Atender y promover agendas blandas es importante, pero la política exterior chilena enfrenta desafíos profundos en un contexto de creciente incertidumbre. Esto demanda una prospectiva rigurosa, de mediano y largo plazo, que identifique prioridades claras y articule capacidades con rapidez.
El sistema internacional atraviesa un período de profunda transformación, caracterizado por la fragmentación del orden económico, la competencia tecnológica entre las potencias y la revalorización de la territorialidad.
Las tensiones entre Estados Unidos y China, junto con la invasión rusa a Ucrania, no son eventos aislados, sino aceleradores de tendencias que reconfiguran alianzas, intensifican disputas por recursos críticos y abren nuevos frentes estratégicos, como el Ártico y el austro del planeta.
En este escenario, la tecnología desempeña un rol central, pero no asegura supremacía. Factores internos como el envejecimiento poblacional, la polarización social y la fragilidad institucional limitan la proyección de poder y serán tan determinantes como las inversiones en defensa o infraestructura para definir la influencia global en las próximas décadas.
Para países de poder intermedio, como Chile, la lección es clara: los paradigmas de los noventa —centrados en la apertura comercial, el multilateralismo universalista y la integración regional— deben evolucionar.
Hoy se requiere una estrategia flexible que combine capacidades tecnológicas, un multilateralismo pragmático, alianzas selectivas y resiliencia interna para proteger los intereses nacionales en un entorno global volátil y una vecindad de equilibrios frágiles.
Activos geoestratégicos claves
Chile cuenta con activos geoestratégicos claves: sus recursos naturales, su posición marítima y su rol en el extremo austral.
En el norte, la Región de Antofagasta se consolida como un nodo geopolítico gracias a sus puertos de aguas profundas y su proximidad a más de 180 proyectos mineros en Argentina, y otros tantos en Bolivia sumados a los nuestros. Integrar estos polos a cadenas logísticas globales fortalecerá la competitividad frente a puertos como Chancay en Perú y permitirá proyectar vínculos con actores clave como China, Australia, Europa y Canadá en el mercado de minerales críticos.
Priorizar inversiones que mejoren la infraestructura portuaria, las carreteras, los ferrocarriles y los pasos fronterizos, transformará la matriz portuaria del norte chileno en activos estratégicos para la integración vecinal.
En el sur, la confluencia de los océanos Pacífico, Atlántico y Austral, junto con los pasos interoceánicos, los recursos pesqueros y la cercanía a la Antártica, posicionan a Chile en el núcleo de la geopolítica austral.
Punta Arenas y Puerto Williams refuerzan el valor estratégico del mar austral. Gestionar activamente este espacio a través del control político, la proyección internacional en actividades como cabotaje, investigación, pesca y turismo, y el fortalecimiento de la soberanía en la Antártica, será crucial para consolidar la influencia chilena en este escenario emergente.
El agua, un recurso estratégico, enfrenta crecientes presiones por el cambio climático y las actividades económicas, especialmente en el norte, donde el estrés hídrico se ha intensificado.
Aunque Chile dispone de 51.218 m³ per cápita al año, muy por encima del promedio mundial, el 32% de su territorio comparte cuencas con países vecinos, principalmente Argentina, bajo acuerdos como el Acta de Santiago (1971) y el Protocolo de 1991. Sin embargo, diferencias interpretativas en proyectos hidroeléctricos en la Patagonia y la ausencia de tratados específicos con Bolivia y Perú complejizan la gestión hídrica de nuestras aguas continentales.
La variable demográfica también plantea retos estructurales. Con una tasa de fecundidad de 1,03 —una de las más bajas de Occidente—, Chile enfrenta un envejecimiento acelerado de profundos efectos.
En 2027, los mayores de 65 años igualarán en número a los menores de 15, una transición que Argentina alcanzará recién en 2040 y Perú en 2047. Este cambio generará un aumento significativo en el gasto en salud, pensiones e infraestructura urbana, limitando recursos para defensa, innovación o desarrollo territorial.
Además, la asimetría regional agrava el panorama: mientras Parinacota sufre despoblamiento, las zonas vecinas en Perú y Bolivia muestran mayor dinamismo, y el crecimiento de la Patagonia argentina contrasta con la fragilidad de Magallanes.
A estos desafíos se suman riesgos como el crimen organizado transnacional, la migración irregular y el narcotráfico, que tensionan la gobernabilidad interna y la estabilidad fronteriza. Abordarlos con urgencia es esencial para sostener la proyección internacional de Chile.
Atender y promover agendas blandas es importante, pero la política exterior chilena enfrenta desafíos profundos en un contexto de creciente incertidumbre. Esto demanda una prospectiva rigurosa, de mediano y largo plazo, que identifique prioridades claras y articule capacidades con rapidez. En un mundo donde otros actores ya están actuando, la viabilidad del desarrollo de Chile y el bienestar de su población dependen de nuestra capacidad para anticiparnos y adaptarnos estratégicamente.
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