Pese a que el último tiempo hubo diversas revelaciones públicas relacionadas con objetos voladores no identificados y posibles evidencias -aún no concluyentes- de vida extraterrestre, la reacción social a este tema ha sido sorprendentemente silenciosa. Desde la psicología, una experta sostiene que no se trata de simple indiferencia, sino de una combinación de mecanismos mentales de defensa.
“Algo muy significativo ha estado ocurriendo a plena vista, y casi nadie parece estar dándose cuenta”. Así lo plantea la psicóloga Jennice Vilhauer, directora del Programa de Psicoterapia Ambulatoria para Adultos de la Universidad de Emory en Estados Unidos, quien en una columna en Psychology Today analiza el desinterés en el fenómeno ovni y la posible existencia de vida más allá de nuestro planeta.
Tal como relata Vilhauer, en los últimos años se han difundido audiencias del Congreso de Estados Unidos, reportajes en grandes medios y un documental reciente, llamado Age of Disclousure, que reúne testimonios oficiales de altos exfuncionarios estadounidenses, quienes afirman haber investigado avistamientos de objetos inexplicables, materiales ajenos a la tecnología humana y posibles restos no humanos, lo que reabre la posibilidad de que la humanidad no esté sola en el universo.
Lo curioso, es que si se tratara de cualquier otro tema con implicancias de esta magnitud, dice la especialista, dominaría las conversaciones. “Se debatiría en las mesas familiares y sería analizado y discutido sin descanso por comentaristas e influencers en internet”, añadió. Pero, nada de eso ha pasado.
“Para muchas personas, incluso si lo oyen, la información apenas parece registrarse; otras simplemente la rechazan o no se involucran en absoluto. Desde un punto de vista psicológico, la falta colectiva de interés es casi más interesante que las afirmaciones mismas”, comentó.
La pregunta es, para ella, “¿por qué lo que posiblemente sea el mayor descubrimiento de la humanidad apenas aparece en el radar de la mayoría?”.
La disonancia cognitiva se hace presente
Vilahuer explica que los seres humanos no nos enfrentamos a la información de manera neutral, solemos darle un significado a medida que la digerimos a través de un lente cognitivo existente, compuesto por nuestra identidad y nuestra visión del mundo.
“Las ideas que desafían supuestos básicos y fundamentales —como la unicidad de la humanidad, los límites de la tecnología o la transparencia de las instituciones— no son simplemente hechos nuevos. Desestabilizan los marcos mentales que ayudan a las personas a sentirse orientadas y seguras”, añadió.
En este sentido, esto crea disonancia cognitiva, que ella define como “la incómoda tensión psicológica que surge cuando la nueva información entra en conflicto con creencias profundamente arraigadas”.
“Cuando la disonancia se vuelve demasiado intensa, la mente suele resolverla no actualizando creencias antiguas, sino desconectándose por completo de la información”, expresa.
De este modo, ignorar el tema es una forma de regular las emociones.
¿Y la sobrecarga cognitiva?
También estamos sometidos a algo que se llama “sobrecarga cognitiva”.
“Vivimos en un estado constante de saturación mental: conflicto político, ansiedad climática, cambios tecnológicos acelerados, preocupaciones por el costo de la vida. Nuestros cerebros ya están trabajando a toda máquina para procesar amenazas, escenarios complejos y circunstancias novedosas”, indica. En el fondo, no necesitamos más preocupaciones.
Además, “cuando una información nueva y emocionalmente cargada se percibe como abstracta y carece de instrucciones claras para la acción, suele quedar relegada”.
Vilahuer explica que desde un punto de vista neurológico, el cerebro está sesgado hacia lo que se siente inmediatamente relevante y resoluble.
“Las preguntas existenciales, especialmente aquellas sin consecuencias personales evidentes, son fáciles de postergar indefinidamente”, puntualiza.
El estigma social del fenómeno ovni también pesa
Por otro lado, la curiosidad por los ovnis y la vida extraterrestre por años carga con un estigma social: se considera algo poco serio y hasta en el marco de la “charlatanería”.
En este sentido, incluso cuando el tema se aborda de manera formal por autoridades de gobierno (como el estadounidense o mexicano), esa asociación sigue presente.
“Muchas personas pueden sentir curiosidad en privado y, al mismo tiempo, pensar: no quiero sonar tonto, crédulo o extremo”, comenta.
“Los psicólogos se refieren a esto como influencia social normativa: la tendencia a alinear creencias y conductas con lo que se percibe como socialmente aceptable. La influencia social normativa quedó bien demostrada en los famosos experimentos de líneas de Solomon Asch, en los que las personas daban respuestas incorrectas de manera intencional para encajar”, ejemplifica.
La ambigüedad de la evidencia genera ansiedad
Asimismo, la experta señala que la incertidumbre es otro factor.
“La información que se está revelando no viene con conclusiones claras. Plantea preguntas profundas sin resolverlas. Para muchas personas, la ambigüedad puede resultar muy incómoda”, manifiesta.
Esto porque la mente humana prefiere las narrativas coherentes, que las complejas e inconclusas. “Cuando las respuestas son incompletas, la gente suele optar por la evitación en lugar de una participación sostenida”, enfatiza.
El peso existencial bajo la superficie
El último factor se relaciona con la carga emocional de la idea. “Si la humanidad no está sola, se desafían supuestos largamente sostenidos sobre nuestro significado, el control y el poder que tenemos, y nuestra identidad como especie dominante. Estas preguntas tocan la religión, la mortalidad y el lugar de la humanidad en el universo”, sostiene.
Así, para muchas personas, “ese nivel de alteración existencial es simplemente demasiado para integrarlo de una sola vez. La evitación puede ser una forma de autoprotección”, señala.
“Independientemente de que las revelaciones actuales resistan o no el escrutinio, la respuesta apagada del público revela algo sobre la naturaleza humana: solemos resistirnos a las ideas nuevas no porque no las entendamos, sino porque el cambio puede ser emocionalmente difícil”, finaliza.