El 27F dejó un legado de unidad y aprendizaje.

El reciente apagón en todo el país nos regaló, aunque involuntariamente, una especie de déjà vu colectivo. Durante cinco horas, millones de chilenos experimentamos la incertidumbre, la desconexión y la fragilidad de la vida moderna. Sin embargo, lo que destacó esta vez fue la capacidad de respuesta institucional: fruto directo de las lecciones aprendidas tras el terremoto y tsunami del 27 de febrero de 2010.

La institucionalidad evolucionó después del 27F

Aquel 27F, la región del Biobío se convirtió en la zona cero de uno de los desastres naturales más devastadores de nuestra historia. Un terremoto de magnitud 8.8, seguido de un tsunami, destruyó hogares, escuelas y hospitales, pero también dejó al desnudo la fragilidad de nuestras instituciones. La falta de coordinación, la demora en las decisiones críticas y la incertidumbre que envolvió a millones de personas fueron, en muchos casos, tan dolorosas como el desastre mismo.

Hoy, a 15 años de aquella madrugada, es innegable que hemos avanzado. El reciente decreto temprano del estado de catástrofe por parte del presidente Gabriel Boric es una muestra clara de que los aprendizajes institucionales dejaron huella. Al menos, esta vez, no se percibió ese complejo de utilizar herramientas extraordinarias para proteger a la población.

Es innegable que la institucionalidad evolucionó. El Sistema Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred), sucesor de la antigua Onemi, es un organismo mucho más robusto, con protocolos claros y una articulación efectiva con las Fuerzas Armadas y de orden y seguridad. Un cambio significativo respecto a aquellos días de 2010, cuando la demora en tomar decisiones generó un vacío de control y una sensación de desamparo en la población.

Sin duda, se ha avanzado y mucho. Pero, como siempre, hay luces y sombras: el retiro pendiente de los contenedores del borde costero en Talcahuano y Coronel. Dos de nuestras principales ciudades puerto continúan expuestas a un riesgo innecesario. Se habló mucho sobre trasladar estos contenedores y alejarlos de la costa, pero la realidad es que siguen ahí. Lo mismo ocurre con las alarmas sonoras para alertar a la población ante una eventual evacuación; brillan por su ausencia en gran parte del país.

Una identidad forjada en la adversidad

Para bien o para mal, la identidad del Biobío está inevitablemente marcada por la forma en cómo hemos respondido a las catástrofes. Desde el terremoto de 1751 -que trasladó a Concepción desde su antiguo emplazamiento en Penco- hasta la reconstrucción posterior al 27F, la región ha demostrado una y otra vez su capacidad para levantarse.

Nuestra historia ha sido una constante prueba de fortaleza. No es casualidad que el Parque Ecuador de Concepción lleve ese nombre en honor a la ayuda recibida tras el terremoto de 1906. Es un símbolo de cómo, en momentos críticos, la solidaridad y la unidad se convierten en la mejor respuesta ante la adversidad.

El 27F dejó un legado de unidad y aprendizaje. La reconstrucción posterior fue la última gran inversión pública que vio nuestra región. Transformó lugares como Dichato, Tumbes y La Poza de Talcahuano en ejemplos de resiliencia y renovación.

Quizás por eso tiene sentido pensar en un día de conmemoración. No se trata de recordar la tragedia, sino de rendir homenaje a la unidad, al aprendizaje y a la identidad construida en la respuesta a las catástrofes. Hay regiones y ciudades que tienen feriados locales, como el 20 de agosto en Ñuble o el 7 junio en Arica y Parinacota. ¿Por qué no pensar que el 27F podría ser una fecha así de significativa para Biobío?