol-Roux y su idea de las “impurezas”); la estancia en Rangún, Sri Lanka, y Java del poeta chileno, lo puso en contacto con la literatura modernista inglesa y de la mano de Lionel Wendt habría recibido libros de Eliot pasados a canela y humo. En Oxford la antipoesía de Eliot también telonea la antipoesía de Parra, quien está más aplicado al cosmos literario que a sus estudios de cosmología estelar.

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En Enrique Lihn también fue fundamental: le enseñó a hablar. El speech elasticado de Eliot se puede verificar en los hallazgos de la Pieza oscura y la densa reflexión metapoética de Escrito en Cuba, en que se oye el Prufrock de Eliot en referencia a los problemas de identidad y tiempo, entre otros; ya en su texto ensayístico “Definición de un poeta” (Anales de la Universidad de Chile, 1966) Lihn estaba buscando un pase desideologizado hacia Eliot, un vínculo con la tradición y el pasado poético en ese contexto “revolucionario” en que la cita del poeta conservador debe haber sonado al menos no tan bien, pero en el entendido pedagógico de que en la literatura es una tontería la diferencia ideológica.

Esta mutualidad del yo continuó hacia Batman en Chile (cita) y el discurso personal y público de Lihn en todo momento. En el poemario A partir de Manhattan le dedicó “A Eliot”: “Las manos de ese juglar conocen al dedillo / (pero no pueden reemplazarlas) las piezas de su instrumento”.

En La nueva novela, de Juan Luis Martínez, Eliot sale a escena y podríamos decir que como uno de los pilares de la poética general del libro –habilitando la práctica del corte / montaje y digresiones sobre la autoría-, precisamente debida a la reflexión de Eliot. En su libro de ensayos El bosque sagrado, dice Eliot sobre Philip Massinger: “Una de las pruebas más seguras es la forma en que un poeta toma prestado. Los poetas inmaduros imitan; los maduros roban; los malos poetas desfiguran lo que toman, y los buenos lo transforman en algo mejor, o al menos diferente”. Doctrina medular.

En el cara a cara se puede anotar una conversación de Eliot con esa personalidad intelectual y cultural que fue Jorge Elliott (parecido pero no igual), en la “Nota preliminar” de la importante Antología crítica de la nueva poesía chilena (1957): “Recuerdo haberle preguntado al distinguido poeta y crítico inglés T. S. Eliot en 1947, a qué atribuía él su inmensa popularidad como crítico por cuanto yo consideraba que los trabajos de Edmund Wilson, Livingston Lowes, Bowra y otros revelaban una sensibilidad y penetración al menos equivalente a la suya”. Eliot le respondió con una sonrisa a que nunca escribía sobre sus contemporáneos. Por otra parte, Esperanza Aguilar, en la colección El espejo de papel, del Centro de Investigaciones de Literatura Comparada (Universidad de Chile) publicó el ensayo Eliot el hombre, no el viejo gato (1962).

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Hay un pintor chileno (más que esto: boxeador, escritor, traductor) que en Inglaterra pintó un notable retrato de la poeta Edith Sitwell, hoy en la Tate Gallery. Este pintor se llamaba Álvaro Guevara Reimers. Sitwell y sus hermanos tenían trato cotidiano con Eliot y su esposa Vivien Haigh-Wood. Guevara, por intermedio de Wilson Plant, le habría enviado a Eliot el manuscrito de su novela El dictador: información que figura en Retrato de un artista (1980), de Álvaro de la Fuente. No hay rastro de esa lectura. ¿Le habrá Eliot enviado una nota a Guevara?, ¿habrá presentado el manuscrito en Faber & Faber? ¿O se aburrió terriblemente y lo lanzó lejos?

Por último: sus ideas destiladas del ensayo (El bosque sagrado, Función de la poesía y función de la crítica, etc.) fueron recepcionadas y calaron la crítica de Ignacio Valente (José Miguel Ibáñez Langlois), como lo atestigua la recopilación de sus escritos en Veinticinco años de crítica (1992), en calidad de vara de medir, fundamento doctrinario, obra para reflexionar, horizonte cristiano en su caso.

Por tanto, T.S. Eliot es una presencia ya de larga data en nuestra literatura, que a pesar de esa armazón tradicionalista y conservadora, practicó en su doblez una apertura insospechada hacia el mundo y sus fenómenos más controvertidos en ese entonces, como el respaldo a la diversidad sexual ejemplificado en nada menos que el patrocinio personal de Djuna Barnes y su novela El bosque de la noche.

Asimismo, inauguró en Chile una especie de otro momento literario cosmopolita en que la genialidad le era bastante sospechosa, y el crear se trataba más bien de una copresencia de autorías o disolución de la misma en que la personalidad era severamente cuestionada y el texto asumía el protagonismo escénico –no al frontman- textos o fragmentos buscándose entre ellos, pero manipulados por una especie de operador.

Qué agradable sería ir a dar una vuelta por la calle T. S. Eliot, y leer ahí unas líneas de Cuatro cuartetos.